EL PAíS • SUBNOTA
› Por Horacio Verbitsky
En septiembre de 1961, el presidente Arturo Frondizi se reunió con su colega estadounidense John F. Kennedy. Pero el secretario de Estado Dean Rusk no le permitió gozar del gran momento. Antes de comenzar la reunión, le entregó fotocopias de unos documentos que le dijo habían sido encontrados en la embajada cubana en Buenos Aires. Frondizi los miró y opinó que eran falsos, pero Rusk insistió: el gobierno cubano planeaba intervenir en asuntos internos de la Argentina y provocar una infiltración comunista. Allí estaban las pruebas.
Al día siguiente, mientras Frondizi explicaba en las Naciones Unidas su programa desarrollista, el exiliado cubano Frank Díaz Silveyra, del Frente Revolucionario Democrático (FRD), sostenido por la CIA, entregó fotocopias de los documentos en una conferencia de prensa en Buenos Aires. El ex presidente de Cuba Prío Socarrás, denunció gestiones en la isla orientadas a derrocar al gobierno argentino.
Frondizi creía que, ante la amenaza cubana, Estados Unidos apoyaría con capitales el desarrollo latinoamericano, al que concebía como la barrera de contención más efectiva contra el comunismo. Por eso, condenaba al régimen cubano pero sin propiciar su aislamiento. Con buena capacidad de predicción, temía que una respuesta represiva radicalizara las posiciones y sumiera a todo el continente en los ardores de la guerra fría. La conducción castrense, heredera y custodia del legado de la autodenominada Revolución Libertadora, y la Iglesia, conducida por el integrista cardenal Caggiano, postulaban el alineamiento total con Estados Unidos en contra del avance comunista.
Los denunciantes exigían la ruptura de relaciones con Cuba, tal como había hecho el gobierno del Perú ante una denuncia similar. El gobierno argentino insistía en la necesidad de comprobar la autenticidad de los documentos, pero el FRD no los entregaba. Recién lo hizo al mes siguiente. Los peritajes mostraron que ninguno coincidía con las fotocopias entregadas por Díaz Silveyra salvo uno, que era falso.
Pese a esta comprobación, los servicios de inteligencia de Estados Unidos, los exiliados cubanos, los partidos opositores y los medios de comunicación tradicionales, siguieron reclamando la ruptura. Un editorial de La Nación del 16 de octubre advertía: “Aún cuando la validez de las cartas sea desestimada, no se puede desestimar el carácter intervencionista del fidelismo”. Nunca se estableció si la falsificación fue realizada en Estados Unidos o por los propios servicios de seguridad argentinos.
En abril de 1961, pocos días después de la invasión estadounidense en Bahía de los Cochinos o Playa Girón, Frondizi se había reunido en Uruguayana con el presidente brasileño Janio Quadros, con quien firmó un tratado de cooperación para promover el desarrollo solidario del Cono Sur. Coincidían en la necesidad de limitar la injerencia de Estados Unidos en los asuntos internos de los demás países del continente y reivindicar la autodeterminación de los pueblos.
En agosto el presidente argentino recibió en Olivos a Ernesto Che Guevara, quien había asistido a una reunión internacional en Punta del Este. Frondizi envió una avioneta a buscarlo. Su ilusión era mediar entre Cuba y Estados Unidos. La reunión secreta fue detectada y desató un nuevo planteo militar, que culminó con el relevo del canciller Adolfo Mugica, un ex diputado conservador (padre de un joven sacerdote de pelo rubio, ojos celestes y sonrisa magnética), que había defendido la no intervención en los foros internacionales.
Demostrada la falsedad de los documentos, Frondizi resistió varios meses la ruptura con Cuba. En enero de 1962, durante la Conferencia de la Organización de Estados Americanos (OEA) reunida en Punta del Este, la cancillería argentina se abstuvo en la votación para expulsar a Cuba del sistema interamericano de defensa, si bien aprobó algunas de las cláusulas que implicaban una condena al comunismo. Los militares denunciaron que se había acordado una posición contraria y exigieron capacidad de decisión en la política exterior. Los mismos partidos políticos y medios de comunicación utilizaron la cuestión para criticar la integridad moral de Frondizi y la legitimidad de su gobierno. El presidente prometió reconsiderar la cuestión, pero los reclamos militares se convirtieron en exigencias. Ante los rumores de un inminente golpe de Estado, el 8 de febrero de 1962 el gobierno argentino firmó el decreto de ruptura de relaciones diplomáticas con Cuba. Al mes siguiente, Frondizi fue derrocado.
Informe: Mercedes González.
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