Mar 15.04.2008

EL PAíS • SUBNOTA  › FUE CREADA LA CSA EN AMéRICA

La gremial regional

A su avance, la globalización modifica los escenarios nacionales. Trastoca las relaciones sociales y redefine el vínculo entre el capital y el trabajo. Ante esta nueva realidad (y sin guerra fría), en el campo sindical se planteó la urgencia de un aggiornamiento. Es que el fenómeno afectó a nivel global a la mayoría de las organizaciones de trabajadores que paulatina pero constantemente fueron perdiendo afiliados, redujeron su peso político y sufrieron graves problemas económicos. La primera reacción tuvo lugar el 1º de noviembre de 2006, en Viena. Allí se fundó, tras arduas negociaciones, la Confederación Sindical Internacional (CSI) que representa a 168 millones de obreros agrupados en 304 centrales. Pero el 29 de marzo pasado fue el turno de las centrales americanas, que aprobaron en la ciudad de Panamá el nacimiento de su sede regional: la Confederación Sindical de los Trabajadores de las Américas (CSA). En este bloque marchan juntas la CGT y la CTA argentinas, mostrando en el campo internacional alianzas impensables en el terreno local.

Las cifras son contundentes. Dentro de la CSA conviven 188 organizaciones que cuentan con unos 30 millones de afiliados de 26 países de la región. Pero la contracara de lo masivo es su heterogeneidad política. Es por eso que para la flamante presidenta de la confederación, Linda Chávez-Thompson de la Federación Americana del Trabajo-Congreso de Organizaciones Industriales (AFL-CIO, sus siglas en inglés), de Estados Unidos, la CSA debe poner su empeño “en las luchas contra los tratados de libre comercio que aumentan el poder de las empresas y empobrecen a los pueblos”. Y añadió: “Vamos a combatir las desigualdades de género y la discriminación racial, levantando la voz contra las listas negras empresarias, contra agresiones, torturas y asesinatos de sindicalistas”.

En la misma línea, según el titular de la CTA, Hugo Yasky, “lo que se pretende constituir es una nueva versión del internacionalismo de la clase trabajadora en un mundo que hoy se caracteriza por la discusión de política a nivel regional”. Consultado por dicho “nuevo internacionalismo” que impulsa la CSA en su carta magna, el secretario de Asuntos Internacionales de los empleados de comercio (Faecys) de la CGT, Rubén Cortina, asegura que en Panamá “triunfó la idea de que la globalización está para quedarse y que no es la que quieren los trabajadores. Hoy hay un nuevo escenario con el florecimiento de India y China, el fracaso de las instituciones financieras internacionales y el empantanamiento de la Ronda de Doha, que permitirían a los obreros generar innovadoras herramientas y mecanismos para redireccionar los procesos”. Respecto de su disputa de cabotaje, ambos sectores procuraron discreción. Sin embargo, por lo bajo, Yasky deslizó que la CSA apoyará su reclamo por “democracia y libertad sindical”, mientras Cortina respondió que eso jamas ocurrirá.

El nacimiento de la CSA fue producto de la fusión de la Organización Regional Interamericana de Trabajadores (ORIT), afiliada a nivel mundial a la Confederación Internacional de Organizaciones Sindicales Libres (Ciosl) y la Central Latinoamericana de Trabajadores (CLAT), encuadrada internacionalmente dentro de la Confederación Mundial del Trabajo (CMT). Por fuera, se sumaron también un manojo de centrales “independientes”, entre las que se destacan la CTA argentina y la CUT colombiana. Al margen quedaron la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), cabeza de la otrora poderosa Federación Sindical Mundial (FSM), de tendencia comunista, y las organizaciones cercanas al bolivarianismo venezolano.

Históricamente, ambas organizaciones estuvieron desencontradas. Sucede que, como explica Achim Wachendorfer en su artículo “¿Hacia una nueva arquitectura sindical en América latina?”, la ORIT “desde sus inicios estuvo marcada por la lógica de la Guerra Fría. No podría ser de otra forma, ya que su destino fue rápidamente definido por la AFL-CIO que asumió sin fisuras el punto de vista del Departamento de Estado”. Sin embargo, aclara el autor, las cosas cambiaron desde los ’70: “El debilitamiento de la AFL-CIO, el creciente interés del sindicalismo europeo en la región y los reposicionamientos en el sindicalismo latinoamericano permitieron un viraje de la ORIT hacia posiciones más progresistas”. Por su parte, “con un discurso latinoamericanista y tercermundista, propugnando un socialismo participativo y un tercer camino entre el capitalismo y el comunismo, la CLAT buscó una posición autónoma entre la ORIT y la FSM”, añade Wachendorfer. Así, uno de los debates previos más duros consistió en los límites geográficos de la nueva organización, dado que mientras para la ORIT debía tratarse de una central interamericana, para la CLAT debía ser latinoamericana. Finalmente, por la desigual correlación de fuerzas (23 millones de afiliados cotizantes de la ORIT contra poco más de 3 de la CLAT) no sólo triunfó la postura de la primera, sino que una representante de la AFL-CIO se quedó con la presidencia.

Informe: Diego González.

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