Dom 08.08.2010

EL PAíS • SUBNOTA

El simple arte de ocultar

› Por Mario Wainfeld

La divulgación de la cena fue tan sugestiva como el ágape. Dos dueños de medios fueron de la partida, Héctor Magnetto y Francisco de Narváez. Ni Clarín ni El Cronista informaron nada. El multimedios mantuvo, hasta el cierre de esta nota, su silencio. La Nación fue el órgano elegido para presentarlo, haciendo tapa junto a otro manduque entre dueños: el almuerzo de las dirigencias industriales.

Ocultar información es una constante de la gran prensa local, tanto como emitir data falsa. Clarín y La Nación hicieron gala de eso durante la dictadura. Hay quien defiende esa conducta, alegando que era impuesta por el terror. Las dictaduras, empero, fuerzan de ordinario a callar pero casi nunca a hablar. Los editoriales, los análisis de los columnistas, las apologías del régimen, las solicitadas fueron voluntarias, trasuntaron adhesión, que se retribuyó con bienes comerciales.

No hace falta remontarse al siglo pasado para encontrar ejemplos patentes de desinformación y manipulación. La masacre de Avellaneda es un ejemplo bien fresco, como que remite a la instancia previa al kirchnerismo. Los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán fueron encubiertos por la prensa dominante y una fracción relevante de los medios electrónicos durante 24 horas. La proliferación de fotógrafos en el lugar de los hechos desbarató la movida. Tres medios nacionales tuvieron, al día siguiente, las fotos que probaban lo evidente: Página/12, Clarín y La Nación. Eduardo Duhalde, su gabinete y el entonces gobernador Felipe Solá se vieron forzados a desistir de encubrir a los asesinos materiales. Los medios desdijeron sus añagazas, Clarín sigue adjudicándose esa primicia, que en realidad fue compartida. La historia, ya lo dijo un cantor popular, la escriben los que ganan. El sucedido ilustra una verdad compleja. Por un lado alega a favor de la pluralidad informativa, contra la concentración. Pero también comprueba que, en un contexto democrático y con periodistas dignos, ni aún los medios hegemónicos pueden ocultar la realidad de modo perdurable.

Con tamaños antecedentes, esconder (o informar cuándo y cómo se quiere) una cena entre aliados resulta una bicoca. Al fin y al cabo, cada cual elige lo que informa, lo que privilegia, lo que minimiza... eventualmente lo que oculta. Lo llamativo, con tanto exhibicionismo del poder desnudo conduciendo a un sector relevante de la clase política, es que se siga pretendiendo homologar intereses empresarios con prensa independiente.

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