EL PAíS • SUBNOTA › CRóNICA DE LOS RECLAMOS
› Por Emilio Ruchansky
Mate en mano, de civil y de uniforme, ayer a media mañana el nutrido grupo de prefectos que copó el edificio Guardacostas, sobre avenida Madero 235, cantó repetidas veces: “El sueldo no se toca”. Luego se sumaron cinco camionetas de la fuerza al corte de una de las manos de la avenida, frente a ese edificio. Para asegurarse de que los jefes salieran por la puerta principal, los prefectos pusieron dos esposas sobre una entrada de Macacha Güemes y cruzaron dos móviles en otros dos accesos. Dijeron, en todo momento, que los asistentes estaban de franco y no portaban armas. “Todo pacífico”, gritaban desde los márgenes de la avenida, cada vez que se armaba alguna corrida. Sin embargo, por la noche, un integrante de la cúpula de la Prefectura Naval fue golpeado cuando intentaba irse y debió volver al edificio, sitiado al cierre de esta edición.
“Hubo un blanqueo en los sueldos, pero quedaron ítems en negro. Y al final nos encontramos con que nos terminaron bajando el sueldo. Muchos venimos de otras provincias a trabajar acá y nos sacaron el plus por vivienda”, aseguró un oficial a Página/12. Según él, lo mismo podría ocurrir en la Gendarmería Nacional. “Si no se acuartelaron es porque todavía no cobraron. Les tenían que pagar hoy (por ayer), pero al final cobran el jueves o el viernes. Se la agarraron primero con nosotros a ver cómo reaccionábamos y bueno, acá estamos”, agregó.
En las escalinatas del edificio había varias banderas con consignas de la protesta. Una decía: “Los gendarmes también son humanos y tienen derechos” y contenía la imagen de la Virgen del Valle de Catamarca. Al rato se sumó otra del autodenominado Sindicato de Policías y Penitenciarios de la Provincia de Buenos Aires, al mando de José Aníbal Carranza. A pocos metros, en el parabrisas de un micro de la Prefectura, un cartel anunciaba la presencia de “Esposas y Familiares de Prefectos Unidos por Nuestros Derechos”.
Mientras esperaban las novedades, los prefectos tocaban el pito y coreaban “¡Pre-fec-tura! ¡Pre-fec-tura!”. En los alrededores no se veían móviles de otra fuerzas de seguridad. Como no había forma de que se enteraran de lo que ocurría adentro, en un momento un prefecto se subió a una camioneta, la acercó a la puerta principal y habló con megáfono desde el vehículo. “Hicimos llegar un petitorio. Exigimos que se derogue el decreto presidencial que nos bajó el sueldo y que la categoría mínima sea 7000 mil pesos”, se oyó desde la camioneta y estalló un grito de guerra.
Otro de los pedidos, recurrentes, apuntaba a que no hubiera sanciones ni expulsiones por participar de esta protesta “ilegal”, como reconocieron los uniformados más experimentados. El miedo a ser “infiltrados” por agentes “externos” era constante. “Acá hay un montón de gente de La Cámpora”, imaginó uno de los prefectos. Más tarde otros seis se abalanzaron sobre este cronista. “Vos estás poniendo los números de las patentes de nuestros patrulleros”, aseguró uno. Otro solicitó documentos. Cuando este cronista les explicó que no era su intención anotar patentes, se disolvieron.
Alrededor de las 18, se hizo presente la dirigente del MST Vilma Ripoll. “Andate de acá, zurda”, le gritaron algunos prefectos. La dirigente insistió, pero no hubo caso. Más tarde, desde un auto particular, un hombre bajó una goma de tractor para quemar en plena calle. “Llevate eso, tomátelas. ¿Qué te creés? ¿Que noso-tros somos piqueteros?”, le espetaron. El neumático, junto a otros dos más pequeños, fueron descartados en la vereda de enfrente. En un momento, un suboficial cruzó su auto nuevo en la avenida Madero, pero lo disuadieron porque no hacía falta.
“Tenemos todas las salidas cubiertas”, le recordó un camarada. Cuando anochecía, hubo varias corridas. La primera contra dos autos estacionados en doble fila, que venían a buscar a los jefes de la Prefectura. “Abrí el baúl”, les gritaron a los dos choferes, que huyeron sin llevar pasajeros cuando sintieron las primeras patadas contra sus vehículos. Y entonces, desde el megáfono del patrullero, se oyó: “Vamos a esperar hasta que depositen la plata en el cajero. Y ya les pedimos un plus por trabajar de noche y fines de semana”. “Voy a cobrar 10 lucas”, se alegró uno.
“No nos vamos nada, que nos saquen a patadas”, cantaron luego, mientras caía papel picado desde el quinto piso del edificio. En el hall, había caras largas y mucha tensión. Un empleado administrativo aseguró que los sueldos más afectados son los de jerarquías intermedias: “Ganaban nueve mil pesos y pasaron a seis mil en mano. Muchos sacaron préstamos y están pagando cuotas, otros alquilan. Además está el recargo, están trabajando más y en la calle”. Afuera, continuaba la vigilia y se sucedían las corridas y agresiones cada vez que algún jefe intentaba irse.
“Los millones, queremos los millones”, cantaron el resto de la noche.
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