EL PAíS
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George W., Inc.
› Por Claudio Uriarte
En rigor, lo primero que debería haber llamado la atención con los atentados de los que hoy se cumple un año es que nada parecido hubiera ocurrido antes. Por todo su poderío militar exterior, Estados Unidos siempre fue un blanco blando en términos de seguridad interna: un país sin Documento Nacional de Identidad, sin Ministerio del Interior y con una colección de agencias de seguridad que se superponen y compiten entre sí y carecen de una central, lo que llevó a los errores de inteligencia que impidieron decodificar correctamente y trazar la línea de puntos entre una cantidad de indicios sospechosos recogidos por agentes de distintas agencias trabajando aisladamente en el terreno.
De prosperar los intentos de George W. Bush de crear un Departamento (ministerio) de Seguridad Interior, esa situación no se revertirá sino que se volverá aún más enmarañada. Esto es así porque Bush es un especialista en proveer soluciones falsas para problemas reales: para paliar los cortes de electricidad en California trató de impulsar la explotación petrolera de parques nacionales en Alaska; para combatir la racha de incendios forestales en el sudoeste y noroeste del país, propuso beneficiar a la industria maderera con renovados permisos e incentivos para aumentar la tala de árboles. El Departamento de Seguridad Interior es otra obra maestra de la Administración Big Business: mientras el nuevo ministerio carecerá de los poderes centralizadores que faltaron antes del 11 (porque el presidente no tuvo el coraje de enfrentar a los estados feudales enquistados en la CIA, el FBI y otras beneméritas instituciones), el proyecto se encuentra estancado en el Congreso porque, entre otras cosas, Bush está usando la seguridad nacional como pretexto para iniciar una precarización laboral en el régimen de contratación de empleados públicos, y la propuesta de ley que autoriza la creación de esta nueva monstruosidad burocrática de 43.000 empleados incluye una reglamentación que permite que esos empleados puedan ser tomados y despedidos en cualquier momento, difícilmente una buena idea para un organismo que supuestamente trabajará con los temas más sensitivos de la seguridad interna.
Algo da la pauta del estado de vulnerabilidad prevaleciente antes del 11: la orden que el secretario de Defensa Donald Rumsfeld impartió ayer para el despliegue de misiles antiaéreos Stinger en torno de Washington. Esa falta de defensa antiaérea mínima explica que el tercer avión impactara hace un año en el blanco militar simbólico más importante de todos: el Pentágono.
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