EL PAíS • SUBNOTA
› Por Werner Pertot
Lejos de la originalidad, Mauricio Macri tocó un tópico favorito de la derecha global: la inmigración ilegal. Entre los innumerables debates en Europa sobre los extranjeros, uno de sus momentos más famosos fue el manifiesto de 1992 “Austria primero”, que impulsó el neonazi Jörg Haider. Allí se sostenía que Austria “no es un país de inmigrantes” y se reclamaba cerrar las fronteras hasta que se eliminara la inmigración ilegal y se bajara el desempleo al cinco por ciento. También proponía registrar y clasificar a todos los extranjeros y limitar sus derechos a tener educación pública. Se trata de un ejemplo clásico –al punto de que es investigado académicamente– del pensamiento xenófobo. Pero también es un discurso extendido socialmente por estas pampas. Y no es necesario remontarse a la Ley de Residencia, de Miguel Cané, y a su libro La expulsión de los inmigrantes para encontrárselo: “Yo no discrimino, pero soy nacionalista. Y acá los peruanos vienen todos a delinquir. Ya hay pintadas de ‘haga patria, mate un peruano’”, reversiona el taxista que lleva a Página/12, mientras pone primera hacia el fascismo explícito. “La mayor parte de las veces que te roban, es un extranjero. En las villas, son todos paraguayos, bolivianos. Hacé un censo. Somos demasiado permisivos: si quieren educación y salud, que la paguen. Y si los agarran, que los manden a su país”, propone, sin filtro, antes de que el viaje termine.
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