EL PAíS
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“¿Bienvenidos a qué?”
La maestra de quinto año es Claudia Arorintti. Sus ojos grandes y sus ademanes se esfuerzan por demostrar todo lo que como comunidad los atraviesa a diario. “Esta escuela es muy importante para nosotros. Yo crecí en este barrio y fui alumna de la escuela. Y cuando vengo acá como docente les digo a los chicos que podemos pelear por un mundo mejor, que el lugar no nos tiene que condicionar, pero a veces se hace muy difícil sostenerlo desde el discurso cuando la realidad es tan aplastante.” Los ojos de Claudia parecen humedecerse. “Señorita, vos me estás enseñando todo esto, pero mirá lo que está pasando alrededor”, dice que le dicen los chicos. Y ella ya no sabe qué decirles. “Los políticos nos están prometiendo un colegio y no viene, entonces todo esto genera una bronca que te sale de las vísceras, es inevitable que todas las tardes una salga atragantada porque el colegio no se hace y juegan con la buena voluntad de las personas.” La señorita va subiendo el tono de voz. “Todos tenemos la bandera puesta, por acá pasaron generaciones y tuvimos una excelente educación y contención, siempre era un placer volver. Queremos que eso siga.” Los chicos no tienen zapatos ni útiles ni guardapolvo, y encima está el agravante del colegio que se viene abajo. “Ellos se merecen algo mejor –se entristece Claudia, y suspira–, empiezan las clases y tenemos que colgar un cartel que diga bienvenidos, ¿bienvenidos a qué?”
Nota madre
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