Mar 10.07.2007

EL PAíS • SUBNOTA  › CRONICA DESDE EL MICROCENTRO

El vikingo en remerita

› Por Horacio Cecchi

“¿Duiu uón leder janmeid?”, preguntaba la joven, parada en el borde del escalón de la galería casi sobre la vereda. Y la pregunta, en un inglés más fonético que sajón, la repetía a cada uno de los que desde su experimentada perspectiva fisonomista tenían algún perfil de turista extranjero. Es seguro que cualquier otro día su perspectiva comercial debe arrastrar con éxito a ansiosos turistas dispuestos a desempacar sus verdes con tal de llevarse esas artesanías sobre cuero, especialmente porque la galería está ubicada sobre Florida al 900. Pero ayer, con el espectáculo del vikingo que abría los brazos y miraba al cielo en remera de mangas cortas, en el preciso momento en que la ventisca polar cortaba los dedos y el aguanieve tomaba la consistencia legal de los copos para hacer muñecos blancos, ante semejante espectáculo, quién iba a prestar atención a los leder janmeid.

El vikingo, un gigante de uno noventa como mínimo, con su melena rubia-colorada suelta sobre los hombros, mira feliz hacia el cielo como un chico esperando el regalo de Reyes, mientras convoca la atención de todo el mundo por su aspecto, desusado no por lo vikingo sino por lo de la remera de mangas cortas bajo los copos, que ya son más consistentes que una vulgar aguanieve. ¿Acaso no nieva en Dinamarca? ¿Acaso Olaf nunca vio copos blancos cayendo del cielo? No. Nunca los vio. No tiene la menor idea de si en Dinamarca hay nieve. No es Olaf. Ni siquiera vikingo, ni nada por el estilo. Olaf es Daniel Peirano, argentino. Igual, no tiene una pizca de frío. ¿Estará loco?

“No tengo frío porque me baño con agua helada”, quiere explicar Daniel, de 43 años, sereno de la galería y buzo profesional, pero sin éxito en esto de despejar dudas. Son alrededor de las cuatro de la tarde. La sensación térmica y la temperatura real ya forman el mismo témpano. En Plaza San Martín, una parejita de chinos fotografía al vikingo meid in aryentain. Dada la situación, lo que se dicen entre risitas debe ser algo del estilo de “mirá, está loco”, pero en oriental.

“No, cuando me baño con agua helada tampoco tengo frío –responde Daniel, que para colmo está de novio con una rusa, Elena, que tiene alergia al frío húmedo de Buenos Aires, y él cuenta que cada vez que abre la ventana de su departamento la joven estornuda–. No, el agua helada te desarrolla el metabolismo y podés estar así, sin frío, durante tres a cinco días.” En realidad, pensándolo un poco, por más rusa que sea, Elena debe ser un ser humano común y con el frío que hace y las ventanas abiertas, más que alergia debe estornudar de pulmonías. Daniel recuenta toda la historia de cómo un viejo pescador le enseñó el secreto para vulnerar la hipotermia.

No lejos de allí, bajo el mismo frío y no podría decirse que bajo el mismo techo, también en la calle pero no por decisión sino porque no tienen otra, el Chino en su silla de ruedas, Rober, el Uruguayo y un amigo, se la rebuscan como pueden todos los días y ahora lo hacen en derredor de una fogatita que encendieron en un tacho con unas maderas y papel, y tratan de mitigar el frío a un costado de la 9 de Julio. No tienen agua helada para probar el método del vikingo, tampoco tienen agua caliente, ni techo. Lo único que tienen es frío, a esa hora de la tarde, cuando los copos de aguanieve ya son copos de nieve y empiezan a recordar que en Buenos Aires ya cayeron copos blancos, y no en 1918 como aseguran las memorias, sino en el Buenos Aires de Oesterheld.

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