Silvia Núñez recuerda que a su papá, Diego Núñez, un operario de Mercedez Benz, lo secuestraron dos veces en 1977. Las dos veces ella vio cómo se lo llevaban de su casita en San Justo. La primera, lo vio desde la ventana, “con capucha y esposado” de su casa. A su mamá le pegaban y la amenazaban con llevarse a una de sus hermanitas. La segunda vez, Silvia no pudo ver tanto. Los hombres del grupo de tareas le habían puesto a ella una almohada en la cabeza, “sólo les veía las botas”, aunque había notado que estaban de civil.

Silvia escuchó un disparo al piso y se asustó. Ese día, ella cumplía diez años. “Mirá qué recuerdo”, dice, en una entrevista en el programa Gente de a pie, de Radio Nacional. “Mi mamá lloraba y les decía que no se lo llevaran que era mi cumpleaños. Ellos decían que lo iban a largar para fin de año, pero no lo vimos nunca más.” Silvia recuerda que en los últimos tiempos su papá llegaba preocupado del trabajo, “ya habían desaparecido dos compañeros y eran malas las condiciones laborales”.

Con la vuelta de la democracia supo que había sobrevivientes de la fábrica. Y se enteró de que el gerente de la empresa había dado la dirección para que a su papá fueran a buscarlo. “Ratto contó que estuvieron en Campo de Mayo detenidos, a él lo llevaron a la comisaría de San Justo.” “Estamos esperando, a ver si con lo de Estados Unidos nos escuchan más”, dice Silvia. “Los años pasan y los genocidas se mueren. No-sotros seguimos esperando. No tenemos descanso. No podemos ser felices. Yo tuve un padre, mi mamá un esposo y mi abuela un hijo. Y no sabemos donde están”, se acongoja.