Mié 04.11.2009

EL PAíS • SUBNOTA  › OPINIóN

La foto robada

› Por Juan Schjaer

Ahora recuerdo muchas anécdotas pero no puedo recordar cómo nos conocimos. Miguel Molfino, el tío de Martín Amarilla Molfino, fue detenido durante los primeros meses de 1979, mientras su mujer estaba embarazada de su quinta hija. El día que recibió la primera foto después del parto le contestó “la foto te fijó en la felicidad/menos mal”. Nunca olvidaré esos dos versos porque yo, que había tenido el privilegio de ser detenido a los 18 años, no había tenido tiempo de tener hijos y suponía que la condición de ser padre debía multiplicar la angustia del encierro.

Nos hicimos amigos a través de la literatura. Gracias a Miguel conocí a Dylan Thomas, de quien podíamos recitar largos poemas completos, “porque mantenían viva la memoria”. Competíamos. Siempre ganaba él. Era un poco mayor que yo, se había casado, tenía cinco hijos y parecía que no le temía al futuro. Anteayer, minutos antes del encuentro con Martín, le pregunté por teléfono cómo se sentía. Me contestó que “estoy como los musulmanes, preguntándome si Martín nos aceptará o nos negará tres veces como indica el Corán”, tomándose como siempre una licencia literaria, y litúrgica, claro.

Me cuesta imaginar la felicidad de las primeras fotos con Martín, por pudor. Por pudor, y porque no puedo olvidarme nunca jamás de que, un día de 1980, durante una requisa a nuestra celda en la cárcel de La Plata le quitaron todas sus fotos familiares, entre otras, la de su madre Noemí Gianotti de Molfino, “total, no la vas a ver nunca más”.

A raíz del secuestro de su hija Marcela y de su marido, los padres de Martín, Noemí se había incorporado a las Madres de Plaza de Mayo y se había adelantado a una visita de Jorge Videla a Perú para denunciar la violación a los derechos humanos en el país. No recuerdo cuántos días pasaron desde el robo de las fotos familiares hasta que supimos que Noemí había sido secuestrada en Lima, delante de su hijo Gustavo, ni cuántos más hasta que supimos que había aparecido muerta en un hotel de Madrid. Sí recuerdo el estupor, el silencio, la incredulidad y la rabia que nos embargó.

Ahora, mientras escribo, no puedo disociar aquella rabia de la alegría que transmitía Miguel el sábado pasado, después de recibir la convocatoria de las Abuelas, quienes le pedían a la familia Amarilla Molfino que viajara a Buenos Aires para conocer a Martín. Ya se sabe que Martín tiene el lóbulo de las orejas igual que sus hermanos biológicos, y que es hincha de Boca, datos tan importantes como el ADN. Su condición de “doble desaparecido”, porque su familia biológica ignoraba su existencia, amplifica la alegría del encuentro. No sé si en la foto cabrán los 30 integrantes de la nueva familia de Martín, pero estoy seguro de que, si se toma con un gran angular, entrarán todos y quedarán fijados en aquella felicidad que con tanto empeño nos quisieron arrebatar. Ahora soy yo quien se tomará una licencia. Dylan Thomas diría que no degradaría la humanidad de tu llegada, Martín, con una verdad grave. Yo tampoco.

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