EL PAíS
• SUBNOTA › LA DEUDA DESPUES DE LA QUITA
¿No sabían que era impagable?
› Por Raúl Dellatorre
La propuesta lanzada por el gobierno para reestructurar la deuda en bonos al 31 de diciembre de 2001 provocó, inicialmente, el resultado esperado: el rechazo de los acreedores y sus adherentes –consultores, operadores financieros y colocadores de deuda– que consideran excesiva la quita, y el rechazo de los críticos por izquierda que juzgan excesivo el sacrificio para pagarla. Alejandro Vanoli, miembro del Grupo Fénix y profesor de Economía Internacional en la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, opinó que “entre la alternativa de no acordar y la de una postura al estilo de Fiel o Cema de adhesión a los dictados del FMI, me parece que el gobierno tiró de la cuerda hasta donde se podía”.
“No hay más margen de lo que se ofreció, el gobierno está planteando que ésta es nuestra capacidad de pago. Si en la negociación le tuercen el brazo comprometiéndolo a dar más de lo que está ofreciendo, en dos o tres años estamos frente a una nueva reestructuración”, advirtió Vanoli. El especialista en deuda externa del Plan Fénix explicó, además, otros aspectos referidos a la propuesta de reestructuración y sus consecuencias:
- La actitud de los acreedores particulares. “Se pretende plantear desde algunos medios la imagen de los pobres jubilados y ahorristas italianos o japoneses que ahora perderían sus bienes por la quita, y es una imagen falsa. Porque durante años vinieron duplicando los rendimientos (tasa de interés) típicos que hubieran recibido por cualquier otra colocación financiera. Además, ¿los bancos de inversión que les vendieron los bonos no les advirtieron sobre los riesgos de comprar papeles de una deuda que tendía a ser impagable? Si sobre estos bonos calculáramos una sobretasa de riesgo “normal”, del 3 por ciento, llegaríamos a que desde su emisión se pagaron 40 mil millones de dólares de más, por el exceso de tasa. Esta quita no es contra los jubilados italianos, sino la contracara de esos altos rendimientos que ya cobraron.”
- La quita. “En el menú en sí no hubo sorpresas. A determinados inversores institucionales no les asusta una quita del 75 por ciento, porque ya lo tenían reflejado en sus libros. El gobierno hizo bien en fijar una tasa de descuento nominal para que, a partir de allí, se definan las otras variantes. Por ejemplo, los bonos a la par (sin quita sobre el valor nominal) van a tener una tasa bajísima y a un plazo de vencimiento muy largo, para que su valor presente no supere el 25 por ciento neto. No hay experiencias de bonos soberanos de más de 30 años, salvo en mercados de capitales muy desarrollados que trabajan bonos perpetuos o a 100 años. A 30 años de plazo, la tasa de interés resultante sería de no más del 1 o el 1,5 por ciento anual para que arroje aquel 25 por ciento neto. Lo más probable es que estemos frente a un acuerdo en este rango en 9 o 12 meses.”
- Los otros bonos. “Es conceptualmente bueno que se ofrezca un mecanismo contracíclico y estabilizador, que ajuste la obligación de pago al crecimiento, aunque en la práctica los acreedores no lo acepten. Por otra parte el bono C, capitalizable con dinero fresco, sirve como señal de que va a ser necesario un financiamiento adicional. Habría que ver si hay quien lo asuma.”
- Sin pagos en efectivo ni devengamiento de intereses. “Seguramente será un punto a discutir con los acreedores, pero es muy bueno que el gobierno haya planteado que no habrá reconocimiento de los intereses devengados desde el default ni habrá pagos de buena voluntad, como los que se realizaron en la etapa del pre-Brady (1992) antes del canje de bonos.”
- Aceptación o rechazo. “Hubo una reacción inicial natural de rechazo de los acreedores, pero no hay una actitud de patear el tablero. En el fondo, saben y reconocen que estas condiciones son las posibles. Y si aparece alguien que trabaja con proyecciones y datos realistas, en definitiva los tranquiliza. Las ficciones sobre el repago de la deuda con crecimiento sostenido del 7 u 8 por ciento anual no se las creen más.” * El superávit primario para pagar la deuda. “Si uno analiza la Ley de Presupuesto aislada del contexto, diría que un superávit de tres puntos del PIB es durísimo. Es difícil justificar, sobre todo desde sectores progresistas, que con semejante cuadro de pobreza y desocupación se deba resignar de los ingresos el equivalente a tres puntos del PIB (unos 12 mil millones de pesos) para destinarlos al pago de deuda y no a gasto social. No es simpático, pero en el contexto actual es lo posible. El gobierno ha negociado bien, no se limitó a firmar una carta de adhesión como los anteriores. La alternativa es no acordar nada. Entre ese extremo y el de firmar una carta de adhesión al estilo Fiel o Cema, me parece que tiraron bien de la cuerda.”
- La responsabilidad del FMI en la crisis. “En un planteo de equidad general, todos deberían haber pasado por el mismo tamiz y el FMI también debería haber resignado parte de su deuda. Pero no hay precedentes ni condiciones para eso. El mundo no está planteando un debate en esos términos, la postura del G7 (países desarrollados) no parece abierta a aceptar ese tipo de planteos ni la relación de fuerzas está para imponer esos criterios, que desde otro tipo de valoración estarían plenamente justificados.”
- El peligro de reincidir. “El hecho importante es poder reflexionar hacia futuro. Las experiencias anteriores de crisis de deuda no impidieron que en los ‘90 se volviera a caer en la tentación de tomar créditos en los mercados internacionales cuando hubo abundancia de fondos. Es una observación interesante ver que los países que más crecen no lo hacen en base a crédito externo sino financiándose con el ahorro nacional y en moneda local. La Argentina tampoco tiene hoy posibilidades de financiarse vía emisión monetaria. Desde este punto de vista, tener un superávit primario de tres puntos del producto es razonable. Es una batalla cultural interesante la que puede plantearse, tras esta experiencia, sobre el sentido del endeudamiento externo.”
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