EL PAíS
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El pan de cada día
“Es triste la realidad”, observó Estela, con una balanza de veinte kilos en brazos. Es asistente de la nutricionista Carolina Domínguez, con quien pasó días enteros visitando casas en la ciudad de La Rioja. Trabajaron para la Encuesta Nacional de Nutrición, con la que el Ministerio de Salud trata de tener datos frescos sobre los chicos de seis meses a cinco años y las mujeres en edad fértil o embarazadas de todo el país. Por ello, 150 nutricionistas con sus respectivos asistentes caminan desde octubre pasado por los barrios, pesando chicos y midiéndolos, anotando cuáles son los hábitos alimentarios de la familia y, a veces, recibiendo el sopapo de algún infante renuente al control, o solicitudes de consejos de madres que atraviesan situaciones de pobreza extrema. El trabajo de campo, que finalizará el 7 de julio, es coordinado por la Universidad de Tres de Febrero. Prevé la realización de 35 mil encuestas, de las que ya tienen 33 mil. Solamente faltan las del Gran Buenos Aires. Hace poco terminaron el trabajo de campo en la ciudad de Buenos Aires, donde se tuvo que trabajar una semana más de lo pautado. Es que a muchos vecinos les costó prestarse al estudio por “desconfiados”, contó el coordinador regional Raúl Cotoras. En cambio, en las provincias “la gente salía a correr a las chicas para preguntarles por qué no les tocaba a ellos”, sostuvo.
Estela, cuyos brazos se acostumbraron a pasear la balanza, consiguió con esa tarea un oasis de 50 pesos diarios para dejar un rato de ser desocupada. Se presentó a la convocatoria del gobierno provincial y obtuvo el puesto de “timbreadora”. Iba por casas por lo general sin timbre para preguntar cuántos habitantes podían participar de la encuesta. De cada 400 hogares habilitados, se sortearon al azar 40 para hacer las preguntas. En la segunda etapa, Estela tuvo a su cargo la balanza. Acompañaba a Carolina, que llevaba el tallímetro de aluminio. Con estas armas, iban a enfrentar los hogares. “Allá vive una señora que vende cartón. Por más que cobra un plan no le alcanza. Tiene un hijo”, informó Estela apuntando a la cuadra siguiente. “Tiene otros dos, pero los dio porque no los podía mantener”, relató.
Antes de entrar a una casa, la nutricionista Luciana Cerrutti indicó a Página/12 que los vecinos las reciben con gratitud porque “ven que alguien se preocupa por ellos”. Aunque los resultados del estudio se sabrán dentro de unos meses, Cerrutti adelantó que “los chicos están alimentados con muchos hidratos de carbono, muy poca fruta, pocos vegetales. Cuando comen carne, la necesidad de obtener un rendimiento mayor lleva a que las mamás la usen como ingrediente en guisos, en vez de hacerles un bife”.
Adentro la invitó a pasar Marcela, que pedía disculpas por el desorden, como si la casa perteneciera a los que llegaban. Sobre la mesada quedó un paquete de harina medio vacío para hacer unas croquetas de acelga. Rocío, de 4 años, jugaba con Sultán, que pese a la fiereza del nombre no era más grande que una laucha. Para responder el cuestionario, Marcela sentó a su hija sobre sus rodillas. La nutricionista le preguntó qué tipo de vivienda habitaba, si cocinaba con gas o leña, si el inodoro andaba bien.
El delantal blanco de las encuestadoras a menudo fomenta la misma creencia en las madres, que les dicen “mi hijo tiene fiebre, fíjese”. “Te ven como el médico”, contó Mariana, otra de las encuestadoras. Es usual que pidan consejos matrimoniales, o se desahoguen de su mal pasar sentimental. Es el caso de Susana, de 42 años, que recibió a Página/12 junto con las encuestadoras porque “todo lo que sea para la salud es bienvenido y bueno”. En el ambiente flotaba el consabido olor del guiso cocinándose.
Después de comentar a la nutricionista Lourdes que va a ir al hospital porque “me noto como hinchada, ¿ve?”, soltó su calvario personal: “Yo tengo que estar en todo. Tengo cuatro criaturas. Mi marido es bueno, pero por ahí le gusta la bebida, ¿vio?, y no se lo puede hacer notar porque enseguida se enoja y se va”. Entonces pide fiado para alimentar a sus chicos, que “son medio flojitos. El trabajo de ellos es sentarse a ver la tele”, consideró Susana. “Muchas mamás se ríen, pero hay chicos que trabajan”, remarcó Carolina en referencia a una de las preguntas del cuestionario que indaga en el trabajo infantil.
La directora del Centro de Investigaciones en Estadística Aplicada (Cinea) de la universidad, Leonor Pérez Bruno, aseguró a Página/12 que “nunca hubo un estudio de desarrollo infantil de estas dimensiones. Con él también vamos a saber a qué edad empiezan a hablar y a caminar los chicos. Indagamos en la motricidad fina, hacemos que agarren cubos, por ejemplo”. Además, a la madres “se les pide que recuerden qué comieron ayer, lo que nos va a dar la pauta de las variaciones de alimentación en cada región, para saber a qué variables responde la estructura física de la población en estudio”.
En una casa cercana, Sandra, su marido y sus hijos de cinco y dos años y de siete meses comparten una habitación. El encuestado fue el del medio, Andrés, que nació con bajo peso. Su madre comentó que se sostienen con 300 pesos de planes sociales. “Tenemos que hacerlos alcanzar. Entonces calzo a un chico y otro queda sin calzar”, afirmó. “Tengo dos chicos con mi mamá. Ella me ayuda a tenerlos. Viven a dos horas y media de acá. Los veo cada dos meses, porque no me alcanza la plata para viajar”, relató Sandra. Pese a lo desolado de su pasar actual, cree que “la cosa se va a mejorar. Trabajando vamos a salir. Sin trabajo no sé.”
Informe: Sebastián Ochoa.
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