EL PAíS
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Demonios y demonios
› Por Luis Bruschtein
Muchos norteamericanos están convencidos de que para recuperar una calidad de vida precarizada por el temor a nuevos ataques tienen que defenestrar a todos los terroristas del planeta. Antes pensaban así con la Unión Soviética, que era un hueso muchísimo más duro de pelar y sin embargo no consiguieron vivir en paz. Si no lo consiguieron con la caída de la URSS, uno se pregunta por qué rayos pueden pensar ahora que lo conseguirán con la derrota del terrorismo.
Es como si, cíclicamente, Estados Unidos necesitara del miedo. Y de todos los proveedores del poder, el miedo es el más miserable. No es invento norteamericano. Difícilmente los antiguos señores feudales hubieran mantenido su poder despótico sobre los campesinos si no hubiera sido por el miedo a las incursiones vikingas, turcas, o de cualquier otro depredador. Después de tantos años, el miedo sigue siendo una herramienta eficaz y miserable para alimentar un poder arbitrario.
El miedo en Estados Unidos se traduce inmediatamente en miedo en el mundo, pero no sólo a posibles ataques terroristas, sino fundamentalmente a la forma como la clase dirigente de ese país manipula el miedo de su gente para sacar réditos materiales y políticos en el resto del planeta.
En un país donde se produjo el atentado contra la AMIA, minimizar el peligro del terrorismo sería negar una realidad dolorosa. Pero el temor a ese peligro empalidece cuando se observa la intención de los líderes norteamericanos de extender la guerra en Colombia, de desestabilizar al gobierno de Venezuela o de instalarse en la triple frontera para controlar procesos populares en Brasil y en la región.
Es natural que la gente sienta temor en Estados Unidos tras el atentado a las torres. Y hasta cierto punto, si el sector más recalcitrante de su dirigencia necesita azuzar el miedo entre su gente para meter a su país en empresas agresivas, demuestra que la población norteamericana en situaciones normales no justificaría esas incursiones. O sea: que los norteamericanos en general son tan pacíficos como los habitantes de cualquier otro país.
Lo que no es lógico es que la historia se repita en forma tan burda en la guerra fría, en la guerra de Vietnam y ahora en la guerra contra el terrorismo. El miedo en Estados Unidos hace que ahora todo el mundo tenga miedo por las consecuencias que podría tener una invasión a Irak. Esa sensación de temor que provocó el terrorismo en los norteamericanos es la misma que todo el mundo siente ahora frente a las acciones de Estados Unidos. El miedo al demonio es usado para convertir a su país en otro demonio.
Nota madre
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