EL PAíS • SUBNOTA
Los principales autores del crimen, el capitán Luis Emilio Sosa y el teniente Roberto Guillermo Bravo, estarían vivos y en la Argentina. Revelaciones en las declaraciones de tres colimbas.
“Existen indicios de que Sosa y Bravo están vivos y están en la Argentina. La Armada lo informó”, detalló a Página/12 el fiscal federal de Rawson, Fernando Gelves. Aunque la causa por la masacre de Trelew, que instruye el juez Hugo Sastre, no tiene todavía imputados, sus testimonios delinean el perfil de los principales autores del crimen: el capitán Luis Emilio Sosa y el teniente Roberto Guillermo Bravo. Tres declaraciones de colimbas –a las que accedió este diario– que estaban en la base Almirante Zar cuando fueron los fusilamientos describen los hechos. Sus palabras coinciden con las denuncias que hicieron los tres sobrevivientes hace 35 años.
La causa comenzó a avanzar desde su reapertura a fuerza de testimonios. Entre otros, declararon el periodista Daniel Carreras –que cubrió la conferencia de prensa en el aeropuerto–, el médico que los revisó en ese momento, Atilio Viglioni; el periodista Tomás Eloy Martínez, cuya investigación fue incorporada a la causa (ver recuadro). También aportaron sus testimonios los varios abogados de los presos y un médico de la Armada, Lisandro Lois, que los atendió tras los fusilamientos. “No vi indicios de que los remataran”, dijo. Y quedó con posibilidades de ser imputado por encubrimiento. El juez hizo una inspección ocular a las celdas y el Instituto Balseiro hará una pericia sobre esas paredes.
El miércoles, cuando se cumplan 35 años de la masacre, declararán algunos de los familiares de los fusilados, como la madre de Pedro “El Indio” Bonet, Hilda Bonet, y la esposa de Humberto Toschi. El juez planea tomar testimonio a algunos vecinos de Trelew que dieron apoyo a los presos y que organizaron la resistencia a la militarización de la ciudad, como Gustavo Peralta o Celia Negrín, y también a la directora del documental Trelew, Mariana Arruti.
Los testimonios de los tres conscriptos coinciden, como en un eco del pasado, con lo que declararon los sobrevivientes María Antonia Berger, Alberto Camps y Ricardo Haidar. Como ellos, los soldados recuerdan los nombres conocidos de los represores, pero también algunos menos conocidos: el jefe del batallón, capital Alfredo José María Fernández, al teniente de navío José Norberto Alonso, al jefe de Marinería Norberto Pacagnini, a los tenientes Troitiño, Gough y Emilio Galíndez, y al suboficial principal Arnaldo Apiolaza. En el juzgado, investigan esos nombres: ya hicieron averiguaciones sobre Galíndez y Fernández y estarían muertos. Troitiño, en cambio, seguiría en Puerto Madryn.
“El jefe de la zona de toda la operación era Luciano Benjamín Menéndez. Lo sé porque tuve que hacer guardia con gendarmería en Rawson”, relató en su declaración el ex conscripto Hugo González, quien dijo en su declaración que había sido asistente personal de Sosa (“Lo conocía bien. Era alcohólico”.) Sostuvo que le tocó custodiar a los presos una vez que los trajeron del aeropuerto, al igual que a Carlos Juárez.
Apenas se conoció la fuga, a Juárez lo enviaron a hacer guardia armado hasta los dientes. “Las FAL las teníamos cargadas con seguro y con bala en boca. Pasé esos días durmiendo en el piso. Comíamos en una bandeja que nos dejaban. Había un conscripto por puerta”, relató. “Cuando un detenido pedía ir al baño, iba acompañado de un conscripto y un oficial. Iban con las manos en la cabeza. El conscripto iba atrás del detenido apuntando con el arma y el oficial adelante, apuntando con la ametralladora”, describió. “Cuando les servían la comida se los sacaba por calabozo y se armaba una mesa en el pasillo, siempre vigilados por los guardias”, recordó. “No tenía ningún tipo de diálogo con los detenidos. A veces prendíamos cigarrillos y les convidábamos sin que nos vieran los oficiales”, dijo.
Hasta que llegó el 21 de agosto de 1972. “A la noche a nosotros nos mandan a dormir a la cuadra. Fue la primera vez que tomaron esa medida. Lo ordenó Ficoseco o Argañaraz”, dijo. “Al otro día había un revuelo tremendo. Nos forman a todos en la plaza de armas y nos dicen que fue un intento de fuga y que los mataron a todos. La noticia fue terrible.” “A Sosa no lo vimos más”, agregó. González advirtió que tampoco volvieron a ver a Bravo, Galíndez, Fernández, Gough, ni a Menéndez, que luego ocupó el comando del III Cuerpo de Ejército en la última dictadura.
Carlos Roveta, otro colimba, participó de los rastrillajes de la zona, en busca de los que colaboraron con la fuga. También le tocó vigilar el perímetro de la cárcel de Rawson y de una comisaría donde tenían dos personas, que supuestamente habían ayudado a los presos.
En su declaración, Roveta recordó con claridad ese 22 de agosto: “A la mañana nos despertamos más tarde que de costumbre y nos llamó la atención que había un montón de oficiales, como Sosa, Fernández. Estábamos en la plaza de armas y nos dijeron que (hubo) un intento de fuga. Creo que nos hablaba Troitiño”. “Nos quedamos helados porque era inverosímil. No podíamos decir nada, pero era todo una mentira. El pasillo era muy angosto y con 19 personas amontonadas allí no les daba posibilidad de nada. Nos dijeron que nosotros teníamos que decir eso”, relató.
El ex colimba notó el cambio en la sociedad chubutense, que fue reprimida por su solidaridad con los presos. “Se notaba a la gente muy nerviosa. Antes nos dejaban cigarrillos, facturas y a partir de ese día no nos daban nada. Trelew era peor: un día nos tiraron un coche encima al grito de asesinos”, contó.
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