EL PAíS
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Operación y después
› Por Washington Uranga
La declaración de las máximas autoridades de la Conferencia Episcopal agradeciendo a Maccarone por su servicio a los pobres y en defensa de la vida sigue la línea ya adelantada por los curas de Santiago del Estero que compartieron el trabajo con el obispo renunciante, y constituye por sí misma un tácito reconocimiento de que el ex obispo de Santiago del Estero fue víctima de una operación montada por aquellos que se sintieron perjudicados por su labor pastoral. Este es el convencimiento que tiene un grupo importante de obispos. Reconocen que la “debilidad” de Maccarone –y quizá su ingenuidad política– fue hábilmente utilizada por sus enemigos para urdir una estrategia que no sólo lo perjudica personalmente, sino que asesta un duro golpe a la Iglesia como institución. Los más memoriosos recuerdan las operaciones que hicieron célebre a Esteban Caselli cuando, desde el riñón del menemismo y en nombre de la ortodoxia católica, se vanagloriaba de tener más efectivo acceso que los propios obispos al Vaticano y mejor escucha de quienes deciden en Roma. Aunque no le corresponde a la Ejecutiva decirlo, quienes más afectados resultan son los sectores más democráticos y progresistas de la jerarquía, para quienes Maccarone era un referente clave. Con su declaración, la jerarquía católica intenta también reducir el daño institucional que el hecho provoca a la imagen de la Iglesia y a la credibilidad de su prédica. El pronunciamiento de la Ejecutiva pocas horas antes de que comience la estratégica reunión de la Comisión Permanente intenta también alinear detrás de la declaración pública las distintas posiciones que existen dentro del Episcopado. Al abrir el debate en la Permanente, las diferencias quedarán al rojo vivo. Allí los más conservadores no ahorrarán críticas hacia Maccarone, intentando arrastrar tras de él y en el mismo movimiento político a quienes han sido sus aliados y a quienes coinciden con sus perspectivas pastorales y políticas. Sin dejar de reconocer la “debilidad” del obispo renunciante, el otro grupo buscará por todos los medios reivindicar –como lo hizo la Comisión Ejecutiva– la importancia del servicio pastoral de Maccarone y con ello rescatar la labor institucional de la Iglesia. Sin duda el “caso Maccarone” agudiza al extremo las diferencias dentro del Episcopado argentino y refuerza la posición de los sectores más conservadores que sueñan con una sociedad “católica” en sus principios y en sus normas. Y la autoexigencia de conversión y penitencia “sin temor a la verdad ni pretender ocultarla” introduce también una bocanada de aire fresco a la institución.
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