EL PAíS
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El rey ha muerto
› Por Miguel Bonasso
Ayer lo anticipamos en estas páginas, porque todos los datos apuntaban al funesto desenlace. El presentimiento de una perversa nostalgia por el tiempo que se va con él ya es certeza: Lorenzo Miguel ha muerto y está claro que nadie podrá dar vivas a un nuevo rey, porque el reino que condujo durante treinta años –tras la muerte de Augusto Vandor– ya no será nunca el mismo. Hoy aquella UOM que encarnó el sueño pesado de “la patria metalúrgica” se ha reducido a un tercio de sus afiliados y su peso dentro de la CGT y el peronismo ha dejado hace mucho de ser determinante. Otros gremios –como el de camioneros, por ejemplo– ocupan las primeras posiciones de un gremialismo alicaído sin alcanzar, sin embargo, la gigantesca gravitación que tenían los metalúrgicos cuando el proceso de industrialización por sustitución de importaciones estaba en su apogeo.
Ayer decíamos que en un cierto sentido ya se había muerto por culpa de la propia estrategia negociadora y concesiva del “vandorismo”, que hizo retroceder a los trabajadores hasta llevarlos a perder, una a una, las grandes conquistas alcanzadas con el primer gobierno peronista. Conducta aparentemente cautelosa y en el fondo suicida, porque lo llevaría a minar su propia base de poder.
También decíamos, en honor a la verdad antes que a la inercia del prejuicio, que había logrado acercarse en la vejez a hombres que lo habían combatido –con razón– hace un cuarto de siglo, como el líder de Villa Constitución, Alberto Piccinini. O que había admitido y aun auspiciado el creciente liderazgo de un dirigente que estuvo ocho años preso durante la dictadura militar, como es el secretario general de la UOM-Quilmes, Francisco “Barba” Gutiérrez. Que es, sin duda, uno de los cuadros político-sindicales más lúcidos y honestos de lo que alguna vez se llamó “el movimiento obrero organizado”.
Que el Barba sea o no el delfín de una sucesión incierta importa menos que el aporte que dirigentes como él puedan hacer para la recomposición de lo que también solía llamarse “el campo popular”. A la alianza (aún incipiente y frágil) entre las capas medias de la cacerola y los trabajadores desocupados del movimiento piquetero deberá sumarse más temprano que tarde el contingente decisivo de los que aún conservan el trabajo en el medio fabril y continúan sindicalizados. Si la propuesta inteligente de la CTA en su congreso de Mar del Plata comenzara a tomar cuerpo y un nuevo movimiento político y social, liderado por los trabajadores, intentara reemplazar a un justicialismo convertido en el partido de los Barceló y los Ruggerito, la presencia de “los nuevos metalúrgicos” sería imprescindible.
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