EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Fernando D´addario
Para los periodistas que transitaban por la música popular durante los ’80 o los ’90, llegar a la primera entrevista con La Negra Sosa significaba, a priori, un desafío profesional equivalente a reportear a un Caetano Veloso, un Peter Gabriel o un Osvaldo Pugliese. A los ojos de un no iniciado, a Mercedes la precedía un aura de compromiso político e intelectual que obligaba a pensar preguntas “serias”. Pero a los diez minutos, Mercedes ya había desconcertado a su interlocutor de turno. Los interrogantes vinculados con temas como “su opinión sobre los ’70”, “la actualidad de la izquierda latinoamericana” y clichés progres por el estilo merecían de parte de La Negra respuestas vagas, casi pueriles, que rápidamente derivaban en anécdotas aleatorias, ajenas a la médula de la cuestión. Se iba por las ramas y terminaba hablando de las empanadas tucumanas o de su admiración por Charly García. Los colegas de la televisión contaban que eran necesarias largas sesiones de entrevista para extraer algunos minutos “aprovechables”. Los periodistas de la prensa gráfica teníamos otras herramientas, para “acomodar” las respuestas y edificar, de ese modo, un discurso acorde con las expectativas de los lectores.
Era evidente que había una brecha enorme entre la obra artística de Mercedes y su capacidad retórica para explicarla. Al hablar con ella, uno tenía la sensación de estar frente a una doña Rosa entrañable y terrenal. Hasta daban ganas de abrazarla, más allá de las dificultades periodísticas del caso. Pero apenas un día después, arriba del escenario, ella se elevaba a una suerte de estado de gracia y nos hacía creer que la Tierra y la Historia se habían corporizado en sus canciones. Cada vez que cantaba, Mercedes parecía habitada por el significado político de su voz y por las resonancias de sueños ajenos, que de algún modo sacaba de sus entrañas. Ese don excedía a la Mercedes mujer de carne y hueso, mucho más frágil, mucho menos preparada para afrontar la carga de semejante fuerza telúrica. Acaso La Negra haya sido la voz de la Latinoamérica profunda sólo por una casual simetría de tiempos y espacios. Mercedes cantó lo que cada época necesitaba de ella, casi sin darse cuenta. La Negra sabía que estaba en contra de la dictadura y de la injusticia social. Sólo eso (o nada menos que eso). Según fueron cambiando los humores políticos en el país, esa certeza se tradujo en afinidades fluctuantes, en algún caso inexplicables desde una mirada “biempensante”. Sin embargo, Mercedes generó al mismo tiempo los anticuerpos necesarios para atravesar inmune cualquier paso en falso. Tenía a favor un elemento decisivo: su Voz, siempre, terminaba hablando por ella.
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