EL PAíS • SUBNOTA › OPINIóN
Un acto bien organizado, masivo, que salió tal como se pensó. El diseño del palco, todo un detalle. El discurso de Moyano, el tono, el recorrido, la exaltación de Kirchner. Un mensajito sobre los ’90 y la dictadura. La lógica de una alianza estable. Las demandas. Prepagas, participación en ganancias, diálogos intersectoriales. Y algo más.
› Por Mario Wainfeld
El clima, rara avis en la coyuntura política, adoptó una postura intermedia. No prodigó un día peronista, soleado y brillante, pero tampoco llovió, evitando aguar el festejo. La concurrencia fue multitudinaria, la organización prolija y sin fisuras. Los manifestantes llegaron, se expresaron y se fueron dejando casi sin argumentos a la Vulgata mediática dominante. Quedan siempre los conteos de micros y de choris, pero son patética explicación para la asistencia de tamaña muchedumbre. Llamarlos “militantes”, como insiste cierta prensa, es una doble flaqueza conceptual. Primero, porque arranca de menoscabar a los militantes, considerándolos una especie inferior a los ciudadanos libres (“la gente”) aquellos que, por decenas, se apersonan a los actos del rabino Sergio Bergman. Segundo, porque ninguna persona que sepa de política puede creer que nadie, ni siquiera un líder gremial como el secretario general de la CGT Hugo Moyano, congregue tantos militantes. Si contara con ellos, otro gallo cantaría. En el backstage del acto sin duda hubo organización, cuadros avezados, militantes. En la avenida 9 de Julio, le guste a quien le guste, una base social que ninguna fuerza opositora puede convocar hoy día.
El discurso se pronunció temprano, aun antes de lo previsto días atrás. La intención era prevenir desbordes y garantizar una desconcentración calma, con luz natural.
El palco, abrumadoramente masculino, también fue pensado con minucia. Moyano estuvo flanqueado por Daniel Scioli y Julio De Vido. El gobernador bonaerense era el mandatario más importante presente, con el que hay pulseadas por el manejo del PJ presidencial y las listas, pero también suficiente armonía para reconocerle un lugar de privilegio. El ministro nacional es el que tiene mejor onda con la cúpula cegetista.
En la primera fila, dirigentes sindicales alternaban con ministros, mientras Pablo Moyano quedaba al lado del referente de La Cámpora, Andrés “El Cuervo” Larroque.
Las demandas públicas y conocidas se hicieron oír, sin estridencias ni demasías. No hubo apriete, hubo política.
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Las palabras: Moyano es un autodidacta, muy inteligente. Nadie recorre su periplo (desde muy abajo hasta su actual posición) sin serlo. Habituado a los hechos de masas, maneja un registro amplio como orador. Puede ser un polemista fogoso e ingenioso, puede ser un agitador embravecido. Ayer, privilegió explayarse tres cuartos de hora como un dirigente sereno: recorrer la historia reciente, describir los motivos de una alianza estratégica entre su sector sindical y los gobiernos kirchneristas. Moderó el uso de la voz, se autolimitó en materia de sarcasmos, ironías y exabruptos, de los que tiene un buen repertorio. En esos casos, el jefe de los camioneros alarga las vocales, seguramente para no hablar muy rápido ni muy fuerte.
Su puntillosa descripción de lo ocurrido desde 2003 concuerda en gran medida, con matices lógicos, con la narrativa del disco duro “pingüino”. La seguidilla enhebró realizaciones, cambios legales y culturales, reconocimiento a los derechos de los trabajadores, política internacional, desafíos al Fondo Monetario Internacional y al ALCA. Alabó novedades de los últimos años, tradicionalmente exóticas a las demandas de la CGT: la ley de medios, la Asignación Universal por Hijo (AUH).
Ese fue el núcleo duro del discurso, la descripción de la lógica instrumental que explica la adhesión a un proyecto. Adhesión que no es incondicional, puesto que se basa en contrapartidas. Ni es pasiva, puesto que se dinamiza con reclamos.
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Exaltación y mensaje: La exaltación de la figura del ex presidente Néstor Kirchner enmarcó e inició el discurso. Moyano pidió un minuto de silencio por Perón, Evita, los mártires del movimiento obrero y Kirchner. Y luego lo recordó con detalle y dando cuenta de su afecto (“los que lo quisimos”). A la Presidenta le reservó elogios, agradecimiento por su nota de adhesión al acto y un tratamiento más institucional. Reprodujo el modo de relación que lo ligó y liga a cada uno.
Moyano mitigó su belicosidad, como un genuino león herbívoro, aunque se permitió un par de licencias. La primera no salió de su boca sino de un texto escrito por “una compañera trabajadora de prensa”, dedicado “al Negro”, que leyó el secretario general del Sindicato de Dragado y Balizamiento, Juan Carlos Schmidt. Fungió como prólogo de una tenida con orador único, tenía su miga: una apología de los gremialistas, un palazo a quienes desde otros estamentos sociales los ponen bajo la lupa constantemente. En las loas a Moyano, un párrafo fustigaba a quienes “compraron al menemismo en cuotas”. Una referencia que podía haber hecho ruborizar a muchos de los ocupantes del palco, dirigentes políticos o sindicales, integrantes del gabinete, mandatarios de provincias o intendencias. Toda autobiografía conjuga recuerdos y olvidos estratégicos. Toda memoria incluye elipsis, retoques del pasado. De ahí que nadie se diera por aludido ni se privara de aplaudir, pero el mensaje existió.
Lo completó, ya en boca de Moyano, la evocación de la primera huelga general contra la dictadura, de la que vienen de cumplirse 32 años. Moyano recordó y ensalzó a los “25”, que la promovieron; a su propio sindicato (entonces conducido por Ricardo Pérez), que participó activamente y glosó una crítica a los que no se implicaron, pudiendo hacerlo.
Fue una ráfaga de diferenciación en un discurso inclusivo y de pertenencia, también una ratificación de identidad.
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Las demandas: Los planteos, consabidos, redondearon el discurso pero no fueron su plato principal. La inclusión en las listas para las elecciones, un tironeo que tiene sus bemoles y en el que el ala política del Frente para la Victoria (FpV), seguramente, extrañará la capacidad de articulación, pressing y negociación de Néstor Kirchner.
Lo útil no es enemigo de lo agradable ni lo coyuntural accesible a lo virtual deseable. Quizás por eso, el secretario general repuso el ideal del “fifty-fifty” tan difícil de tabular y tan distante aún, según el ojímetro del cronista y mediciones más certeras de especialistas afines al oficialismo pero ajenos al Indec.
Dos proyectos que tienen estado parlamentario integran la nómina, merecen un apartado cada uno.
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La deuda constitucional: La participación obrera en las ganancias de la empresa es bastante más que un proyecto cualunque, hablamos de un mandato constitucional incumplido desde hace más de medio siglo. Desde luego, eso no les mueve el jopo a las corporaciones empresarias, a buena parte de los partidos opositores, a formadores de opinión y juristas que (en otras temáticas) alardean de ser republicanos sin desmayos. Moyano remachó ayer la necesidad de su aprobación que, ay, navega a contracorriente de la lógica del Congreso 2011.
Con las dos cámaras muy divididas, numerosos senadores y diputados enfrascados en las campañas es casi imposible que progresen propuestas que no tengan consenso extendido. Esta dista de ser una de ellas. Llevarla al recinto podría ser para el FpV un revés indeseable, que seguramente querrá evitarse. El presunto apoyo del centroizquierda opositor sólo valdría en Diputados, en el mejor de los casos. Las disputas intestinas y el afán de diferenciarse del oficialismo a como hubiera lugar pueden incidir más que la validez ideológica del proyecto. El pronóstico del cronista es que, con las coordenadas actuales en el Congreso, la participación en las ganancias deberá esperar hasta un mejor momento. Podría serlo el 2012, si mediara una victoria cómoda del kirchnerismo. En otro caso, irá al archivo sin escalas.
Moyano, que conoce el paño, seguramente no espera el parto de la ley en este año sino mantener alta una bandera tan válida como resistida a rajatabla por las patronales, cuyo apego a la Constitución es muy inferior a su interés en defender su poder. El poder dentro de la empresa es el eje de esta discusión, tanto o más que la plata.
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La trapisonda legal: La regulación de las empresas prepagas de salud es un malentendido legal o un caso de mala fe expositiva, para ser más precisos. El proyecto fue aprobado por Diputados, corregido por el Senado, volvió a la Cámara de origen. Llegado a este estadio, Diputados no tiene margen para desecharlo, está forzado por el artículo 81 de la Constitución a aprobarlo. Con el texto original, si consigue una mayoría para doblegar la corrección de Senadores. Con las reformas de la Cámara alta, en caso contrario.
No hay tercera posición que valga, la Carta Magna no deja resquicio. Por lo tanto, Diputados está violentando sus deberes cuando remolonea en el tratamiento. Las razones no son republicanas sino de poder desnudo: los lobbies empresarios presionan de lo lindo. Grandes auspiciantes en los medios, cuentan con ellos como escuderos. La pauta privada tiene lo suyo, no vaya a creer. Demasiados diputados se sensibilizan por las presiones y faltan a su deber.
Demonizar esa ley, que tiene más de un año de trayectoria y no fue impulsada por el movimiento obrero, como “un reclamo de Moyano” es un modo capcioso de combatir, camuflando la mala praxis de ciertos legisladores. De paso cañazo, de darles una manito a los doctores Cureta y a su particular visión de lo que debe ser el sistema de salud.
La norma saldrá y aliviará en algo el expolio que sufren los clientes del sistema privado. Las empresas alegan que quebrarán en malón, quizá se estén victimizando, como es su hábito.
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Un Consejo relegado: Moyano se mostró proclive a la postergada conformación del Consejo para el Acuerdo Económico y Social. Se trata de una añeja iniciativa de la Presidenta, que nunca encontró el momento justo. En 2008, cuando hacía sus pininos, lo dinamitó el conflicto con las entidades agropecuarias.
Recauchutar el escenario era difícil, la escalada entre el Gobierno y el multimedios Clarín agravó la complejidad.
En varias ocasiones, Cristina Fernández de Kirchner les pidió a los ministros Carlos Tomada y De Vido que redactaran el proyecto o que lo repusieran en la vitrina. Crear una institución tripartita, de consulta obligatoria, sería un avance interesante. Lograr el plafón para conseguirlo es muy arduo. De nuevo, no da la impresión de que este año electoral sea la ocasión precisa. La obstinación opositora de grandes corporaciones, a las que se suma Techint, agrega ripios.
Lo que sí puede plasmarse y tiene el encanto de lo posible es mayor diálogo intersectorial con intervención del Estado. El espectro de las corporaciones empresarias no tañe la misma melodía que Techint o Clarín. Su encono antigubernamental es menor, la unción del ubicuo José Ignacio de Mendiguren al frente de la Unión Industrial Argentina (UIA) testimonia la transición. La explican varios factores, seguramente los más potentes son la gobernabilidad, el crecimiento sostenido, el escenario propicio para la reelección. Por añadidura, muchos empresarios broncan contra el Gobierno, pero piensan que un gobierno opositor sería una calamidad. La prosperidad que los envuelve (se la llevan con pala, en carretilla o en container, discrepan distintas escuelas económicas) redondea el cuadro.
Juntar a los actores productivos, atenuar la conflictividad, dividir un empresariado que años ha era un bloque hostil y homogéneo son buenos incentivos para el Gobierno, que hizo un buen ensayo con las corporaciones del agro.
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Caos son los de afuera: Nada se descuidó, ni el manejo del espacio ni el de los tiempos. El acto fue un éxito, al haber concretado sus objetivos previstos, un manifiesto apoyo al proyecto kirchnerista, a la reelección de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, una comprobación “en el rectángulo de juego” del capital propio. Patrimonio que incluye, desde hace años, una presencia en la calle que reconoce pocos precedentes en el movimiento obrero, acaso sólo el del carismático Saúl Ubaldini.
La capacidad de movilización no se traduce mecánicamente en votos. Pero es un recurso político que cualquier protagonista debe tener. También es un galón, dentro del peronismo, haber recuperado el festejo masivo del 1º de Mayo. Hubo un largo tiempo en que eso era, simplemente, pasado.
Cumplidos sus afanes, la movilización dejó conformes a la CGT y a la Casa Rosada. La contrapartida ciudadana, a pesar de la vocinglería mediática, fue escasa. Problemas de circulación en una zona restringida de la Ciudad Autónoma. Una bicoca, comparada con el zafarrancho que atravesó Londres, donde es tan lindo que la gente se quiera.
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