EL PAíS • SUBNOTA
› Por Diego Schurman
Como parte del controvertido acuerdo entre el Instituto porteño y la Lotería Nacional, se prohibió a los bingos la explotación de las máquinas tragamonedas. La medida beneficia directamente al Hipódromo de Palermo y a los dos casinos flotantes –Estrella de la Fortuna y Princesa– únicos emprendimientos de la ciudad con máquinas tragamonedas. Todos están controlados por el patagónico Cristóbal López, de fuertes lazos con el gobierno nacional. Las máquinas tragamonedas son una fenomenal fuente de ingresos ya que multiplican por veinte lo que recaudan las cinco salas de bingo juntas. López lo sabe desde joven, cuando comenzó con el negocio de los casinos, que hoy desperdigó por todo el país. El empresario nació en Comodoro Rivadavia y su desembarco en Buenos Aires se lo debe a Kirchner, a quien conoce desde que manejaba las riendas de Santa Cruz. Fue Carlos Alberto Gallo –sí, el mismo del Instituto, aunque en sus años de titular de Lotería– quien le abrió las puertas al negocio de los tragamonedas: en el 2003, lo autorizó a instalar más de un centenar de máquinas en el Hipódromo de Palermo. Asociado con la española Cirsa, López también explota los casinos flotantes, cuyos ingresos ascienden a un promedio diario de un millón y medio de pesos. El empresario patagónico ha diversificado sus negocios. Además de los centros de juego, que le hicieron amasar una fortuna inconmensurable, tiene emprendimientos en otros rubros, como la obra pública y el petróleo.
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