EL PAíS • SUBNOTA › LA HISTORIA DE JESUS BONNET
› Por Alejandra Dandan
Jesús Bonnet tiene 51 años. A los 16 lo secuestraron, torturaron y lo sometieron a simulacros de fusilamiento en la comisaría de Escobar. Estuvo encerrado con Gastón Goncalves y otras víctimas de Luis Abelardo Patti. Recorrió otros centros clandestinos y casi dos años después terminó obligado a un exilio en España, donde se casó. Años después volvió a la Argentina –en lo que los psicoanalistas describen como un regreso al espacio sintomático–, donde cometió un delito por el que desde hace 18 años está detenido en una Unidad Penal del neuropsiquiátrico Melchor Romero por una medida de seguridad.
Jesús declaró en los últimos meses en la causa Patti. Su testimonio fue evaluado por los fiscales, querellas y luego validado por el Tribunal. El caso ilumina las complejidades del terrorismo de Estado, dice Fabiana Rousseaux.
Durante los primeros años de encierro, sólo lo visitaba su madre. Ella empezó a hacer el trámite de reparación por su detención durante la última dictadura, pero cuando iba cobrar se murió. Sospechosamente, alguien cobró en nombre suyo, a pesar de que él estaba privado de la libertad y curiosamente los documentos en manos del Servicio Penitenciario Federal, recapitula la funcionaria que está siguiendo el caso con la abogada Ana Oberlín y los hijos de Gastón Goncalves.
Sus compañeros de militancia lo dieron por muerto o desaparecido o preso hasta meses atrás, cuando en medio del juicio a Patti la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia y Oberlín lo ubicaron en el penal. “Las querellas lo van a ver y se encuentran con una persona con una memoria intacta de lo que había sucedido –dice Rousseaux– y que daba elementos que constaban en escritos y que nadie podía rememorar”. Los testimonios se analizan en relación a la concordancia que tiene con otras pruebas y la coherencia interna del relato: Jesús contó todo sin una sola duda y en ningún momento tuvo contradicciones.
Dicen que en todos esos años, cuando encontraba a Patti en televisión, Jesús decía que era la persona que lo había torturado. Cuando lo hacía, le inyectaban Halopidol y deliraba: “En 18 años nadie le creyó que él había sido torturado por Patti y tiene todo el deterioro en el cuerpo”, dice la funcionaria. Cuando Jesús declaró en la audiencia subió al escenario con las manos esposadas. Los represores estaban con las manos libres. Era la primera vez en 18 años que salía a la calle. Cuando terminó, bajó las escalinatas llorando y vio a sus viejos compañeros que lo saludaban con las manos en alto. “Se fue muy emocionado –cuenta la funcionaria que estuvo con él–, y yo vi su dignidad, porque me dijo: ‘Yo me responsabilizo por lo que hice, cometí un crimen, y por esto tengo que estar acá’, y Patti en el mismo escenario dice: ‘Yo no hice nada’.”
Jesús “hace un uso de la memoria que nadie podría comprender jamás si no fuera porque se trata de un hombre que durante 18 años había estado sometido al olvido y a la indignidad de perder el valor de su palabra –escribió Rousseaux en un texto sobre Jesús–, convirtiéndose en un sujeto que no puede responsabilizarse ni de sus actos, ni de sus dichos, ni de sus dolores, y ante lo cual cada demanda y cada opinión fueron acalladas del modo más duro”.
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