› Por Veronica Gago
A una década de la edición argentina, acaloradamente discutida y propagada, de Cambiar el mundo sin tomar el poder (Herramienta, 2002), John Holloway presenta su nuevo libro como una hija de aquél. Agrietar el capitalismo es a la vez consigna y problema, balance y proyecto. Volver a preguntar qué significa la transformación si no se toma al Estado como lugar privilegiado de producción del cambio y profundizar en qué entendemos e imaginamos como revolución, requiere en este momento confrontar con una revitalización evidente en nuestro continente de la presencia y del discurso estatal y con un debate también abierto sobre el devenir de los movimientos sociales y las experiencias de lucha. Que Holloway elija la cuestión del trabajo como hilo rojo desde el cual volver a trazar el mapa de debates y combates es una clave poderosa. Por un lado, porque insiste con hablar del “hacer” como práctica que se sustrae a la subordinación del trabajo medido en términos de mercado, es decir, de valor. El contrapunto queda claro: el hacer se afirma contra el trabajo y así se explicita el carácter bifronte del trabajo teorizado por Marx. El hacer se vincula entonces con una idea no servil del trabajo: prácticas que tienden a la autodeterminación y con capacidad de apropiación de la riqueza colectiva. Con prosa sencilla, casi un tono oral, Holloway discute distintos autores y no deja pasar muchas páginas sin poner imágenes-ejemplos, casi siempre de distinta escala pero para él igualmente válidos. De la guerra por el Agua en Cochabamba a una huerta orgánica en algún lugar de Estados Unidos o al movimiento de desocupados argentino, conforman una serie que se narra una y otra vez en las “33 tesis” del libro para demostrar que la resistencia al capitalismo, desde la mirada de Holloway, no es tarea exclusiva de grupos militantes ni de sectores organizados. En la medida que la exploración de la resistencia pasa por negarse a la servidumbre, por hacer escuchar un grito de dignidad, la figura de la grieta es la que permite confrontar el capitalismo sin necesidad de oponerle una totalidad alternativa. Esto supone, en el argumento que aspira a agrietar el capitalismo, que la idea misma de totalidad es interior a la forma en que el capital sintetiza la sociedad. Desde el método de Holloway, lo que se fortalece como perspectiva es la grieta como crisis y la crisis como momento de inestabilidad de la dominación, y, en simultáneo, como apertura de brechas de “otro hacer”. El autor previene de purismos y, por lo tanto, de quienes se “desilusionan” de los movimientos sociales: las grietas, esas experiencias de resistencia y creación, no son paraísos perfectos ni islas sin contradicciones. Son investigaciones de formas de vida más dignas, son experimentaciones a través de las cuales los sujetos dejan de ser víctimas (en nombre de las cuales se gobierna) para desplegar su potencia de hacedores.
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