Lun 08.08.2005

EL PAíS • SUBNOTA

Los intelectuales y el poder

› Por S.F.

–¿Cuáles serían las tensiones que afloran entre los intelectuales de la izquierda progresista que adhirieron inicialmente al kirchnerismo y que ahora empiezan a tomar distancia por la campaña electoral?
–Lo que está en juego es la comprensión de la coyuntura política y de las dificultades externas e internas que enfrenta un gobierno que se propone sacar al país adelante. Muchos intelectuales están apoyando a este gobierno calladamente, pero en algunos sectores hay temor de exponerse porque en general el intelectual entiende su función crítica como un equivalente de no ser oficialista. Apoyar lo bueno de una gestión no es ser oficialista, sino que es cumplir el rol de intelectual progresista que uno aspira a ser. Ni en la Argentina ni en ninguna otra parte del mundo los intelectuales progresistas tienen certidumbres, entre otras cosas porque nos hemos convencido de que nos quedamos con pocas herramientas para saber qué causa qué. A la incomprensión de este fenómeno se agrega el hecho de que hay intelectuales que se refugian en sus viejas certidumbres. Y esto tiene un efecto paradojal: hoy la derecha habla del futuro mucho más que la izquierda. El único modo en que la derecha neoliberal puede justificar la expoliación, el hambre, la desocupación que han generado y siguen generando es apelando a un futuro en que todos seremos felices y comeremos perdices. Hay un punto de contacto entre los neoliberales y los que en el pasado eran los stalinistas, quienes no vacilaban en sacrificar un par de generaciones porque en algún lugar del futuro iba a estar la luz. Los intelectuales de izquierda han vuelto a posiciones conocidas, su crítica entraña más bien un retorno al pasado, incluido gorilismo todavía no bien metabolizado.
–Algunos de los aspectos que se le critican al Gobierno están vinculados con cierta tendencia autoritaria en el ejercicio del poder, que acaso esté vinculado con la manera en que Kirchner buscó reconstruir la figura presidencial, fuertemente debilitada por la crisis de 2001. ¿Cuál sería el límite entre esa reconstrucción y el autoritarismo que se le achaca?
–Ningún teórico de la modernización de Occidente, empezando por el estudio muy fundacional que escribió un conservador como (Joseph) Schumpeter en 1942, creyó que la democracia representativa, entendida como un procedimiento para la renovación periódica de las autoridades, fuese un método que pudiera tener éxito en un contexto en que la totalidad de los ciudadanos no tuviera atendidas sus necesidades. Las etapas que se discutían en los círculos académicos norteamericanos en los años ’50, ’60 y ’70 articulaban tres momentos: desarrollo económico, social y recién en un tercer momento el desarrollo político, entendido como instalación de una democracia representativa. Eran conscientes de que el buen gobierno no es lo mismo que la democracia representativa. El buen gobierno tiene porcondición necesaria la democracia representativa, pero tiene también por condiciones necesarias el respeto a las libertades individuales, la defensa a ultranza de los derechos humanos, la prosperidad económica, una distribución justa del ingreso y la estabilidad institucional. Si no se dan todas estas condiciones, a nadie se le ocurría decir en el Primer Mundo que podría prosperar una democracia representativa digna de su nombre. Es un argumento falaz de la oposición el estar marcando, en términos de un modelo teórico interpretado de manera absolutamente parcial, falencias de este gobierno, porque los mismos que condujeron al país a la situación en que se encontraba hasta hace dos años son los que hoy se rasgan las vestiduras hablando del autoritarismo de Kirchner y confundiendo autoritarismo con autoridad.

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