EL PAíS • SUBNOTA › EL INSOLITO DIA EN LA BOCA
› Por Cristian Alarcón
Los pibes parecen haber descubierto nuevas funciones para sus capuchas y sus gorros. Esa manera de cubrirse resulta increíblemente útil para esta película súbita que ven en tres dimensiones, esta alucinación que pueden tocar porque se les deshace en las manos. La nieve cae sobre la calle Olavarría. Sólo en las puertas de los conventillos y de las casas tomadas las doñas se enciman a las doñas, los chicos a los chicos, las chicas a los chicos, y parecen disputarse el centímetro de zaguán para pispear la nieve, la novedad más rotunda de La Boca ayer cuando todos estaban cerca de la estufa, en las piezas llenas de los conventillos. La tarde de lo inverosímil fue cada vez más contundente. Anoche los pibes sacaban el hielo acumulado sobre los tachos grises que aparecieron hace poco en el barrio. Arropados con todo lo que una madre pudo ponerles para salir de aventura, se tiraban copos como si fuera la primera vez.
Esquina de California y Carlos Melo. Casas de chapa acanalada, ladeadas, como si un viento fuerte las hubiera empujado. Allí nieva sobre la casa de Rosita Quiroga, la más canyengue de las tangueras. En 1918, cuando nevó en Buenos Aires, lo hizo seguramente parecido sobre la calle Melo, sobre esa casa azul, y Rosita debe haber salido a la vereda de su patio, o a la ventana alta sin balcón. Ese año apenas cumplía la mayoría de edad. Todavía no conocía a Gardel. Pero sí a Juan de Dios Filiberto, su vecino de unas casas más allá. Ahora, enfrente a su abandonada morada –durante un tiempo dicen que la ocupó un dealer, pero se fue hace mucho– viven una familia de bomberos, un diseñador de ropa colombiano y su novio, un profesor de batería que a veces toca bien, una casa al lado de la otra, grises todas. Ayer los bomberos salieron enseguida a la calle. Los más jóvenes gritaron ante el fenómeno.
–¡Mirá, boludo! ¡Mirá, vieja!
–¡Son copos! ¡Ehhhhh...! ¡Mirá viejo...! ¡Ehhhh! ¡Miren, salgan! –dijo el más chico.
–Nunca en mi vida había visto nevar... –confesó a los vecinos, avergonzado por las expresiones de júbilo, el muchacho–. Es alucinante, parece mentira.
Parecía mentira al comienzo. Todos tuvimos la misma sensación de desconcierto. La escarcha al comienzo, las gotas espesas luego, por fin la nieve, franca y gorda, en copos contundentes. La cuadra se desperezó de la siesta con la nevada y el barrio entero pareció salir a ver lo anormal.
–¡Poné la tele! –se le ocurrió al chico–, a ver qué dicen...
La noticia no fue dada por la tele. Ni por la radio. Apenas competían el susurro de un tango de la Dos por Cuatro con el de las bandas que ensayan en los garajes próximos.
A la vuelta, sobre la colorinche Garibaldi, se armó un picado. En Caminito volaron los feriantes, pero quedaron algunos turistas con sus cámaras. Una mujer oriental de piel al cuello sonreía con el puente de La Boca de fondo, desdibujado por los copos blancos, en la nebulosa invernal. ¿Se congela el lago?”, preguntaba al taxista que gatillaba su camarita. El Riachuelo convertido en pista de hielo, a nadie se le había ocurrido.
Con la llegada del frío, el barrio suele poblarse de pibes reunidos en las esquinas más apartadas del barrio chino en torno de fogatas que hacen con la madera que los depósitos fiscales tiran a la calle. Con las capuchas, las manos en los bolsillos, pasan las noches reunidos. Ayer no hubo fuegos, afuera. Pero se refugiaron bajo un gomero tupido, al costado de las vías, pegados a la Bombonera. Es el día más loco de mi vida, decían mientras los techos de chapa se iban cubriendo de blanco, sin prisa.
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