Vie 06.09.2002

EL PAíS • SUBNOTA  › OPINION

Una reacción civilizada

› Por Luis Bruschtein

Ricos contra pobres, juventud podrida y mano dura. Son esperpentos que aparecen cuando se aborda el tema seguridad. Entonces aterrizan candidatos como Aldo Rico o se crea consenso para el nuevo dictador. Ipso facto, y como si fuera el reflejo condicionado del perro de Pavlov, la izquierda lo rehúye y la derecha lo azuza. Pero el problema existe y es grave. Y la incapacidad para enfrentarlo, lo agudiza.
Una explicación apunta al sistema: cuando no hay trabajo y la brecha entre ricos y pobres se profundiza, aumenta la criminalidad. Dicho así, ese discurso tiene una parte de verdad, pero es esencialmente esquemático y hace que las clases medias y altas, en vez de reflexionar sobre las injusticias del sistema, se broten y quieran alambrar los asentamientos y fusilar a los pobres.
Ese discurso tan esquemático termina criminalizando a la pobreza. Cuando en realidad muchos de los secuestros express de las últimas semanas fueron protagonizados por policías y personas de clase media y alta. Hay tipos de delitos donde el tema de la pobreza incide más que en otros. Y hay delitos que requieren infraestructura y contactos que sólo pueden provenir de sectores policiales o del mismo ámbito social donde se producen.
No es un problema de pobreza, sino también cultural. Por lo general, es más cultural que de pobreza, porque si no, todos los pobres serían ladrones. Lo que sí es cierto es que ambos factores son producto del sistema. Por ejemplo: durante la dictadura, las Fuerzas Armadas, como institución en el poder político, establecieron como normal el secuestro y el asesinato. Al salir de la dictadura, en los años 80, fueron secuestrados grandes empresarios y algunos fueron asesinados. Dos de las bandas más importantes estaban compuestas por altos jefes policiales, elementos de los distintos servicios de inteligencia e inclusive por una familia vinculada a la alta sociedad, el clan Puccio.
El problema no es solamente para las clases acomodadas, sino también para los humildes. En los asentamientos más organizados, en las asambleas de piqueteros, es una de las cuestiones más discutidas. Para ellos, el problema tiene claramente dos puntas: el de adentro y el que viene de afuera con las razzias y el gatillo fácil. Les resulta más fácil controlar el problema interno, con organización, solidaridad y firmeza, que el externo.
La corrupción ostentosa y la impunidad, la cultura del éxito y la riqueza a cualquier costo que campeó en la década pasada fue otra escuela de delincuentes. Es un tema más complejo que ricos contra pobres, juventud podrida y mano dura. Y además no se resuelve de un día para otro. Hay temas inmediatos que tienen que ver con la prevención y el saneamiento de las fuerzas de seguridad y de la Justicia. Y otros de tipo estructural que llevan tiempo.
Hay una sociedad harta de vivir en la angustia y el peligro pero que al mismo tiempo se niega a convertir al país en un campo de batalla. Sabe que las figuras autoritarias empeoraron la situación y que los candidatos que prometieron mano dura y pena de muerte fueron cazadores de votos que se aprovecharon de la desesperación, el temor y la rabia y no arreglaron nada. Las soluciones están en esa misma sociedad, en la capacidad de proyectar una cultura distinta por la paz y contra la violencia.

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