EL PAíS • SUBNOTA
Por Fortunato Mallimaci *
El sacerdote Von Wernich al final habló. La Iglesia católica al final habló. Confiado, seguro, soberbio, altanero, miró al tribunal, miró a la cámara y pidió diez minutos. Miró también fijo al crucifijo que presidía la sala (¿hasta cuándo será un salón sacro un tribunal de Justicia?) y habló, explícito, en su condición de sacerdote católico.
No era alguien que se preguntaba sobre su pasado o que ponía en duda su accionar. Por el contrario, seguro de sí mismo, reafirmaba con voz potente y manos que lo acompañaban, que había hecho lo que tenía que hacer. Dios y la Iglesia se lo habían pedido y ordenado. El cumplía.
Y para que no quedaran dudas de que hablaba un sacerdote, la Iglesia Católica por su intermedio, utilizó todos los símbolos católicos disponibles. Jesús, Cristo, la Biblia, Dios, María, el Demonio, el pecado, la confesión, los sacramentos y los 2000 años de historia de la Iglesia de la cual él forma parte, nos dijo, nos recordó y nos amenazó, lo estaban en ese momento acompañando.
En la sala, momentos antes habíamos escuchado los alegatos: ayer de la querella y hoy de la defensa. Lo novedoso de este juicio fue que la defensa de Von Wernich reconoció aquello que hoy sectores de poder continúan negando: que hubo miles de detenidos-desaparecidos, de torturados, de prisioneros, de campos de reclusión y un plan de terror implementado desde el Estado para eliminar a sus opositores. Es un gran avance frente a los que niegan estos crímenes de lesa humanidad. Pero a renglón seguido, era la lógica de su defensa, intentaron minimizar su participación en los hechos que se le imputaban, dado que se trataba de “un simple capellán de la policía”. Von Wernich: ¡un perejil!
Por eso el reo Von Wernich insistió que su tarea había sido la de confesar, la de brindar paz y trato a los detenidos... Hay que ser hipócrita para mencionar la palabra paz cuando la Policía Bonaerense, de la cual era el principal asesor, colaborador y legitimador fue responsable durante la dictadura de miles de detenidos-desaparecidos, torturados, asesinados, encarcelados...
Pero estamos ante un confesor que no confiesa, que enmudece cuando debe decirnos dónde están los cuerpos de los detenidos-desaparecidos cuando era el asesor del coronel Camps; dónde están los cuerpos de las madres asesinadas luego de dar nacimiento a sus bebés; dónde están los bebés nacidos en cautiverio; quiénes armaron con él los planes de exterminio, colaboraron en torturar y asesinar... aquí la Iglesia Católica, como lo viene haciendo desde 1976, vuelve a callar, a no hablar, a seguir apostando al vínculo entre militarización y catolización, entre Patria y Nación católica, en preferir pactos corporativos a la búsqueda de la justicia, ese nuevo nombre de la paz.
Y es importante recordar una vez más que la reconciliación, la confesión, el pedir perdón en la larga tradición judeo-cristiana, significa construir justicia, es decir, reconocer y hacer memoria de los daños realizados, rehacer el tejido social destruido por esa injusticia y hacer público el deseo de no volver a realizarlo.
Por eso, aunque Von Vernich habló de la confesión no hubo en él ningún gesto, palabra ni mirada de arrepentimiento. Más aún, citando al cardenal Bergoglio, presidente de la Conferencia Episcopal Argentina en su discurso del domingo en el santuario de Luján, trató de descalificar a todos y todas aquellos que lo habían acusado en el juicio con sus mismas palabras “el demonio es el testigo falso”, esos testigos que lo acusan a él, a la Iglesia Católica, a sus 2000 años de historia, “están preñados de malicia, de mentira”. Y remarcar, para no dudar de su catolicidad, “que María nos enseña el camino de la verdad”.
Sus palabras finales fueron recordar que en la larga historia de la Iglesia, “nunca, ningún sacerdote violó el sacramento de la confesión”. Triste y terrible ironía, el sacerdote que se jacta de no violar un sacramento acepta que se violen cuerpos, que se violen sueños, de creerse todo omnipotente, de ser Dios para decidir sobre lo más absoluto y sublime: el amor a la vida de un varón, de una mujer que por ser luchadores sociales, amantes de la solidaridad y la justicia, él, Von Wernich, la Iglesia, decidió que eran no personas, no debían seguir viviendo, eran subversivos.
* Sociólogo de la religión UBA/Conicet.
Por Daniel Goldman*
En su presentación final, Von Wernich utilizó el sistema de la definición de palabras a partir de sus opuestos. Tonto, el supuesto sacerdote no parece. Más bien sádico, aunque no sea contradictorio. Pero más allá de sus características personales (si es que se puede), creo que resulta interesante jugar con ese modo de pensamiento, tarea difícil si la hay. Elegir la palabra correcta resulta un desafío inmenso, porque equivocarse con ella nos remite a otro lugar, tan distante como la palabra misma.
Von Wernich definió la paz en oposición al pecado. A diferencia, me permito, traer la reflexión del profesor Jacob Petuchowski cuando cavilaba alrededor de la polivalente palabra hebrea “shalom”, que generalmente se traduce como “paz”, pero que de modo filológico debería vinculársela con “integridad”. De manera novedosa, Petuchowski sostiene que lo opuesto al “shalom” no es la guerra, como generalmente se entiende, sino el “exilio”. Exilio significa no estar en el lugar en el cual debemos estar. Ni más ni menos. Un trabajador cuando está desempleado está en el exilio, del mismo modo que aquel que ha sido expulsado de su tierra, y de la misma manera que un padre cuando no cumple con sus obligaciones para con sus hijos. Pero utilizando el mismo mecanismo alrededor del “pecado”, intuitivamente percibo que lo opuesto a esto último es la “justicia”. Y vuelvo al “shalom”, porque la paz es una instancia posterior y superadora y no opuesta a lo pecaminoso. Me cierra más creer que alguien que ha sido secuestrado es reivindicado con justicia. Alguien que ha sido torturado, es reivindicado con justicia. Alguien que ha sido asesinado es reivindicado con justicia. Evidentemente, después de estos pecados, jamás se puede retornar al estado anterior. Simplemente se reivindica,
pero no se retorna, porque el retorno es imposible. Volviendo a Von Wernich, éste deberá pagar con la imposición de la “justicia” y no con la falacia de la supuesta “paz”. De eso trata el estado de derecho, aunque este hombre no crea en ello. En este juego de opuestos, ¿habrá estado en algún momento de exilio Von Wernich cuando era cómplice de todos estos delitos? No lo creo, porque la propia palabra “exilio” no alcanza para definir la inmensidad del espanto del cual fue partícipe.
Pensando en otras categorías, considero que tampoco la reconciliación sea el camino para arribar a la paz, como sostuvo Von Wernich. Para llegar a esta última –según el Talmud– se necesitan previamente la “verdad”, entendida como la lectura real de los hechos y el “juicio”, como demanda valorativa para la vida en libertad, siendo ambas instancias necesariamente esenciales para la íntegra paz.
Finalmente, retornando al juego de los opuestos, quiero ser cauto para definir el término “religioso”. Si bien me resulta difícil definir esa palabra, pragmáticamente estoy convencido de que si ese individuo es “religioso”, por oposición, no tengo dudas, gracias a Dios, de que yo no lo soy.
* Rabino.
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