EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por José Natanson
Si hubieras respondido cuando te llamé
si hubieras amado cuando te amé
serías en mis sueños la mejor mujer
si no supiste amar, ahora te puedes marchar.
Luis Miguel
El, al principio, lo intentó todo: cambios en el impuesto a las Ganancias, medidas de limpieza institucional como el juicio a la Corte Suprema menemista, ilusiones políticas estilo transversalidad y un tono anticorporativo, antipejotista, que teñía bellamente sus discursos. Pero la clase media se mostró siempre renuente y, pasada la luna de miel de 2003, comenzó a mirar a Néstor Kirchner con otros ojos. Acompañó a Juan Carlos Blumberg en 2005, le dio la espalda a Cristina en las grandes ciudades en las presidenciales de 2007 y ahora se acerca a los productores del campo. El Gobierno, entretanto, parece haberse resignado. ¿Se rompió el amor o el amor fue siempre una mentira?
Socioeconómicamente, la clase media puede definirse como un segmento que –según la Asociación Argentina de Marketing, de donde salen las estratificaciones que se utilizan para las encuestas– representa aproximadamente al 35 por ciento del padrón electoral.
Pero tal vez no tenga tanto sentido definirla como una clase social –suponiendo que alguna vez haya existido tal cosa– sino como universo complejo en el que conviven diversos grupos. Durante los ’90, la clase media sufrió un proceso de heterogeneización que ha hecho que hoy coexistan allí sectores medios altos, nuevos ricos suburbanizados en countries e incluso sectores bajos estructurados (con sueldos bajos pero ingresos sistemáticos, por ejemplo personas semicalificadas como plomeros o dueños de pequeños negocios). Y también, claro, los nuevos pobres, que cayeron en la pobreza durante la crisis y que ahora se han recuperado pero de manera muy precaria. Como escribió Gabriel Kessler (“Empobrecimiento y fragmentación de la clase media argentina”, revista Proposiciones, Vol. 34), estos sectores se asemejan a la clase media en aspectos de largo plazo (educación, profesión, familias poco numerosas) y se parecen a los pobres en aspectos de corto plazo (acceso al consumo).
En suma, la clase media no es tanto un sector poblacional determinado ni un simple nivel de ingreso, sino la suma de una serie de historias dispersas que se manifiesta como un ideal aspiracional y, por momentos, como un estado de ánimo.
Aunque cruza a toda la sociedad, el reflejo antipolítico se revela con especial intensidad en la clase media. Y no se trata, como suele creerse, sólo de una herencia de las visiones tecnocráticas de los ’90, sino de una tendencia que se remonta a la constitución de la Argentina moderna. En “Vaca flaca y Minotauro” (revista Nueva Sociedad, Nº 179), Christian Ferrer explica que este rechazo a los políticos puede rastrearse en los inmigrantes de la Europa pobre que poblaron el país a principios de siglo y que portaban un rechazo casi genético a la autoridad, resultado de las experiencias autocráticas de sus lugares de origen, quienes construyeron las primeras organizaciones sindicales de orientación anarquista. Desde los ’30, la derecha nacionalista y católica centraría sus críticas en la política burguesa, luego el peronismo asumiría un carácter movimientista y finalmente, en los ’70, la izquierda radical orientaría su lucha contra la democracia hueca y formal.
Esta confluencia de tendencias antipolíticas dio como resultado un rechazo a la corporación dirigencial que estalló en diciembre de 2001, cuando las asambleas ocuparon el centro de la escena para después apagarse, lenta pero previsiblemente. Queda hoy apenas un republicanismo abstracto y en general vacío de sustancia, envuelto en las frases efectistas de Marcos Aguinis o Sergio Bergman, y una serie de críticas más o menos explícitas a los aspectos más desinstitucionalizantes y plebeyos del peronismo.
La relación entre el peronismo y la clase media siempre fue tensa, conflictiva. El primer peronismo tuvo, desde luego, un componente de clase media, pero su núcleo estaba constituido por los trabajadores organizados en sindicatos. El peronismo de Cámpora-Perón sí se extendió a la clase media, sobre todo a los jóvenes activados en clave radical, pero fue una anomalía breve que se extinguió apenas Isabel y López Rega tomaron las riendas. Carlos Menem contó con el apoyo de los sectores medios, curiosamente más en su segunda que en su primera elección presidencial, en pleno boom de consumo y del voto cuota, pero fue un respaldo vergonzante que se disiparía ya en 1997, en simultáneo con el ascenso del Frepaso. Tal vez haya sido Chacho Alvarez el último líder de origen peronista capaz de expresar cabalmente a la clase media.
En 2003, Kirchner conquistó a los sectores medios antes que a cualquier otro grupo social. Con los coqueteos con la transversalidad, su apoyo a Aníbal Ibarra en las elecciones porteñas y otras medidas más pedestres (desde las sucesivas subas de la base imponible de Ganancias hasta los subsidios a las tarifas de luz y gas intentó consolidar su llegada a este universo complicado. Sin embargo, poco a poco la clase media –o al menos un sector importante de ella– se fue alejando. Tras dos derrotas sucesivas en la Capital, la última elección presidencial confirmó que los colores K funcionaban mejor en los tradicionales bastiones peronistas –el conurbano y el Norte del país– que en Caballito y Palermo.
“La paradoja –explica Artemio López– es que si se mira la distribución del ingreso de los últimos años, los deciles que más se beneficiaron fueron los ubicados entre el 6 y el 9, los sectores medios y medios-altos. Todos, incluso los más pobres, obtuvieron más ingresos, porque la torta creció, pero fueron los sectores medios los que ganaron más participación relativa. Y es justamente en estos sectores donde está el núcleo de la oposición a Kirchner.”
–¿Y cómo se explica esto?
–Hay muchos motivos: culturales, políticos, de estilo, hasta estéticos. Kirchner intentó acercarse, sobre todo al principio. Pero luego fue comprobando que su crecimiento se dio siempre sobre el electorado duro peronista. Ahora parece como que ya dio por perdido ese partido.
¿Es sólo un problema de Kirchner? Analía del Franco, directora de la consultora Analogías, sostiene que se trata de una tendencia más general. “Puede ser que los líderes peronistas tengan más dificultades, pero la clase media se comporta siempre de manera volátil e impredecible. Los gobiernos, no sólo en la Argentina, han logrado encontrar la forma de satisfacer, aunque sea mínimamente, las demandas de los sectores más bajos. Con planes sociales, de empleo, políticas de salud, alimentarias. Sin embargo, conquistar a los sectores medios es siempre mucho más difícil. La clase media es la que primero desconfía, la que en todas las encuestas muestra los mayores índices de insatisfacción”, responde.
–¿No sólo con Kirchner?
–También Menem terminó repudiado por la clase media. Y ni hablar de la Alianza, que supuestamente debía expresar sobre todo a los sectores medios y que terminó volteada por ellos.
En su primera elección presidencial, Hugo Chávez se impuso con el 56 por ciento de los votos, porcentaje que luego estiraría al 71 por ciento en el referendo constitucional de ese año y que se consolidaría en un sólido 60 por ciento en la elección presidencial de 2001 y en el referendo revocatorio de 2004. Chávez tenía, en aquel momento, el favor de un sector importante de la clase media. Su derrota en el plebiscito del año pasado demuestra que lo ha perdido.
En las elecciones presidenciales de 2005, Evo Morales había conseguido el apoyo no sólo de los sectores campesinos y de bajos ingresos, sino también de las clases medias mestizas urbanas, como prueba el hecho de que obtuvo el 33,2 por ciento de los votos en Santa Cruz. Hoy, en plena campaña por el referendo revocatorio del 10 de agosto, sus esfuerzos se concentran en consolidar el apoyo de su electorado más tradicional.
Pero el cambio más notable es el de Brasil. En los comicios presidenciales de 2002, Lula se impuso homogéneamente en todo el país, con buenos resultados en San Pablo y Río. En 2006, con su gobierno todavía sacudido por una serie de escándalos de corrupción, obtuvo un porcentaje de votos similar al de su primera elección, pero distribuido de manera muy diferente: arrasó en los estados pobres del norte y el nordeste –el PT logró el pequeño milagro de derrotar a Antonio Carlos Magalhaes, el señor feudal de Bahía–, pero perdió en siete estados del centro y del sur. En los barrios de clase media de San Pablo y Río, la oposición alcanzó el 70 por ciento.
Pero que el problema sea general no significa que no sea un problema. El hecho de que la clase media tome distancia de los gobiernos de izquierda no debería ser asumido como una ley de la naturaleza, sino como el resultado de una mala estrategia política que, además, puede ir cambiando. Luego de haber votado contra Lula en las últimas elecciones, los sectores medios brasileños, entusiasmados con la recuperación económica y ya olvidados de los escándalos de corrupción, se acercan nuevamente a su presidente, como muestran las últimas encuestas que le asignan una popularidad cercana al 70 por ciento.
En Argentina, en cambio, los Kirchner se distancian de los sectores medios, primero de los que viven en los grandes centros urbanos y ahora, en pleno conflicto con los productores del campo, de los de las pequeñas ciudades del interior. Si su alianza con Hugo Moyano y su repliegue al PJ se justifican tácticamente en términos de gobernabilidad y poder, su resignación respecto de los sectores medios –revelada por ejemplo en el hecho de que el Gobierno carece de una política universitaria y de una mínima estrategia de defensa y argumentación mediática– refleja un desamor que resulta menos explicable. Porque, aunque puede ser lógico que en países castigados por la pobreza y la desigualdad los grupos de bajos ingresos y los excluidos constituyan el núcleo político de un gobierno auténticamente progresista, ningún proyecto de cambio en serio prosperará sin el aval de al menos una parte de los sectores medios.
Aunque, por momentos, cueste entendernos.
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