EL PAíS › LUIS BEDER HERRERA FUE ELEGIDO EN LA RIOJA CON EL 42 POR CIENTO DE LOS VOTOS
Carlos Menem quedó tercero en las elecciones riojanas, a casi 20 puntos del gobernador electo, Beder Herrera. A última hora reconoció la aplastante derrota mediante una carta: “Las urnas han hablado”, admitió.
› Por Alejandra Dandan
desde La Rioja
“Hay que esperar que caiga la taba”, le dijo a uno de sus hombres de confianza, un médico, jefe del comando menemista. Eran las cuatro de la tarde. Carlos Menem estaba internado y recluido en esa especie de cabaña de cristal que se inventó dentro de una cancha de golf. En la provincia ya estaban los datos de los primeros sondeos del boca de urna. Y él perdía. El gran fantasma, aquella pesadilla del gobierno nacional, aquel grano que sobrevivió y reapareció en La Rioja, ahora no está. Luego del cierre de las 676 mesas provinciales, ya los primeros datos escrutados lo dejaron entre el segundo y tercer puesto, detrás de Luis Beder Herrera, el jefe de gobierno en ejercicio que ganó la elección con la bendición de último momento del gobierno nacional, y se llevó una diferencia cercana a los 15 puntos. La taba seguía cayendo.
Anoche, al filo de las 22, ya se habían escrutado 621 mesas, el 91,86 por ciento del total. Los resultados indicaban que el Frente del Pueblo Riojano, con Beder Herrera a la cabeza, lograba el 41,02 por ciento de los votos. Detrás seguía, con el 26,94, el Frente para la Victoria, con Ricardo Quintela. Tercero entraba Menem, desde el Partido Lealtad y Dignidad, con el 21,98.
A las 18, los tres candidatos del PJ habían convocado a conferencias de prensa en distintos lugares, con encuestas boca de urna propias, con números que los daban como ganadores a cada uno.
Luis Beder Herrera que convocó a los suyos al Hotel Plaza, ante la plaza central. Allí, los responsables del Instituto de opinión Pública y Proyectos Sociales (Oppis) de San Juan, informaron que Beder Herrera ganaba con inalcanzables e irreversibles 40,7 puntos, sobre Ricardo Quintela con 27,1 y Carlos Menem con 23,1.
Inmediatamente se oyeron los números de Quintela. El jefe de gobierno de la capital riojana y candidato a gobernador del Frente para la Victoria dio a conocer cifras completamente distintos en su bunker de campaña. Por el menemismo, mientras, habló primero Adrián Menem y luego don Carlos. “Vamos a esperar”, dijo. “Las bocas de urna son siempre bocas de urna. Yo voy a permanecer en el golf, estoy con muchos amigos, viendo fútbol, con toda tranquilidad. No hay que apresurarse, uno tiene experiencia, hay que estar preparado para lo que venga... Es fundamental mantener la calma, la serenidad y será lo que Dios mande.”
A las 21, las tendencias era demasiado firmes. Y el nuevo gobernador Luis Beder Herrera salió a hablar. Para entonces ya lo había llamado Ricardo Quintela. Todavía esperaba un llamado de Menem. Recién a última hora de la noche llegaría una carta a los riojanos, admitiendo la derrota: “Las urnas han hablado y los demócratas tenemos que escucharlas”, sufrió Menem. Un rato antes, Beder Herrera decía que había ganado diciendo “la verdad a la gente”, diciéndole, dijo, “que somos una provincia que está mal, que nuestros maestros están mal, que nuestros médicos están mal: que el 70 por ciento de las familias vive bajo el nivel de pobreza”.
El gobernador electo llegó al poder luego de varias internas, en algunos casos sangrientas, como aquella del 15 de marzo pasado, que terminó con la expulsión del gobernador Angel Maza, y su asunción en un cargo supuestamente transitorio. Allí armó una coalición con radicales, ex sacerdotes y sectores de la izquierda peronista con quienes buscó mejorar su imagen, siempre asociada al peronismo y al mazismo. Buscó el apoyo del Gobierno, pero allí optaron por armar otra lista, la que encabezó Ricardo Quintela con el apoyo de Alberto Fernández. A último momento, sus mejores tendencias y la presencia siempre temible de Carlos Menem forzaron un acercamiento de la Rosada. Acercamiento que el bederismo parece agradecer pero que en las últimas horas empieza a pronunciar como tardío, no para alejarse sino para separarse. “A mí me gustaría hacer un gobierno progresista, pero con calidad institucional”, dijo, y le agradeció a Alicia Kirchner llegar a los “llanos de La Rioja” con “camionadas de roperos, colchones”, pero pidió que eso “deje de ocurrir, La Rioja la vamos a atender nosotros”.
Aquel nosotros inclusivo ya no incluye a Carlos Menem. A las siete de la mañana, el ex presidente descansaba en su club de Golf, esa casa metida en medio del Golf Club de La Rioja bajo los pies del cerro Velasco, entre regias casas de piedras de la nueva clase política. Allí permanece desde hace unos treinta días, cuando comenzó la campaña, tal vez la última o la primera de una larga lista de últimas contiendas que seguirá peleándose a sí mismo. La cancha de golf está a unos tres o cuatro kilómetros de la plaza principal de la ciudad. Dicen que los socios del Club de Golf se lo construyeron durante su presidencia y que ahora se lo prestan sólo para estar. Cada uno de estos días, ahí pasó parte de sus tardes jugando un partido de golf en compañía de Carlos Santander, médico y jefe de comando.
Carlos Menem jugó el viernes, volvió a jugar el sábado y ayer descansó. A las siete y media de la mañana, el Club de Golf era un revuelo de custodios y asesores. Finalmente, él apareció a las 9.11 en la puerta de escuela Joaquín B. González, en el centro. Primero llegó su custodia. Luego él. Entró rodeado por dos guardaespaldas que le abrieron paso a los empujones en el enjambre de cronistas.
Allí estuvo con la roana marrón, emponchando su saco, camisa y corbata.
“¿Quién es el corrupto?”, se le oyó vociferar mientras una ola de manos, grabadores, patas, pies y cuadernos provocaba una marea imposible. “El único corrupto está en la Casa de Gobierno y adelantó hasta fondos de coparticipación para las elecciones.” También dijo “vamos a ganar”, dejó su documento en la mesa 345 y empezó a decir algo más mientras forzaba la puerta del cuarto oscuro para entrar. La puerta parecía trabada. Probó una vez, volvió a probar, golpeó con fuerza y no pudo:
–¡Es Beder Herrera! –se lo oyó decir, y luego golpeó, apretó fuerte las manos. Después del voto y hasta las seis de la tarde Menem volvió a su casa. A recluirse. Comió un chivito, estuvo con Zulemita y el hijo de Sobisch, vio el partido River-San Lorenzo. Y, sin obtener respuesta, preguntó varias veces: “¿Cómo vamos?”.
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