Mié 13.04.2005

EL PAíS • SUBNOTA

Un paseo por Berlín, la capital donde no hay ruidos, pero sí memoria

Por S. M.
Desde Berlín

“El aire de Berlín es pesado y no hay nada del aliento de Dios en él”, escribió Theodor Fontaine en 1917. La fecha no es desdeñable, ya que la impresión que se llevó el escritor era de una capital imperial tardía cuando su estrella comenzaba a opacarse en el último año de la Primera Guerra Mundial. Ahora, el aire de Berlín ha cambiado; la primavera comienza a teñir de verde los tilos del boulevard Unter den Linden, y a cada paso se derrama sin rubores la historia –tremenda y cruel– del siglo XX. Néstor Kirchner, su esposa y la delegación argentina que los acompañan comenzaron a comprobarlo ayer. Su primera actividad fue visitar la Puerta de Brandenburgo, que hace tan sólo 16 años se erigía aprisionada del otro lado del Muro, a metros apenas del Bundestag, el Parlamento alemán. Allí los recibió el burgomaestre de Berlín, un equivalente a jefe de Gobierno, el socialdemócrata Klaus Wowereit, quien le marcó in situ por dónde pasaba la cortina de hierro, de espaldas al Tiegarten, un inmenso y verde parque desde cuyo centro observa el Siegessäule, el ángel sobre la inmensa columna jónica que supo inspirar aquellas Alas del Deseo de Win Wenders.
Kirchner está, en este viaje, distendido y sonriente, de buen humor. La puntualidad alemana hizo que llegase a la hora señalada, las 17, a las Puertas de Brandenburgo, donde en la calle lo esperaba el alcalde gobernador y un pequeño grupo de colaboradores. Argentinos y germanos cruzaron por los imponentes arcos, en dirección al Este, donde se encuentra la mayor riqueza histórica de lo que quedó de Berlín tras la Segunda Guerra Mundial y donde se concentra la vanguardia arquitectónica, artística y la movida cultural y nocturna, amén del viejo barrio judío –donde ya no viven judíos– y la Berliner Rathaus, o ayuntamiento.
Frente a las puertas, Kirchner se tomó fotografías con los viandantes, incluso con un joven alemán de pelo azul eléctrico. Extranjeros se sacaron fotos con él y le pidieron autografiarlas. Otro tanto debió hacer Cristina Fernández, vestida sobriamente con un trajecito combinado en tonos borravino.
El retraso firmando autógrafos de CFK le impuso unos minutos de espera a Kirchner quien, en el auto principal (un larguísimo BMW negro), se preparaba a partir hacia la Berliner Rathaus. La delegación, custodiada por policías motociclistas vestidos de verde y blanco, atravesó el bulevard Unter den Linden (que significa Bajo los Tilos), el cual al promediar su paseo tiene un gigantesco orificio en el piso cubierto por un grueso acrílico, a través del cual se puede ver una gran biblioteca vacía en su interior. Es una obra, un acto de memoria (uno más de los cientos que hay en Berlín): en ese preciso lugar, los camisas pardas nazis quemaron en la década del ’30 los libros que consideraban subversivos, decadentes o atentatorios al espíritu ario.
Detrás de la Catedral –cuya cúpula y varias de sus estatuas se conservan negras del hollín que produjeron cuando se quemaron por las bombas aliadas–, en diagonal está Alexanderplatz, otrora orgullo del comunismo alemán ya que ahí descansa una inmensa torre de cientos de metros, con un globo gigantesco casi rematando la mole, que era también una antena de comunicaciones.
En diagonal a Alexanderplatz está el ayuntamiento, una construcción de fines del siglo XIX, que se salvó de los aliados y los rusos, completamente roja. Le llaman la casa roja porque, además del color de sus ladrillos, allí se asentaban las autoridades de Berlín del este durante la existencia de la RDA, y ahora está comandado por otro rojo, el socialdemócrata Wowereit.
El burgomaestre de Berlín es todo un personaje. Extrovertido y polemista, rompió con una conducta de bajo perfil que suelen tener los políticos alemanes. Carismático, el jefe de Gobierno dio una batalla no menor durante la campaña tras la cual fue electo: reconoció públicamente su homosexualidad. Pero no lo hizo en forma culposa ni acosado por escándalo alguno, todo lo contrario; se plantó y dijo: “Soy gay, ¿y qué?”. La frase pasó a ser su slogan de campaña. Ganó por paliza.
Berlín está en problemas económicos. Incluso el Banco de Berlín estuvo al borde de la quiebra. La capital germana es una ciudad subvencionada por el gobierno federal. La ciudad no tiene la fastuosidad de las capitales. No es lo que Londres es a Inglaterra o París a Francia. A Berlín las poderosas capitales provinciales le disputan protagonismos. Bávaros y sajones no aceptan la supremacía de esta ciudad prusiana y compiten en confort y poderío. No obstante, Berlín tiene la magia que le otorga haber sido testigo y partícipe un siglo despiadado.
La delegación argentina ingresó al ayuntamiento donde un cartel reza: “Berlín es el lugar donde estoy más arraigado humana y científicamente. Alberto Einstein”. Adentro de la sede municipal, Kirchner y CFK firmaron el libro de honor de los huéspedes ilustres y pasaron junto a su comitiva a departir en la oficina del alcalde-gobernador. La sorpresa fue cuando un enterado Wowereit le dijo a la primera dama: “Sé que usted va a competir por la senaduría de una provincia muy importante. Y me dicen que va a ganar”. Kirchner y CFK, y el resto de la delegación, ampliaron las sonrisas. El único que enrojeció fue el bonaerense José María Díaz Bancalari.
–¿ Y qué dijo el diputado? –preguntó Página/12 a Kirchner.
–Sí, sí, seguro que va a ganar –dijo el Presidente frente a Bancalari, que acompañó las risas de todos los presentes. A su pesar.
Al caer la tarde, la delegación fue a visitar el Museo Judío y un sitio que se llama Topografía del Terror, donde se pueden observar unos 150 metros del Muro de Berlín sin destruir y una extensa tira de fotografías con los nazis que fueron juzgados en Nuremberg, tras la Segunda Guerra.
Berlín es una ciudad donde no hay ruidos, pero sí memoria.

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