EL PAíS • SUBNOTA › CRóNICA EN LOS ALEDAñOS DEL PALACIO DE JUSTICIA EN PLENA PSICOPANDEMIA
Los comercios empezaron a sufrir la feria adelantada de Tribunales. Caras grises, malhumor. Los restaurantes, los kioscos, los estacionamientos, las casas de fotocopias, hasta las ofertas de sexo recibieron el impacto del cierre. En Tribunales, hay que pasar el invierno.
› Por Horacio Cecchi
No son los indiscutibles casos reales, ni los cuidados, sino el pánico que desata. Ayer. Horas de la tarde. Temprano. Pasillo del subte B, estación Carlos Pellegrini. Una simpática parejita venía tomada de la mano. Tendrían unos treinta y pico él, no más de treinta ella. Años, y kilos de más. Sus barbijos, amplios en tanta cara rozagante, cumplían la doble función de moda psicopandemia y tapaboca(dos). Detrás de ellos avanzaba una mujer gris. Gris su vestimenta, gris su rostro crispado, grises sus ojos mal entonados. Toda gris. Sus labios seguramente también, pero no se sabrá porque estaban cubiertos por lo único blanco de su presencia: un barbijo. Los tres eran los únicos portadores de barbijos que se observaban en el subte B a esa semiconcurrida hora del primer lunes sin Tribunales (y ahora sin teatros). Menos concurrencia, pero tampoco es que fuera como un feriado (la city bancaria por ahora se muestra inmune al A H1N1).
Otra parejita, de adolescentes, edad de secundario, aprovechaba hábilmente el receso escolar apretujada en un rincón contra la pared del pasillo del subte y se besuqueaba amorosamente. Sin barbijos.
Pasó a su lado la parejita de gorditos con tapabocados. No dijeron ni mu, ni dieron importancia. La mujer gris sí, se detuvo, los miró, algo rumió sin que se escuchara: su barbijo se infló y desinfló en golpeteos sucesivos, como si el corazón se le hubiera ido a la boca. Barbijo con taquicardia. Los chicos dejaron de besarse. Les había contagiado el barbijo.
En Tribunales, igual que la semana pasada, los barbijos escaseaban en las farmacias y en las calles, pero ayer también había menos gente. El tránsito, salvo Corrientes, avanzaba a paso largo. Menos bocinazos, pero también la repercusión que no se ve de inmediato. Estacionamiento de Lavalle, frente a Tribunales. “Bajó un montón”, reconoció el encargado. Dentro, había un par de espacios libres en la playa. “En este horario (pasado el mediodía) siempre revienta.”
“¿Si bajó la cantidad de clientes? Puffffff –dijo Claudia, del local de fotocopias del café Del Fondo–. Normalmente abrimos a las 7 porque a las 7.30 ya abren Tribunales. Ahora estamos pensando en abrir con horario de verano, a las 9. A esta hora ninguna de nosotras tendríamos tiempo, y hoy me traje dos revistas para leer porque no hay nada que hacer.”
A pocos pasos, el local de Compugraf estaba pelado. Olinda aseguró que “bajó muchísimo, pero no vamos a cerrar. Además de las fotocopias tengo una imprenta”. En Lavalle y Talcahuano, el encargado del quiosco especializado en leyes y decretos aclaró que “no cierro aunque haya feria porque no puedo cerrar”. “¿Su nombre de pila?”, preguntó el cronista, “No, dejá, pila es lo que tengo que tener”, y prefirió el pseudoanonimato.
Del otro lado de la plaza de Tribunales, los dos colegios, el ILSE y el Roca, tenían sus puertas cerradas en cumplimiento del primer día de receso escolar no vacacional. El Roca tiene una galería abierta con enormes columnas. Pasando la galería, las puertas estaban cerradas con rejas. En un rincón de la galería, entre cartones, dormía un homeless, algunos dijeron que se llama Mondonguito.
La psicopandemia atacó hasta en los rincones más ocultos y más imprevistos de la ciudad. Por Libertad, en dirección a Córdoba, una joven algo retacona se detenía en cada cabina de teléfono que encontraba en su camino y enganchaba hábilmente unas tarjetitas en el marco que sostiene el aparato. En las tarjetitas se descubría la lucha de la creatividad contra las inclemencias: Sex Outlet, ofrecía, misteriosamente.
–Disculpá... –se atrevió el cronista con inconsciente curiosidad profesional.
–¿Un turno? –preguntó la joven.
–Nnnno. ¿Impactó la feria judicial anticipada? –apuró el cronista.
–Ufff. ¿Qué te parece? No hay bogas ni estudiantes –respondió y se fue sin esperar la repregunta.
El día gris y lluvioso se reprodujo en casi todos los comercios de la zona. En los bares los encargados estaban de malhumor. En los teatros, también. Este cronista entró a curiosear en un importante teatro de la avenida Corrientes, junto a las galerías de su mismo nombre, a una hora en que (este cronista no lo sabía) estaban declarando el cierre de los escenarios durante diez días (ver página 3). Dos ladridos fueron suficientes para representarse el panorama, color gris receso.
Un taxista no reconocía ayer parte de esa nueva información. “Mi nena de un año tiene neumonía, pero a mí no me importa”, decía a este cronista durante un viaje, y al hablar se daba vuelta y tosía a fauces abiertas. “Mi nena de 5 años estuvo con fiebre alta la otra semana, pero a mí no me importa”, agregaba y volvía a darse vuelta a toser a boca de jarro. “Seguro que la contagió a la otra”, intentó interrumpir los tosidos el cronista mientras miraba intensamente las esquinas y los vehículos adversarios. “Yo me contagié, pero igual vengo a trabajar, a mí no me importa”, tosió el taxista antes de detener el taxímetro. El sol amagaba con salir. Había dado inicio el receso.
Desde abril, los argentinos descubrieron que, tal como aseguran los expertos médicos y no médicos, es importante lavarse las manos cuando uno llega de la calle (con jabón alcanza), cubrirse la boca cuando se estornuda o se tose y no ir al trabajo ni salir con síntomas gripales, ya sea para evitar contagiar a otros, ya sea para poder trabajar más adelante. Lo que no tienen claro los especialistas es si esas recomendaciones serán tomadas como costumbre cuando la moda barbijo de las psicopandemias haya desaparecido.
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