EL PAíS • SUBNOTA
› Por Alfredo Luis Fernández *
Fito Páez no sólo se desahogó. Se sentó, escribió o dictó una columna, la releyó, sintió que era eso lo que quería decir y la envió al diario.
Muy probablemente ni se retracte ni elija pedir disculpas, pues decidió poner las cosas blanco sobre negro. La corrección política diría que no debe reaccionarse así frente a quienes se debe intentar sumar o seducir para el ballottage. Fito, en vez de pensar en la quimera del ballottage, prefirió, desde la libertad y la fuerza de su voz, darle un palo al avispero y que el asunto se discuta.
Hay varios problemas. Uno de ellos, que la inmensa mayoría de quienes deciden de manera egoísta y frívola, o no se enterarán del palo al avispero, o se enterarán y no le darán importancia, o se sentirán reafirmados en su egoísmo, su frivolidad o, en el mejor de los casos, su sentido pendular de lo que es conveniente políticamente en cada caso. Otro problema: es toda una discusión la diferencia entre aparentar y ser, porque cada uno de nosotros de algún modo construye su propio personaje, piensa su propio modelo y procura gestos, bienes, poses desde las cuales elige presentarse a los demás. No es que el ser no exista. Está allí. No es que no podamos distinguir actitudes egoístas de las solidarias. Pero si vamos a interpelar a los que deciden por derecha a pesar de los evidentes baches del personaje Macri, tendremos que advertir que no sentirán que les decimos demasiado por reprocharles aparentar. Por el contrario, para muchos votarlo es una muestra de brutal espontaneidad.
La cuestión es qué hacemos desde el proyecto nacional frente a esa gente. No es una cuestión fácil. Parece evidente que no es una campaña el ámbito propicio para demostrarle a una parte de ellos que han vivido moralmente equivocados. En la que concluyó en la primera vuelta, ni siquiera pudimos demostrarles que se equivocaron con Macri.
¿Hay que seducirlos? ¿Mentirles un poquito? ¿Ponerse un poco cínicos? ¿Dónde encuentra límite al cinismo el político que, aun desde las buenas intenciones, empieza a moldear su discurso a lo que algunos quieren escuchar?
¿O acaso el camino es el contrario? ¿Confrontarlos brutalmente, tratar de ponerlos cara a cara frente a sus supuestas miserias y egoísmos, ser implacable confiando en que alguna vez conseguiremos que nos comprendan?
El cinismo suele terminar mal. El otro camino, el que de algún modo eligió Fito, salvo que se den circunstancias especiales de deterioro de la lógica individualista en lo público, no logra quebrar la indiferencia ni parece brindar muchas garantías de que pueda hacerlo aun en el largo plazo. Corre el riesgo de vivir siempre en el atril de lo testimonial.
Creo que lo que debemos hacer es preocuparnos honestamente por su visión y su percepción de las necesidades y problemas de la ciudad e intentar explicarles por qué creemos que el nuestro es el mejor camino para atender sus expectativas y por qué no las resolverán nuestros contendientes.
No tenemos que mentirles ni ser cínicos, pero sí demostrar que estamos preocupados por lo que les preocupa y que tenemos políticas para esas cuestiones, porque en definitiva es a los habitantes de esa ciudad a los que pretendemos representar y gobernar, y no sólo a la parte que es más afín a nosotros. Si logramos entrar en sus preocupaciones legítimas, aunque no sean nuestras prioridades, lograremos establecer un diálogo. No hará falta renunciar a nuestra identidad ni mentirles. No es fácil. Pero si logramos hacerlo bien, se hará más llevadera nuestra tarea y quizá sean nuestros adversarios los que exploten enojados.
* Presidente de Fundación Conurbano.
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