Martes, 21 de julio de 2009 | Hoy
EL PAíS › OPINIóN
Por Marcelo Arias *
La entrevista va terminando. El periodista se dispone a realizar sus últimas preguntas. El flamante diputado electo sonríe, habituado a la vocación de seducir. Yo creo entender que el periodista desperdicia el tramo final de la nota cuando, por toda pregunta y a la espera de una opinión, sencillamente pronuncia: “Honduras”. Es para mí obvio que, más allá de su pensamiento, cualquier personalidad pública con actuales o inminentes responsabilidades institucionales, ante esa consulta no hará –no podrá hacer– otra cosa que condenar la forzada interrupción del orden democrático sufrida en ese país.
Pero, evidentemente, la “pregunta” del periodista Ernesto Tenembaum no es ociosa si quien está enfrente es Francisco de Narváez. Porque, arrojada esa palabra sobre la mesa, el compañero de filas de Mauricio Macri inicialmente chapotea en el lodazal de una respuesta en la que alude a “una situación compleja”, que se resolverá “yendo a una elección”, para luego dirigirse con menos ambigüedad hacia su posicionamiento, al señalar que “desde la presidencia de Honduras se intentó la re-reelección indefinida (...) y hubo una rebelión frente a eso”.
Desde mi casa, sentado frente al televisor, me cuesta dar crédito a lo que veo y escucho. En todo caso me gratifica comprobar que a Marcelo Zlotogwiazda evidentemente lo invade una sensación semejante, dado que acto seguido pregunta: “¿Eso es lo primero para decir sobre Honduras? ¿Y no que hubo un golpe de Estado?”.
Y allí se activa esa mutabilidad gestual que caracteriza el rostro del diputado con aspiraciones –confesadas– a gobernador (¿habrá también aspiraciones no confesadas?), quien puede pasar en una fracción de segundo de la afable sonrisa pintada de dientes parejos a la mueca ácida que destila bilis. Tengamos en cuenta que quien acaba de cuestionar su respuesta es el mismo periodista que, hace un par de minutos, ante la referencia a la “eficacia” contable del multimillonario patrimonio del entrevistado, no se esmeró en que su tono ocultara desprecio al momento de manifestar: “Es un escándalo lo poco que paga en impuestos gente como vos”.
Pero en este punto, llamado a ponderar prioridades a propósito de la situación en Honduras (esto es: qué es lo primero “que hay que decir” al respecto), De Narváez informa, categórico, concluyente: “En Honduras, lo primero que hay que decir es que tiene un 82 por ciento de pobreza”. El breve pero tenso y palpable silencio que sucede a estas palabras será interrumpido cuando un Zlotogwiazda más bien azorado, en tono muy bajo, sencillamente pregunte: “¿Y lo segundo?”.
“Y lo segundo es que ese golpe de Estado tiene un argumento (que yo no lo comparto), pero cuando vos mirás la secuencia de las cosas, el gobierno que fue afectado por esa condición estaba una vez más tratando de modificar la Constitución.”
Caramba...
Coincidirá el lector en que, de movida, no resulta muy evidente que De Narváez no comparta el argumento del golpe. ¿Cómo es posible que, a la hora de pronunciarse sobre un episodio universalmente condenable, señale una vez y luego insista en enfatizar las políticas presuntamente inapropiadas que, a su entender, condujeron a ese desenlace? Las políticas –aclaremos no tan de paso– de un gobierno constitucional que fue desalojado por la fuerza de su país.
De todos modos, para que no “lo malinterpreten”, hacia el cierre de la nota el entrevistado se encarga de “dejar las cosas en claro”: “No estoy de acuerdo con lo que pasó en Honduras. Pero también estoy viendo que, en el proceso de Honduras”.
Suficiente. Gracias. En esa declaración, luego del coordinante adversativo “pero”, lo que siga es detalle. Por si aún hacía falta, ha quedado definitivamente despejada toda ambigüedad: “No estoy de acuerdo pero...”.
¿Pero qué, De Narváez? Y sobre todo: ¿cómo pero?
* Licenciado en Letras (UBA), docente de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora.
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