Mar 29.07.2008

EL PAíS • SUBNOTA  › OPINIóN

“Gobierno” no se opone a “campo”

› Por Raúl Barreiros *

El cuadro semiótico es la estructura de la significación. Se funda en la negación y la aserción, y muestra la relación de presupuesto recíproca que los términos de un mismo eje semántico mantienen, no en su esencia, sino en las relaciones que contraen: “masculino” sólo tiene sentido en relación con “femenino” y recíprocamente.

Veamos un ejemplo de opuestos perfectos: “masculino” es negado y obtenemos “no masculino”, que da por relación “femenino”; si a su vez “femenino” es negado obtenemos “no femenino”, que da por relación “masculino”.

La oposición “campo” vs. “gobierno” le pone nombre al conflicto que, narrado a través de los medios, agitó los ánimos bucólicos y revela su error ya que junta dos elementos que no se oponen: “campo” no se opone a “gobierno”. Por lo tanto, o señala un conflicto que no existe o que una de las partes se esconde detrás de un nombre que no le pertenece.

Por medio del cuadro semiótico, la “ciudad” se nos presenta como la verdadera oposición de “campo”, como dos lugares que tienen historia aquí (la frase “la ciudad y el campo” abre 12.500.000 de sitios en Google). Al negar “campo” obtenemos “no campo” y por relación da “ciudad”, cuya negación, “no ciudad”, por relación da “campo”.

En la palabra “campo”, su territorio semántico y su imaginario contienen otros significados asociados por la cultura: naturaleza, ingenuidad, sencillez y sabiduría. A la “ciudad”, que es el lugar donde está el “gobierno”, le corresponden estos otros significados: artificialidad, astucia, complejidad y educación. Y, por contigüidad geográfica y metonímica, a los gobiernos también.

El término “actante” designa al participante (persona, animal o cosa) en una narración. En este caso, el actante “campo”, máscara de grupo económico- agrícola, ha representado su disfraz a la perfección, se ha arrogado la representación de la ingenuidad: “Nosotros no entendemos de leyes”. De la sencillez: “Esto es fácil, no lo quieren ver”. Y de la sabiduría: “Si deciden otra cosa, está mal”.

Los gobiernos progresistas proceden sin agilidad ante los conflictos, pues están atados a ciertos protocolos de legalidad que los medios se obstinan en llamar burocracia. Esto es porque nunca se permiten coincidir con los que gobiernan, dado que el mote de “oficialista” causa tal grima y escozor que debiera ser tomado por el opuesto perfecto de “periodista”. El sambenito de “oficialista” rompe un cierto maquillaje “independentista”, lo cual produce un grado de estupidez importante en la prensa que no quiere, ni por error, coincidir con el Gobierno. No actúa del mismo modo con los grupos económicos siempre que pueda esconderlos tras el colectivo “gente”: “la ‘gente’ cortó las rutas”.

Al término “gobierno” es sencillo hallarle un antagonista ya que el pertinente es “la oposición” (de otros partidos políticos), pero aquí no aparecieron institucionalmente los partidos políticos ni los grupos económicos, atrincherados e invisibles detrás de la palabra “campo”, hasta que el problema llegó al Congreso. Los gobiernos soportan la oposición de grupos de poder, que no es igual a la de los partidos políticos; a veces puede ser un sindicato –un grupo de trabajadores que hacen huelga– a los que los partidos políticos les escapan, o un grupo de empresarios –que hacen piquetes, como en este caso– a los que hacen cola para representar. Las otras clasificaciones que hicieron los medios, como paro o lockout, son incorrectas toda vez que el “campo” cuando ocupó las rutas no detuvo la producción, como corresponde a un paro, ni cerró sus establecimientos dejando a sus trabajadores afuera de ellos (tal es el sentido de lockout). Por lo tanto, estamos ante un sector empresario que, como el Gobierno, tiene una meta: disponer de más recursos para sus intereses. Existe un objeto (aquello que el sujeto pretende), los recursos, por el cual pelean los actantes, que –según sus propios objetivos declarados– los usarían, en el caso del “campo” (grupo económico agrícola) para provecho personal –argumento racional– y no arruinarse –argumento dramático–; y en el caso del oponente “gobierno”, para construir hospitales –argumento dramático–, o para atender lo que el Estado demande –argumento racional–, pero lo que no hace es usarlo en su provecho personal.

* Investigador en medios masivos en UNLP, UNLZ, IUNA y San Andrés.

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