EL PAíS
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Secuestros y uniformes
› Por Raúl Kollmann
Los pocos que tienen diálogo con él lo llaman Saracho. Es un ex comisario que, según versiones coincidentes, conduce en las sombras una de las bandas de secuestradores que opera en la zona de San Martín. El esquema que utiliza, como el de todas las bandas similares, es el de postas: dos grupos de cuatro secuestradores realizan la captura, le entregan la víctima a otro grupo de cuatro que se ocupa de “guardar” al secuestrado y un tercer grupo, supervisado directamente por Saracho, hace las negociaciones y cobra el rescate. Los grupos casi no se conocen entre sí, sólo tienen un contacto breve, puntual. El ex comisario no sale a la luz: su papel es planear, garantizar una especie de cobertura en el momento del secuestro, tiene información de los movimientos policiales y maneja la negociación y el cobro.
“Si no hay cobertura, nadie puede estacionar en una zona más o menos rica del Gran Buenos Aires un auto con cuatro hombres armados con fusiles”, argumenta desde la cárcel de Ezeiza un preso detenido por secuestro. Esa movida –la del grupo esperando con fusiles la llegada o salida de la víctima– ocurrió en el caso Astrada, en el de Belluscio, en el caso Traverso y en el de Mirta Fernández. En el primero y en el último hubo detenciones de policías y lo propio ocurrió en el caso Echarri. Cuando secuestraron al hermano de Riquelme, en el momento en que se estaba a punto de realizar un allanamiento, se registró el llamado de un oficial de la Bonaerense, colaborador directo de un comisario, advirtiéndoles a los delincuentes que la policía iba para allí. Eso está registrado en la causa judicial. Y a eso se le llama cobertura.
“La operación de interceptar el auto del secuestrado, a plena luz del día, con vehículos y gente con armas largas, se parece más a un operativo policial que a una movida de una banda de delincuentes”, admite un conocidísimo ex comisario. Hay otros condimentos que van en esa misma dirección: se están usando autos nuevos en los secuestros, el armamento incluye hasta ametralladoras, el manejo de las comunicaciones es siempre desde teléfonos públicos viejos –los nuevos son más fáciles de localizar–, con llamadas cortas y con toda la logística que indica que existe una planificación que va más allá de una banda de delincuentes comunes.
Es ése el cuadro por el cual en la Casa Rosada y en la SIDE están convencidos de que, así como había y hay policías o integrantes de otras fuerzas de seguridad detrás de los desarmaderos, también los hay detrás de buena parte de las bandas de secuestradores. Es que no se trata de operaciones sencillas: no es juntar cinco o seis individuos audaces para meterse en un banco, salir y repartirse el dinero. La industria del secuestro requiere de varias operaciones casi de nivel militar: interceptar a la víctima, lo que supone vehículos, armas e inteligencia previa; armar una infraestructura donde tener oculto al secuestrado durante días y días; llevar adelante una delicada negociación que requiere un manejo preciso de las comunicaciones; controlar las movidas de la familia del secuestrado, estar al tanto de la investigación policial y judicial, concretar el pago del rescate y, finalmente, sacar al secuestrado de su encierro sin que se note, llevarlo a dar algunas vueltas para despistarlo y dejarlo libre sin que tenga elementos como para orientar a los investigadores.
En los casos de Echarri y Mirta Fernández ocurrió algo desusado: policías alojaron a los secuestrados en casas que estaban a su propio nombre. Incluso en el caso de la mujer, parece que la novia del sargento primero fue la encargada de cortarle el dedo. En uno de los dos únicos casos en los que los secuestrados murieron, el de Diego Peralta en el barrio El Jagüel, todas las sospechas estuvieron y están aún dirigidas al subcomisario José Hernández, justamente el encargado de la investigación. “Son loquitos”, argumentan en la Bonaerense. Efectivamente, el fenómeno poco habitual es que suboficiales y hasta oficiales actuaron como mano de obra en esos casos, no como cerebros. Los que estuvieron detrás, los que planificaron y organizaron, esos todavía no se sabe quiénes son.
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