EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
Mercedes Marcó del Pont consiguió el acuerdo para ser presidenta del Banco Central. El tránsito fue enardecido y binario. El Grupo “A” la maltrató, la citó con anticipación más insultante que escasa a una reunión mal convocada, después revisó parcialmente esa tropelía, pero se negó a hacerle preguntas. La Comisión de Acuerdos avasalló el reglamento y se olvidó en Pasos Perdidos los buenos modales. Un analista político, de ordinario contenido en sus juicios, la calificó de “usurpadora”, cuando todavía el Senado no se había expedido sobre su designación y estaba, legalmente, en comisión.
Marcó del Pont evitó victimizarse o abusar de la defensa propia. Respondió con argumentos a los agravios y a las acusaciones exaltadas. Transitó por los medios, incluso los marcadamente opositores, polemizando con altura. No desdibujó la sonrisa de su rostro ni cedió un ápice en términos ideológicos o técnicos. Dio clases de temple, de fundamentación y de buena onda.
Se alegó que se ponía en la balanza su conducta, lo que es adecuado, no lo fueron muchos cargos que se le formularon. Gerardo Morales, presidente del bloque radical, la acusó de supuestos delitos. Se basó en berretas sentencias de primera instancia que fueron revocadas por la Cámara, con reproches severos para una de las juezas y para los denunciantes.
Los opositores callaron, en cambio, que también estaba en cuestión el perfil novedoso de la funcionaria, al parecer de este diario, encomiable.
Llega a la cabeza del Central, feudo habitual de emergentes de la City, sustentada en una larga trayectoria en defensa del interés nacional y de la producción. Crítica del menemismo y defensora del desarrollo propio cuando pocos osaban serlo, las posiciones de Marcó del Pont resisten cualquier archivo. De ahí que sus adversarios privilegien la diatriba a ese recurso, tan socorrido en la coyuntura.
Seguramente merecía un guarismo más amplio y no depender de Carlos Menem a la hora de la verdad. Pero sus contrincantes tampoco resisten el análisis de saliva. Se trataba de una contienda política en torno de un perfil chocante al sentido común del centroderecha argentino.
Ahora, le cabe a Marcó del Pont coronar en hechos su promisoria llegada: gestionar a la altura de sus pergaminos, misión bien ardua. Algunas insinuaciones produjo ya, en especial tratar de inducir a bancos privados que ganan dinero sin trabajar de tales a un comportamiento más afín al interés colectivo. Su voluntad y buen tino son innegables, las herramientas con las que cuenta son limitadas, pues la banca central noventista se amañó para otros cometidos. Una urdimbre legal que, en mala hora, no se retocó en este siglo.
La moderada e inteligente reforma de la Carta Orgánica que Marcó del Pont propuso cuando era diputada –todo lo indica– no podrá pasar en un Congreso polarizado al mango. Quizá pueda consensuarse una reforma del sistema financiero si el oficialismo sabe sumar, buscando aliados en el centroizquierda. En el contexto de una política económica coyuntural market friendly da la impresión de que el Frente para la Victoria (FpV) no empujará el impuesto a las actividades financieras, una deuda flagrante.
En suma, el Banco Central tiene la mejor presidenta imaginable, dentro de los elencos capacitados al efecto, y un haz de desafíos por delante. Su temperamento democrático rayó alto en el lapso que transitó en la cuerda floja, que no fue tan prolongado: poco más de cuarenta días desde que se conoció el Fondo de Desendeudamiento (Fondea). El Congreso, con sus vicisitudes, funcionó más allá de las profecías catastrofistas y de la indignación reglada por el sentido común mediático.
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El cronista es poco afecto a las competencias internas, pero cree que la regla merece una excepción, ante las imprecisiones y profecías dichas y escritas en las semanas recientes. En sus notas publicadas en Página/12 el jueves y el domingo pasado, anunció que el Congreso sesionaría más pronto que tarde, que el empate paralizante era inestable y transitorio. Permítasele confesar que no dispone de fuentes superiores a otros ni de información reservada. Bastaba observar los hechos sin anteojeras ni forzar conclusiones. Sin embargo, litros de tinta y muchos megas se gastaron en anunciar lo contrario.
El martes los diputados rechazaron el DNU del Fondea, ayer los senadores abordaron dos ítem centrales de su agenda. En un par de semanas se las verán con el decreto del DNU y una ley que aborde un sustituto del Fondea. No era para tanto, pues.
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La tarea parlamentaria incluye maniobras astutas, pícaras, a veces ladinas. El manejo del quórum es una de tantas, hay otras. Hablamos de alternativas del juego, no de corrupciones ni rupturas autoritarias. El fair play es digno de encomio, pero no es esperable (tal vez ni exigible) cuando se pelea palmo a palmo. Ayer mismo, el arco opositor trataba de mejorar su número prevaleciéndose de la enfermedad de la senadora María José Bongiorno y de una demora en la frontera del jujeño Guillermo Jenefes. A nadie se le ocurrió la cortesía que disponen las reglas de la FIFA: patear la pelota afuera hasta que los lesionados reentraran al rectángulo de juego.
El FpV es bilardista o taimado, a menudo. Sus adversarios se le parecen mucho, aunque se autorretratan como un conjunto de novicias, que pierde terreno por ceñirse a las leyes. La mirada autocomplaciente es refutada con un mero vistazo a sus desempeños. Empezaron quedándose con una proporción injusta de las comisiones del Senado, trasgrediendo las tradiciones y las proporciones actuales, de neta paridad.
El vicepresidente Julio Cobos se tomó pachorrientas dos semanas para honrar una decisión judicial que lo compelía a reformular la Bicameral, conforme a derecho.
De la Comisión de Acuerdos (cuya foto sigue metiendo miedo aun en empresarios afines al Grupo “A”) ya se habló.
Ayer mismo, Cobos trasgredió el orden reglamentario de los oradores cuando se analizaba el pliego, ganándose la transversal reprobación de Luis Juez, del presidente del bloque del FpV, Miguel Pichetto, y de su mismísimo correligionario Gerardo Morales. No conforme con eso, interrumpió a Pichetto durante su discurso, arrogándose facultades que no posee.
Los diputados promovieron una sesión virtual, semanas atrás, para declarar la nulidad del Fondea por carácter transitivo. Ni su mayoría creyó la maniobra, así que repitieron el debate anteayer. Varios de ellos tropezaron con la misma piedra, divulgaron que no habían rechazado el DNU, su única potestad legal, sino sancionado una nulidad que hace superfluo el debate en la Cámara alta. La teoría (“Diputados conducción”) fue deslegitimada por el diputado boina blanca Ricardo Gil Lavedra. El senador Morales, un fighter que no se baja nunca del ring pero sabe bastante menos derecho que su correligionario, recitó la peregrina tesis de la nulidad en el recinto.
La cultura política colectiva deja mucho que desear, todos los protagonistas deben elaborar ese problema común. Hay un abismo, que debería evitarse entre esa realidad y una narrativa similar a los films de Hollywood de la década del 50, que enfrenta a buenos impolutos versus malos irrecuperables.
Para precaverla, añadamos un contrafactual, que pudo acontecer ayer y será motivo de nostalgia hoy, para redondear el concepto. Si Cobos (contrariando la ética política, su mandato electoral y el espíritu constitucional) hubiera tenido que desempatar, con un nuevo “voto no negativo”, hubiera sido llevado en triunfo por el bando sedicente republicano. El bilardismo cunde por doquier, ojalá que el regreso del técnico Angel Cappa compense un cachito la tendencia.
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La reforma a la coparticipación del impuesto a las actividades financieras (alias, “ley de cheque”) es un remiendo que no bastará para regenerar la coparticipación. El proyecto es una bandera de tinte federalista que permite a la oposición una causa común, esa quimera que le es tan esquiva.
Entre las posibles réplicas imaginables del oficialismo, en caso de aprobación, está el veto o la promesa de derogación del tributo. Con la actual correlación de fuerzas en el Congreso suena imposible una ley que suprima el impuesto. El veto sí es posible, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, si lo decide, tratará de ponerlo en escena con el apoyo del mayor número de gobernadores posible. Si desistiera de esa herramienta, legal pero no siempre provechosa en términos políticos, parece inexorable una ulterior crisis en los modos de reparto usuales durante el kirchnerismo. Se trata de una acción económica compleja, los fondos remitidos han sido mucho más generosos con las provincias que los de gobiernos nacionales anteriores, aunque con un cierto grado de discrecionalidad. La disponibilidad contra la holgura, he ahí uno de los nodos de las decisiones de los gobernadores.
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Al cierre de esta columna, cerca de la medianoche, faltaban varios oradores y la votación. El tratamiento se había enrarecido con un abrupto cambio de proyecto resuelto de improviso por el arco opositor.
El final era abierto y queda afuera de esta crónica.
Pocas cosas incordian más a un periodista que terminar una nota en un escenario tan cambiante sin consignar el resultado. Pero las reglas del cierre son tan imperativas como las de la lógica política, aunque usted no lo crea.
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