Mar 01.11.2005

EL PAíS • SUBNOTA  › AGUER, CONSERVADOR DE LOS DUROS

El rector de la ortodoxia

› Por Susana Viau

Con sus 62 años, monseñor Héctor Aguer no es lo bastante anciano para alimentar una visión tan conservadora de la vida y las costumbres. Con todo, habrá que reconocer que en esos aspectos su conducta no ofrece fisuras. En 1996, mientras se discutía la Constitución porteña y él era todavía obispo auxiliar, bregó para que el texto de la Carta Magna se colocara bajo la advocación de Dios. Caso contrario, interpeló el prelado, “¿no estaremos asistiendo a una tercera fundación de Buenos Aires como ciudad atea?”. Para Aguer no se trataba sólo de incorporar la mención de la divinidad, sugería también que, de yapa, se explicitara “la personalidad pública de la Santa Iglesia Católica”.
Un año antes, monseñor, en su condición de vicario episcopal de Belgrano, había alertado de lo que, interpretó, era la aparición de “una ola de arrepentimiento”. La sociedad, dijo, “no tolera una crítica continua, una revisión permanente”. Lo que Aguer proponía dejar en la banquina de la memoria eran los años de dictadura y la función cumplida por la Iglesia. “Los pastores de la Iglesia –justificó– tuvieron que tomar decisiones prudenciales y lo han hecho con la inocultable intención de realizar lo mejor y servir al pueblo argentino”. Con igual intransigencia, Aguer venía de fulminar los proyectos de fertilización asistida. Los fundamentos de su rechazo se hundían en los preceptos eclesiales y en “el orden natural”. “El don de la vida humana” debía “realizarse en el matrimonio”. Pero no de cualquier manera sino mediante aquello a lo que Aguer prefería referirse utilizando una formidable elipsis: “los actos específicos de los esposos”.
Esas y otras teorías habían sido las que formaron en la fe a los feligreses de la Inmaculada Concepción del barrio de Belgrano, donde el joven vicario parroquial impartió doctrina desde 1972 hasta 1976. Luego, de 1976 a 1977, serían iluminados por su sabiduría los corderos de San Pedro González Telmo. El ejercicio pastoral no le había impedido alcanzar la licenciatura en teología, otorgada por la Pontificia Universidad Católica. Tomista puro y duro, Aguer, en 1978, fue enviado por sus superiores a la flamante diócesis de San Miguel. En el ’80, se le encomendó la organización del Seminario Diocesano, del que se convirtió en rector. En 1989, sus conocimientos fueron premiados con la titularidad de la cátedra de Teología Moral, de la UCA. Para entonces, Aguer ya se encontraba enrolado en las corrientes más conservadoras de la Iglesia, aunque algunos de sus pronunciamientos hayan inducido a confusión a ciertos políticos progresistas del momento. Graciela Fernández Meijide, por ejemplo, se dejó llevar por la homilía que el obispo auxiliar dedicó el 9 de julio de 1996 a la plana mayor del gobierno menemista reunido en la Catedral. Aguer habló ese día de “la voluntad de seguir siendo una nación” y del riesgo de “disolverse (una palabra que emplea con frecuencia) en tribus ideológicas o grupos económicos que mantendrán una precaria unidad de convivencia fundada en acuerdos pragmáticos o repartos ocasionales de botines”. Las referencias a la inequidad que Fernández Meijide tomaba –quizás con cierto oportunismo– por sensibilidad social eran parte del mambo ideológico de monseñor y consustanciales a las cosmogonías de falangistas, fascistas y franquistas. Sin embargo, aquel toque personal que Aguer imprimió a sus palabras no lo privó de la simpatía y la protección de Esteban Caselli, ni tampoco de la afinidad con Rubén Di Monte (actual obispo de Mercedes-Luján), Martín de Elizalde (obispo de 9 de Julio) o el propio Antonio Baseotto.
En 1998, monseñor fue designado arzobispo coadjutor de La Plata y, por decisión de Antonio Quarracino, también responsable del área de “liturgia, doctrina y espiritualidad” de la Comisión de Educación de la Conferencia Episcopal. Había sido elegido, asimismo, gran prior de la Orden del Santo Sepulcro y miembro de la Pontificia Comisión para los Bienes Culturales de Iglesia (en la Santa Sede). El mayor galardón era, no obstante, la nominación como socio honorario de la Pontificia Academia Romana de Santo Tomás de Aquino. Claro, comentó ayer con cierta envidia uno de sus encarnizados adversarios al escuchar sus diatribas contra la educación sexual: “Hay que hamacarse para refutarlo. Es un hombre culto. No es lo mismo ir a la Universidad de Santo Tomás de Aquino que tomarlo aquí nomás para ir a la universidad”.

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