EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
Desde la partida de Néstor Kirchner hasta ayer a la tarde, el cuerpo de la Presidenta fue el mensaje. Adolorida, firme, constante junto al féretro, durante horas. Decidida para pedir a la policía que dejara acercarse a los manifestantes. Expresando la congoja, ya sin anteojos negros, dejando brotar las lágrimas en sus palabras del lunes, breves y precisas: agradecimiento, mención especial a los jóvenes, exaltación de los años democráticos comparados con décadas anteriores.
Ayer, en Córdoba, la presidenta Cristina Fernández pronunció por un largo rato un discurso de los habituales, de aquellos que desgrana a diario. Muchos de sus tópicos se fueron sucediendo, recorrámoslos sin agotar el listado. La historia de la industria automotriz. El Cordobazo. La rebelión de los trabajadores mejor pagos. El “modelo” existente de 2003. La reindustralización, su defensa durante la reciente crisis mundial. El valor agregado. Cifras record, en este caso sobre patentamiento de autos en 2010. La importancia del trabajo calificado, las cadenas productivas. Las netbooks. La Asignación Universal por Hijo (AUH).
Es buena oradora y, acaso, mejor expositora. La verba de tribuna no es su mejor registro, sí el eslabonamiento conceptual o la explicación. No es devota de incitar al aplauso durante el discurso. Más aún, a menudo lo evita o desalienta: sigue hablando porque privilegia la ilación. Así fue durante más de un cuarto de hora, como en tantas ocasiones previas, hasta la semana pasada, antes del miércoles 27.
Al final, cambió el tono, transmutó la calma y la sonrisa que sostuvo durante todo el acto: en los saludos, en la entrega de las netbooks a estudiantes. Habló de “él”, aseguró saber que “está caminando entre ustedes”, frisó el llanto, quebró algo la voz. No pronunció ni el nombre, ni el apellido ni el cargo que ocupara Néstor Kirchner. Tan solo “él”, como lo apelara el día anterior cuando se internó en su pérdida personal, extrovirtió su dolor y se consagró a agradecer “a todos, por todo”.
Seguramente, el nuevo tramo alusivo a Kirchner integrará su oratoria futura. Y como los restantes ejes, generará adhesiones, rechazos e incitará barbaridades de sus adversarios.
Demasiadas hubo en menos de una semana, incluyendo la falta de respeto ante decisiones humanas básicas, como el modo de velar a un ser querido. Hay quien exalta la República y después se cree con derecho a pontificar si el cajón debe estar abierto o cerrado: política berreta, nulo humanismo. Esas decisiones, desde el fondo de la historia, conciernen a la familia. Quienes se acercaron a Kirchner para decirle adiós no dieron la impresión de sentirse defraudados o maltratados. Ni tenían por qué estarlo: la Casa Rosada y la Plaza se abrieron para ellos. Toda la organización les dio cabida para moverse, para llegar, para expresarse, para despedirse.
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Actos, atril, rolar recurrente por provincias y otros países. La Presidenta, como sus pares de la región, vive en movimiento. Retomó ayer sus rutinas, en otro estadio de su vida personal. Pronto viajará a Corea, ya se sucederán otros periplos.
Claro que, cuando hable, todas las miradas convergerán sobre ella, preguntándose cómo está, cómo sigue.
Sus adversarios políticos y sus antagonistas corporativos quieren instalar un veredicto prematuro: la Presidenta no es tal, es inepta, “terminó un ciclo” con la muerte de Kirchner. Es curioso, horas antes concordaban en que el ciclo estaba clausurado.
Ahora remachan: tanta insistencia revela (sin quererlo, quizá) más el anhelo que los hechos. La Presidenta es la candidata con mayor intención de voto, su imagen (que venía en ascenso lento y sostenido) trepó en estas horas infaustas. El crecimiento anual del PBI será grande, tanto como el del consumo. Las predicciones económicas para 2011, auspiciosas.
Lejos está el cronista de formular profecías sobre un escenario complejo, de final abierto. Nada está sellado un año antes de las elecciones, tal vez en la Argentina esa tendencia se acentúe. Pero asumamos una evidencia. Dista de estar vencida quien ocupa la pole position para la primera vuelta del ballottage, cuenta el control del Estado, plata en “caja”, apoyo de la CGT. Cualquiera de sus adversarios daría una libra de carne por acumular alguno de esos recursos.
Las primeras reacciones políticas dentro del espacio peronista hablan de un mundo muy diferente a la narrativa de la cadena mediático-sojera Expoagro. El gobernador Daniel Scioli reunió a lo más granado del poder institucional bonaerense para pronunciar un claro apoyo a la Presidenta, como líder del “espacio”. Fueron hasta los intendentes ariscos. A muchos no los mueven el amor ni la lealtad, sino el deseo que en política tira más que una yunta de bueyes. Los cargos legislativos y ejecutivos del “territorio” se dirimen en la primera vuelta, esa en la que el FpV, con la foto de hoy, primerea por paliza. Apartarse de ese fueguito puede ser un suicidio. Los medios instigan a Scioli y a un puñado de intendentes a inmolarse. Reinciden en un afán que fracasó en otras fuerzas: todo este año procuraron, en vano, convencer a los referentes del Grupo A para que desistieran de la competencia interna por candidaturas. Ni los sumisos opositores pueden someterse a tamañas directivas, que truncarían su carrera. Menos, todo lo indica, lo harán los justicialistas más avezados en la búsqueda del poder.
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El conmovedor y nítido agradecimiento masivo a Néstor Kirchner tuvo que ver con su obra de gobierno. No lo honraron por amiguismo, por ser de la misma camiseta, por cholulismo, por encantos mundanos. Si la presidenta Cristina quiere prolongar el ciclo, debe esmerarse en mantener o mejorar los desempeños de gestión. En la Casa de Gobierno, empezando por ella, todos lo entienden. De ahí a concretarlo hay una diferencia grande, que deberá saldarse día a día.
“El” ya no está. Ella retomó, con fortaleza digna de mención, su agenda cotidiana, recargada y fatigante. Habrá (ya hay) quien deposite confianza e ilusiones en ella, proliferan quienes la ningunean.
Describió que estos momentos no son los más difíciles de su presidencia, aunque sí los más dolorosos. La segunda parte es irrebatible; la primera, opinable. En cualquier caso, cuando todos están (estamos) pendientes de su más mínimo gesto o cada una de sus palabras, vale recordar una anécdota de esas etapas difíciles. Fue después del voto “no positivo” de Julio Cobos. Una derrota tremenda, que suscitó desazón y discusiones en Palacio. Hasta hubo versiones sobre una potencial renuncia. Al día siguiente, en medio de formidables dificultades pero sin dolor, Cristina Fernández reapareció en un acto, entrando al lado de alguna de sus ministras. Eran circunstancias bien distintas a las actuales pero con factores comunes. Entre ellos, que todos la miraban, pendientes de su gesto, de su cara para pispear si había bajado los brazos.
Producida como es su norma, caminando ligero y taconeando, le dijo a su ministra: “Sonreí, que todos sepan cómo somos las mujeres”. Después vendrían la reforma jubilatoria, la ley de medios, la AUH, el pago de la deuda con reservas del Banco Central, la ley de matrimonio igualitario.
Ayer volvió a la lid, a los discursos de siempre, con un añadido pasional y triste que es al unísono una interpelación política. El resto está por hacerse, por verse.
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