La historia de la energía eléctrica en la Argentina tiene varias páginas a oscuras. A aquellos cortes programados de 1988, producto del déficit de generación, les siguieron episodios vinculados con fallas técnicas e incluso atentados que dejaron sin luz a las principales ciudades del país. Los casos con mayor repercusión revelan los puntos débiles de un sistema vulnerable.
El 15 de febrero de 1999, un incendio en la subestación generadora Azopardo, de la empresa Edesur, dejó sin luz a 150.000 clientes, unas 600.000 personas. La solución demoró doce días en llegar, en un tórrido verano que muchos porteños no olvidarán. El apagón generó protestas barriales, con cacerolazos y fogatas en las calles durante días.
Ese mismo año, el 2 de diciembre, un sabotaje originó la caída de tres torres de alta tensión, lo que dejó sin luz a más de dos millones de usuarios en la ciudad de Buenos Aires y en distintas ciudades del país. Ocurrió en zonas rurales de Olavarría y Henderson, donde desconocidos cortaron las riendas que sostienen las torres, por donde viene el tendido desde las centrales hidroeléctricas del Comahue. Ese corredor sufrió, entre 1993 y 1996, 25 hechos similares, según denunció en ese momento el secretario de Energía Luis Sbértoli, poniendo de manifiesto la vulnerabilidad del sistema de transporte de energía.
En efecto, la red de distribución, monopolizada por la empresa Transener, cuenta con un tendido de 7500 kilómetros de cables que transportan 500 kilovoltios, sostenidos por 16.000 torres: magnitudes que hacen imposible cualquier control sobre la seguridad.
Otro punto débil del sistema, según los especialistas, es su diseño radial, desde Buenos Aires hacia cada una de las regiones del interior, como ocurre con el sistema ferroviario. Así, la electricidad generada en el Comahue, Yacyretá y Salto Grande llega hasta Buenos Aires y desde allí se deriva hacia Cuyo, el Noroeste y el Noreste. Por eso, un desperfecto en uno de esos brazos tiene consecuencias masivas.