Jue 26.12.2013

EL PAíS • SUBNOTA  › CEFERINO MATTABONI, HIJO DE UNO DE LOS DESAPARECIDOS

“Quiero que se haga justicia”

La lista de víctimas del caso incluye a otras personas secuestradas entre 1976 y fines de 1978. En general, fueron secuestrados en localizaciones y momentos distintos. Y muchos ya no estaban en relación de dependencia con la compañía. Para la querella eso no desvincula a Molinos de los casos. Y para reforzar esta línea señalan que muchos se vieron obligados a tomar licencia o no volver al trabajo por las persecuciones en la fábrica, incluso antes del golpe.

Entre los casos que mencionan en este sentido hay cuatro secuestros de diciembre de 1976. El 2 de diciembre en Florencio Varela secuestraron a Marcos Augusto Vázquez. Al día siguiente secuestraron a Ruben Mattaboni de la JTP y Montoneros, cercano a la interna que ganó en 1973. También a Carlos de Jesús Espíndola de la JTP y parte de esa interna y a José Luis Salazar. Los tres fueron secuestrados en un departamento porteño ubicado en Larrea y French, que era el lugar donde estaban haciendo unas changas. Vázquez, Espíndola y Salazar fueron vistos por uno de los sobrevivientes aparentemente en Garage Azopardo. Los cuatro están desaparecidos.

Aunque compartían espacios políticos y de militancias, las querellas están convencidas de que en términos históricos e incluso más allá de la lógica penal sus secuestros están vinculados con la trayectoria como trabajadores de la empresa. En ese sentido mencionan, por ejemplo, que uno de los secuestrados del 3 de diciembre era uno de los hijos de Rubén Mattaboni, luego liberado por la patota.

Ceferino es otro de los diez hijos que tuvo Rubén Mattaboni, el más chico. Nació ese mismo 1976 mientras empezaban los primeros secuestros. “Yo soy una persona que vivo a mil –dice–, así que imaginate esto cómo me está mortificando.” Ceferino es uno de los referentes de HIJOS Avellaneda, sigue viviendo en Corina, donde vivía su padre, fue armando la historia de la militancia por pedazos y hoy va contando partes del momento en el que a su viejo le dejaron unos ataúdes dibujados en el casillero de la fábrica o del último tramo que reconstruyó entre tiros y corridas. “Analía recién ahora se está enterando de la militancia de su padre, y a mí esto me reconforta por ese lado”, dice mientras explica también parte de todo este proceso. “Yo quiero justicia pero es importante para mí el hecho de que, mas allá de la justicia, las chicas empiecen a tener estos contenidos que le hace falta a la identidad de uno para sentirse pleno, satisfecho con el viejo.”

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