EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Hernán Patiño Mayer *
Con frecuencia el Uruguay es presentado por algunos analistas porteños como la contracara de la situación crítica planteada por los sectores rurales en nuestro país. Casi una suerte de “modelo”, un paraíso de oportunidades para los productores rurales, incluidos aquellos compatriotas que huyen del “infierno fiscalista” argentino.
La realidad –según versión libre del ruralismo oriental– parece desmentir esta visión sospechosamente edulcorada. El último fin de semana sesionó aquí el Congreso anual de la Federación Rural Uruguaya. El presidente saliente de la corporación cuestionó severamente al gobierno de izquierda haciéndolo responsable de las causas que según el diario El País hacen que “la situación haya llegado a un extremo donde por más que se atenúe el tenor de las críticas, los motivos que la generan permanecen inalterables y aun se agravan con el paso del tiempo”.
¿Cuáles son esas causas? La primera, según el titular de la Federación, el haberles dado el gobierno “piedra libre a los sindicatos para fomentar la conflictividad agropecuaria”, lo que debidamente traducido no es otra cosa que la defensa corporativa de privilegios que toleraban un régimen de trabajo rural, divorciado del sistema general de protección de los derechos del trabajador.
Escuchemos la versión bucólica del titular de la gremial agropecuaria: “En el campo seguimos trabajando juntos, patrones y peones... todos juntos detrás de lo mismo... En el trabajo del campo y a la hora de poner el hombro, no hay diferencias ni lucha de clases”. ¿No es un amor? ¿Será igual la cosa a la hora de repartir los beneficios?
El segundo motivo de malestar es el precio del dólar que cayó desde 2003 aproximadamente un 33 por ciento, restando, según los ruralistas, competitividad a la producción agropecuaria. Conviene recordar que no existen en Uruguay las retenciones fiscales a las exportaciones y que según el ministro de Agricultura –estoico testigo de las diatribas– “la rentabilidad del sector agropecuario, desde 2004 hasta ahora, no ha parado de crecer”. La imaginativa respuesta de presidente de la Federación Rural: “Si los números estuvieran bien, la gente no se iría del campo”.
El tercero, el costo del gasoil. En un país sin una gota de petróleo la estampida de los precios internacionales del crudo ha impedido al gobierno frentista llevar adelante su promesa del “gasoil productivo” con valores diferenciados para el agro.
El cuarto pilar de la crítica rural se encuentra en las políticas de un gobierno que se ha transformado “en la principal traba” para la “actividad productiva, por omisión, indiferencia, inacción, desconocimiento y/o voracidad fiscal” y que tiene en su seno, según el presidente de la gremial, “a los que metieron la pata y también la mano en la lata”, para agregar con humildad: “A esos señores les digo que más de uno tendría que lavarse la boca por atrevido, antes de hablar de nosotros, la gente de campo. ¡Vamos, que dicen cosas estos gauchos orientales!”
También la Federación Rural denunció la extranjerización de la tierra –a manos argentinas en el litoral y brasileñas en el norte– sin poder explicar quiénes venden la tierra al extranjero. No hay sospechas de que sean esos peones que trabajan codo a codo con los propietarios evitando la lucha de clases que alienta la izquierda gobernante.
En fin, que en todos lados se cuecen habas, aunque no todas se cocinen con el mismo hervor. En estos pagos, el campo mantiene el diálogo abierto con el gobierno, más allá de las lindezas de las que lo acusa. ¡Ah¡, al finalizar su intervención, el ex presidente de la gremial anunció que piensa dedicarse a la política.
Recordemos a Borges: “El sabor de lo oriental/ con estas palabras pinto/ es el sabor de lo que es/ igual y un poco distinto”. Dejo al lector la más absoluta libertad para analizar la razón de las diferencias.
* Embajador argentino en Uruguay.
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