Dom 26.05.2002

EL PAíS • SUBNOTA

La carta de Timerman

“Hay poco que usted desconozca y yo pueda agregarle sobre los sufrimientos e injusticias que mi padre padeció desde la noche en que un grupo de personas violentaron nuestro domicilio identificándose como miembros del Ejército en Operaciones y procedieron a secuestrarlo. Seguramente fueron similares a las que debieron sobrellevar los miles de secuestrados ilegalmente. Mi padre fue torturado, le practicaron falsos fusilamientos, lo humillaron, tuvo que presenciar violaciones y torturas de otros prisioneros. A todo eso hay que agregarle que por tratarse de un judío debió soportar, además, que las sesiones de torturas fueran acompañadas por himnos nazis y se burlasen mientras lo picaneaban en el pene circuncidado. En fin, todas las injurias típicas de las bestias antisemitas. También durante horas el entonces coronel Ramón Camps junto a otros oficiales del Ejército lo interrogaban sobre los ‘siniestros planes sionistas para apoderarse de la Argentina’ en una habitación cuyo único adorno era un retrato de Adolfo Hitler.”
“Pero en cambio sí puedo ilustrarlo sobre un aspecto que tal vez intuya pero no conozca en profundidad. El sufrimiento de mi madre. La humillación de una mujer tratando de encontrar a su marido en los laberintos de la muerte. Recuerdo un día en que fue recibida por el Coronel Ruiz Palacios quien, ante su llanto, le dijo burlonamente: ‘Las mujeres argentinas no lloran’. Para el oficial del ejército si mi madre lloraba era por judía. Es verdad, mi madre lloró mucho, y también luchó mucho. Vivía aterrada. De noche se despertaba con pesadillas y sus gritos eran desgarradores. Lamentablemente, mi madre nunca pudo recuperarse. Desde aquellos años la invadió una profunda pena, una tristeza que jamás la abandonó hasta su temprana muerte.”
“Mi participación en dicho evento podría inducir a los victimarios a sentir que mi presencia borra sus culpas y confundir a potenciales asesinos que con el tiempo se olvidan los crímenes. Me asusta la idea que mi presencia pueda, aun parcialmente, convertirme en cómplice de futuras violaciones a los derechos humanos.”
“Yo no puedo perdonar en nombre de mis padres. ¿Quién está autorizado para hablar en nombre de las víctimas? Ni siquiera Dios puede obrar de tal manera. Tal como dice la Ley Judía: A los pecados contra Dios, en el Día de la Expiación les otorgará el perdón. A los pecados contra nuestros vecinos, el Día de la Expiación no les concederá nada hasta que no hayan sido perdonados por ellos.”
“No quisiera que usted vea en mi postura la búsqueda de venganza. Ni tampoco es fruto de una improcedente altivez. Nada más alejado de mi forma de pensar. Simplemente no quiero pecar de una generosidad que no me corresponde. Ni de una magnanimidad que no merezco practicar. Los rabinos nos dicen que ‘aquel que sea misericordioso con el cruel sentirá indiferencia por el inocente’. Comprenderá que no puedo comportarme de tal manera con mis padres.”
“Comparto lo expresado por el diplomático bosnio Sven Alkalaj, sobre el tema de la reconciliación: ‘No me cansaré de afirmar que es absolutamente necesario que exista un castigo para los culpables y un cierto grado de justicia para considerar la posibilidad de que se obre el perdón o la reconciliación’.”
“A mis maestros he concurrido para consultarlos si existe alguna forma por la cual alguien le pida perdón a una persona fallecida. Gracias a Dios la hay. Y yo estoy más que dispuesto a ayudar al Ejército a poder recibir el perdón de mis padres en el caso que deseen solicitarlo. De acuerdo con la Halajá (Ley Judía) el ofensor debe expresar su pedido de perdón frente a la tumba del ofendido. Si usted, en nombre del Ejército, desea obrar de tal manera será para mí un deber moralmente indeclinable acompañarlo, y luego invitarlo a recitar en forma fraternal los salmos de alabanza que los judíos recitamos frente a las tumbas de nuestros seres queridos.”

Nota madre

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