EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mariana Carbajal
“A los dos años un día me llama una mujer que tenía cuatro chicos chiquitos, de 1, 2, 5 y 9 años, y el marido se había matado en un accidente de avión. Empezaba a atravesar el difícil camino del duelo y se había enterado de mi caso. Y me dijo, yo quiero estar con alguien que haya sufrido algo parecido. Le pasó mi teléfono alguien del country que ella conocía. Yo más o menos venía empezando a remontar. Y nos conocimos. Nos conocimos profundamente y juntamos las familias en 2001, sus cuatro hijos y cuatro míos, y hace ocho años tuvimos el de ambos, el noveno. Los hijos de ella han vivido más tiempo conmigo que con su padre biológico y viceversa. Vivimos todos juntos acá. Es muy rica la historia. A nosotros nos unió el dolor. El matrimonio es una suma de grandes complementos. Todos sumamos. La realidad es que cuando pasás por situaciones tan dolorosas, crecés. Cuando la enterramos a Marichu dije que ella nos hizo a todos mejores personas. O menos malas. Y nos hizo más empáticos, a todos nos desarrolló el poder ponernos en el lugar del otro.”
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