EL PAíS • SUBNOTA
› Por C.A.
Cuando se sientan ante el juez algunos de los encapsulados se derrumban. Apenas hablan, pero cuentan. Nunca el relato es muy largo. Saben poco. Los han elegido, reclutado de entre pobres y miserables, para que crucen las fronteras cargados sin poder jamás delatar a nadie. Si acaso llevan un teléfono del contacto en el destino, memorizado. “Lo que vemos –le cuenta un magistrado de la Justicia Federal a Página/12– es mucho temor. Pero una vez presos de alguna manera temen menos, porque lo que en realidad los aterroriza es que las bandas, las organizaciones que los contrataron, los maten para sacarles las cápsulas. Saben que son demasiado valiosas. A veces llevan hasta un kilo adentro, y eso significan unos 50 mil euros al llegar a España.”
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