EL PAíS • SUBNOTA › BIOGRAFOS Y ESCRITORES PIENSAN LA FIGURA DE GUEVARA
El hombre más cool de la década de JFK y Malcolm X, el vagabundo que vagaba mundos, un Icaro latinoamericano... Jon Lee Anderson, Paco Ignacio Taibo II, Abel Posse, Mariano Rodríguez Herrera y Ciro Bustos analizan la intensidad política del Che y cómo llegó a convertirse en un símbolo que excede a la revolución y a la lucha antiimperialista.
› Por Silvina Friera
Fue un meteoro político cuya intensidad y audacia se potencian y expanden por el mundo en un monosílabo que suena, de acuerdo con quien lo pronuncie, como sinónimo de revolución, de lucha antiimperialista, irreverencia, rebeldía, idealismo o romanticismo. Hace cuarenta años, segundos antes de morir en una escuela de La Higuera, Ernesto “Che” Guevara le dijo a su verdugo, el sargento boliviano Mario Terán: “Apunte bien y dispare. Va a usted a matar a un hombre”. En el preciso instante en que las dos ráfagas de fusil automático fueron descargadas sobre el cuerpo del Che, moría el hombre y empezaba a nacer el mito. El periodista y biógrafo Jon Lee Anderson, los escritores Paco Ignacio Taibo II y Abel Posse, el historiador cubano Mariano Rodríguez Herrera y el argentino Ciro Bustos –miembro fundacional del Ejército Guerrillero del Pueblo (EGP) y uno de los hombres de mayor confianza de Guevara en Bolivia– repasan junto a Página/12 las imágenes que se fueron cristalizando en torno del mito: el hombre más “cool” de la década de Marilyn Monroe, JFK, Malcolm X y Jim Morrison; el Icaro latinoamericano; el vagabundo “que vagaba mundos”; el argentino cojonudo, “valiente hasta la locura” que combatía de pie; el referente y punto de apoyo moral para muchos jóvenes del mundo, el hombre que murió con dignidad, “como el personaje del cuento de London”, según plantea Ricardo Piglia.
“Lo más increíble del Che es el hecho de que intentó cambiar el mundo desafiando al poder más fuerte de la tierra, y lo hizo poniéndose él mismo en el campo de batalla”, opina Jon Lee Anderson desde Nueva York. “Su historia, su vida dramática, su imagen varonil, la forma en que murió, valientemente, y lo que preconizó, cambiar el mundo, lo hacían un personaje totalmente singular, un símbolo universal del idealismo y la rebeldía, cualidades por excelencia de la juventud”, añade el autor de Che. Una vida revolucionaria. “Como Icaro en la mitología griega, intentó volar al sol y murió en la hazaña, desoyendo a su padre –compara su biógrafo-. Es universal la admiración que tenemos hacia este tipo de figuras, aunque sean condenados a morir por su audacia.”
–¿El Che es uno de los primeros iconos de la globalización?
–El Che es, sí, uno de los primeros iconos de la globalización, pero de la globalización temprana que comenzó antes del boom de los últimos quince años. Es además una figura de culto retro-chic; era el hombre más cool de la década de Marilyn, JFK, Malcolm X y Jim Morrison. Pero por su contenido político, tiene más peso y vigencia que todos ellos; su legado es haberse convertido en casi la destilación de los sueños de cambio radical de aquella época desvanecida pero añorada.
“Cuando compones el cuadro del Che, encuentras un montón de cosas que no se corresponden con los estereotipos del héroe militar ortodoxo”, dice Taibo II, uno de los biógrafos del Che. “Encuentras un vagabundo, un antijerárquico, un irreverente, un igualitario, un amante de la poesía.” La semana pasada llegó a las librerías del país El cuaderno verde del Che (Seix Barral), una antología integrada por 69 poemas de Pablo Neruda, Nicolás Guillén, León Felipe y César Vallejo, copiados por Guevara en la selva boliviana, con prólogo de Taibo II. El libro fue encontrado por tres oficiales y un agente de la CIA en la mochila del Che, pocas horas antes de que fuera asesinado. “Todo intento de sesgar al Che es un error grave. Me ponen los pelos de punta los libros que sesgan al personaje y no lo meten en contexto”, advierte Taibo II. “Cuando la izquierda más neardenthal de América latina toma ocho frases del Che y se queda con la guerra de guerrillas, pierde al Che, se le va. Cuando lo quieren reducir al animal político y no toman en cuenta la cotidianidad de los actos políticos antijerárquicos del Che en la vida diaria, se les va el Che, lo pierden, no es ése. El Che es básicamente un hombre que habla con hechos que son de composición múltiple. Tiene una vertiente de vagabundo que toda su vida lo ha de acompañar. Y esta vertiente es muy sana. El término vagabundo ha sido calumniado por la burguesía, que lo ha sustituido por ‘turista de élite’, los que recorren los países con vidrios polarizados. El Che era un vagabundo, vagaba mundos.”
El periodista, historiador y escritor cubano Mariano Rodríguez Herrera pertenecía a la célula de Propaganda del movimiento 26 de Julio. Le enviaba al Che, desde su provincia, Camagüey, noticias sobre las acciones del 26 para que el Che las trasmitiera por Radio Rebelde, la emisora que fundó y dirigía en la Sierra Maestra. “Los compañeros de la Sierra decían que era un argentino cojonudo, valiente hasta la locura, que muchas veces combatía de pie”, recuerda el escritor en diálogo con Página/12. “No todos los jóvenes conocen al Che sólo por las remeras y posters. En Cuba, por supuesto, no es así. Se le conoce por toda su vida de revolucionario de una pureza de ideales únicas”, aclara el autor de Tania, la guerrillera del Che, recientemente publicado por Sudamericana. “En cuanto al resto del mundo, es cierto que se le conoce por las remeras y los posters, pero muchos de los jóvenes que usan esas remeras participan en manifestaciones contra la guerra en Irak y contra el asesino múltiple de mujeres y niños que es Bush. El Che es más que un mito. Es una bandera de las ideas más nobles de la condición humana, como decía André Malraux, y las banderas, aunque les dispares con una ametralladora, como hicieron con Guevara en La Higuera, y las llenes de perforaciones, siguen flotando en su asta bajo el sol de cada día.” Rodríguez Herrera considera que muchos aspectos de la vida del Che contribuyeron a generar el mito. “Desde niño fue consecuente con sus ideas y por ellas luchó en Cuba, en el Congo y en Bolivia. El se consideraba un Quijote, por eso, en la carta de despedida a sus padres, escribió: ‘Ya estoy nuevamente con mi adarga al brazo y siento bajo mis talones los hijares de Rocinante. Me dicen aventurero y lo soy... pero de nuevo cuño, de los que arriesgan el pellejo por sus ideas’.”
Che Guevara, el pensamiento rebelde (Peña Lillo, Ediciones Continente), de Guillermo Almeyra y Enzo Santarelli, es uno de los libros reeditados por el aniversario de la muerte de Guevara. En el prefacio a esta nueva edición, Almeyra, historiador argentino y doctor en Ciencia Política, escribe: “Perdió la vida –que para él no valía nada si no se la ponía al servicio de la liberación de la humanidad– no por quimérico sino por optimista, no por tener una supuesta pulsión suicida sino porque no midió a fondo el miedo y el odio que despertaba entre los burócratas de los partidos comunistas y confió demasiado en ellos, que lo dejaron solo o lo traicionaron, como los dirigentes del PC boliviano”. Almeyra señala que el Che luchó contra los excesos del arbitrio y de la brutalidad de la burocracia, y subraya que Guevara salvó de la prisión y quizás de la muerte a revolucionarios que tenían ideas propias y que se opuso a la destrucción del plomo de la edición cubana de La revolución traicionada, de León Trotsky, sosteniendo que quienes no estaban de acuerdo con esas u otras obras deberían rebatirlas y no hacerlas desaparecer. “Su lucha antiburocrática se convirtió así involuntariamente en un combate contra la superficie, los epifenómenos, de esta plaga de la sociedad moderna y contra las manifestaciones más groseras del burocratismo: la corrupción, la ignorancia, la incapacidad, el autoritarismo. De ahí su popularidad aún hoy en Cuba y en buena parte de la juventud mundial, pues quienes rechazan los privilegios, la corrupción, las órdenes sin sentido ‘desde arriba’ encuentran en el Che un punto de apoyo moral y un modelo político”.
“Es una obligación recordar el corto período en que se desarrolla tanto su vida, como su accionar, en circunstancias históricas que han cambiado casi totalmente. Sobre todo, en lo que hace a la factibilidad de poner en práctica sus ideas”, dice Ciro Bustos, desde Malmö (Suecia), donde está radicado desde mediados de los ’70. “La miseria universal y la injusticia son mayores, pero el poder opresor también, polarizado en torno al imperio. La idea central de sus propuestas –enfocadas teóricamente en sus escritos–, es la de que no se llega a ningún cambio social, favorable a los desposeídos, sin luchar. Pero en aquel entonces las luchas contra explotadores locales o regionales se enfrentaban al mismo nivel de fuerzas represoras, locales o regionales. El poder global, actúa ahora –con tecnología de manos limpias–, directamente contra los pueblos en que se produzcan brotes de la voluntad de luchar, y con una estrategia transparente, dejando en evidencia que lo que importa son las reservas de bienes materiales y no los humanos. La lucha armada es un suicidio colectivo”, plantea Bustos, que acaba de publicar El Che quiere verte (Vergara), memorias en las que repasa, después de cuatro décadas de silencio militante, su experiencia en Salta y Bolivia.
“Las mitificaciones se usan a veces para mistificar, y la verdad resulta ser víctima de deformaciones interesadas. No he sido más que un testigo y partícipe de hechos que han cobrado fuerza histórica. Pero tenemos la obligación de testimoniar para que nuevas generaciones puedan rearmar la historia verdadera. Lo que no se podía decir entonces, se debe decir ahora.” Bustos cuenta la nostalgia del Che por Argentina: “En cuanto encontraba el hueco necesario en el caos, me llamaba para conversar, junto a su hamaca y hasta en mis puestos de guardia. De pronto, no había una guerra desatada, no había mosquitos, no teníamos hambre. Ni siquiera había planes frustrados. Era, quizás, la última oportunidad de rememorar motivaciones que lo habían puesto en marcha y a las que no pudo regresar”.
En Los cuadernos de Praga, reeditada por Emecé, el escritor Abel Posse propone un acercamiento a la personalidad humana del Che, indagando en un episodio poco conocido de su vida: la estadía secreta en Praga, durante cinco meses (antes de la batalla final en Bolivia), por donde “andaba disfrazado de burgués, con lentes y traje gris, y hacía bromas de su condición”. Posse sugiere que sólo la novela podía liberarlo de su imagen de profeta de la liberación. “Elegí la novela como forma de rescatarlo en su realidad humana y al mismo tiempo enaltecerlo en su coraje un poco inútil”, afirma Posse. “El Che fue derrotado como militar, pero fue un combatiente que defendió sus ideas hasta la muerte. Fue uno de esos pocos personajes que tuvieron un destino rutilante, que fue la perfección de un símbolo. Es como si hubiera esculpido una figura para la posteridad. El Che no aportó grandes ideas al marxismo. Era un combatiente, un guerrero, un hombre de acción”, plantea el escritor. “La juventud está viviendo un tiempo de decadencia, no hay ideas nobles por las cuales luchar; entonces, la imagen del Che se enaltece casi hasta un punto religioso.”
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