EL PAíS • SUBNOTA
› Por Mariana Carbajal
¿Cómo tramitaron la situación sus hijos?
–Mis hijos eran chicos grandes o grandes chicos. Cuando vivís una situación así, maduran a una velocidad mayor. Ellos convivían con esa realidad. Al principio y durante mucho tiempo íbamos todos los días a la clínica. Yo les expliqué por qué recurría a la Justicia y quería una autorización para interrumpir la alimentación y la hidratación. Ellos lo entendieron y lo apoyaron. Les dije por qué lo hacía y también que la familia de su mamá no quería, y que era también entendible. Cuando fui a la Corte de Buenos Aires, mis dos hijos mayores se ofrecieron a hablar con los jueces, pero no los recibieron. Para los chicos es muy difícil. Después de un tiempo no fueron más a la clínica. Ellos decían: “Si no vamos, nos hace mal porque nos sentimos culpables; si vamos, nos hace peor porque vemos lo que no queremos ver”. Para todos era difícil, pero para ellos era terrible. La realidad es que el duelo nunca empieza. Vivís en una herida abierta que no cicatriza. Es difícil de explicar. Al principio iban cien personas a rezar el rosario, convulsionaban la clínica, y un médico me decía: “Dentro de un tiempo no va a venir nadie”. Y es verdad y es entendible, la vida sigue. Los últimos años iba yo solo prácticamente. También mi familia política, pero más esporádicamente por razones de distancia: es de Rosario.
–¿Cómo eran esas visitas?
–Es terrible. Hasta los cinco años iba todos los días. Desde ahí hasta los 12 años fui un promedio de tres veces por semana. Vas para no sentirte mal, para no decir “te abandoné”. No podés hacer nada, está bien atendida, no te podés comunicar, vas viendo el deterioro.
–¿Cómo siguió su vida?
–Mi vida... y bueno, yo tuve que distribuirme durante mucho tiempo entre Marichu que me insumía mucho tiempo, sobre todo en la primera etapa, entre mis hijos, tenía una beba y tres chicos que iban al colegio, y el trabajo...
–¿Y la beba?
–La vida te compensa, fue una beba muy tranquila, muy dócil, comía bien, no se enfermaba, dormía bien, siempre feliz, siempre sonriente. Le tocó darse cuenta de que había sucedido lo que había sucedido. Yo siempre filmé los partos. Y ése estaba filmado. A sus hermanos y a ella, cuando tuvo la edad, les mostré el parto donde ella nace, y su madre la recibe y hace un chiste y le da el pecho, después la llevamos a ella y después ocurre... ¿Qué valor tenía ese documento? Que ella tuviera claro que no había sido por su culpa. “Vos ya te habías ido”, le dije. Los chicos fueron muy sabios en eso, la quisieron mucho. Nunca plantearon la dicotomía: el que esté ella implica que no esté mamá...
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