Jue 30.10.2008

ESPECIALES • SUBNOTA  › CUANDO VOLVIMOS A VOTAR > ANTONIO CAFIERO, UN PROTAGONISTA DEL PERONISMO CUENTA QUé PASó EN EL ’83

“Aparecé lejos de los sindicalistas”

Una semana antes de las elecciones, un encuestador le había mostrado a Cafiero que Luder perdía. El dice que anticipó ese desenlace cuando consagraron a Herminio Iglesias para la gobernación bonaerense. La derrota como paso a la renovación.

› Por Nora Veiras

Con apenas 29 años acompañó el apogeo del primer peronismo y a los 86 atesora toda clase de recuerdos. “Te voy a mostrar una reliquia”, anticipa y descubre el paño que cubre un maniquí. “Es la chaqueta que usó Perón en su último discurso, cuando dijo: ‘Me llevo en mis oídos la música más maravillosa, que es la voz del pueblo argentino’.” Un mes después Perón moría. Nueve años más tarde, arrasado por la dictadura, sin un líder, el justicialismo se enfrenta al fracaso en las elecciones del ‘83. Antonio Cafiero permite escudriñar la historia de esa derrota. “Aparecé lejos de los sindicalistas, viejo. Son grandes compañeros y los queremos mucho, pero en este momento son piantavotos”, cuenta que le dijo a Italo Luder una semana antes de los comicios. Nada cambió y Raúl Alfonsín logró lo que parecía impensable: convertirse en el primer presidente del retorno a la democracia.

–¿Cuál es la primera imagen que recuerda cuando se retrotae veinticinco años?

–El hecho bisagra que catapulta la democracia en la Argentina: para mí no fueron sólo las elecciones del ‘83 sino la Semana Santa de 1987. Ese día decidimos acompañar al presidente de la República, repudiar el golpe de Estado que estaba en ciernes e irnos a Campo de Mayo a pedir la rendición de los sublevados. No que concluyeran el motín para dar lugar al cambio de gobierno, sino a que dejaran las armas, porque todo el pueblo y tanto el gobierno que se sentía amenazado como la oposición representada por mí y por la renovación peronista venían a decirles al país y al presidente que noso-tros estábamos con la legalidad del gobierno constitucional.

–Ese fue el momento de afianzamiento.

–Si ese día no se toma esa actitud, hoy no estaríamos hablando de 25 años de democracia. No todos los peronistas fuimos a la Plaza, algunos dirigentes que después ocuparon altísimas posiciones institucionales y republicanas se fueron a sus provincias esperando el desenlace.

–¿Se acuerda de alguno en particular?

–Eso lo podés imaginar vos.

–Retrotraigámonos al ‘83. Usted había sido uno de los posibles candidatos a presidente del PJ. ¿Cómo recuerda el momento de la consagración de Luder?

–A Luder lo elegimos en una piecita del teatro Odeón cinco tipos: Luder, Bittel, Herminio Iglesias, Lorenzo Miguel y el que te habla. Se suponía que todos los que estábamos ahí aspirábamos a algo. Bittel de entrada rompe el silencio diciendo que él no es candidato a presidente, que él se conforma con la vicepresidencia. Toma la palabra Lorenzo, que era el más poderoso en términos de poder interno, me mira y me dice: “Antonio, vos sabés lo que te queremos, los muchachos sabemos que siempre estuviste, siempre nos acompañaste, pero en este momento creemos que el que debe ser candidato es Luder”. Bueno, le digo yo, si he venido a someterme al juicio de ustedes, acepto, no tengo ningún inconveniente. Entonces Lorenzo dice: “Y en la provincia de Buenos Aires...” Ahí se levanta Herminio y dice: “Yo no voy a tolerar ni a admitir que acá se discuta la candidatura a la gobernación de Buenos Aires, eso lo voy a decidir yo como jefe del partido y yo voy a ser el candidato”. Luder empalideció, Lorenzo Miguel miró para otro lado, yo bajé la cabeza y le digo despacito –no sé si a Luder–, “con esta decisión perdemos la elección nacional”.

–¿Por qué tuvo esa sensación?

–Porque conozco, conocía que Herminio, a quien respetaba por otras cosas, no era el hombre para ese momento. Salí de esa reunión y le mandé una carta a Darío Alessandro, uno de nuestros líderes más enjundiosos, y le digo vamos a perder porque estamos utilizando una metodología violenta que ya el pueblo argentino no acepta más, hay que democratizar el partido, tenemos que tomar decisiones por la voluntad de los afiliados y no por el grupito que las tomamos, calculá que esto no es democracia, ¡¡¡cinco tipos!!!

–Se formó una comisión de acción política para la campaña...

–Sí, yo participé porque, claro, era el candidato del partido, ¡cómo no lo iba a apoyar! Yo tenía por Luder un alto concepto. Participé pero no mucho. Nosotros no teníamos una idea nueva que ofrecer, ésa era nuestra gran carencia.

–¿Cómo veía a Alfonsín en ese momento?

–Lo veía como un gran rival, capaz de reconstruir la institucionalidad del país, un hombre convencido de la democracia, republicano, sabía que había sido un antiperonista feroz, pero para mí no era descalificativo. Además convocaba a miles de personas; hicieron un acto casi superior al nuestro en la 9 de Julio.

–Al día de hoy, cuando se repiten las imágenes de campaña, se confirma la idea de que Luder no parecía un candidato peronista. ¿Usted cómo lo sentía?

–Yo también sentía lo mismo, pero no se lo podía decir. El fin de semana previo a la elección, alguien me llamó y me dijo: “Mirá, Antonio, hay un encuestador que viene de España que acertó milimétricamente unas elecciones –creo que por la presidencia–, hizo sus encuestas y tiene la información de que ustedes pierden la elección. “¿Y cómo se llama?”, le dije, Julio Aurelio. Me insiste para que lo escuche. Cancelo el fútbol con mis amigos y lo recibo. Empezó a desplegar una cantidad de planillas y me empezó a demostrar que efectivamente perdíamos la elección y que perdíamos en la provincia de Buenos Aires.

–Es decir que perdían.

–El lunes fui a ver a Luder y le digo: “Mirá, Italo, te tengo que decir la verdad, acá un encuestador de primera línea me dice que perdemos”. “También lo sé”, me dijo. “Pero tenemos que hacer algo, nos queda una semana, armemos dos o tres grandes actos y, en primer lugar, aparecé lejos de los sindicalistas, viejo. Son grandes compañeros y los queremos mucho pero en este momento son piantavotos.”

–Alfonsín había denunciado el pacto militar-sindical.

–Claro. Le digo por qué no hacemos un acto sólo de políticos. No pasó nada. Llegó el día de la elección, teníamos el cuartel general en el hotel Colón. Estábamos todos ahí los compañeros, empieza el escrutinio y me acuerdo de que Darío Alessandro, que era un tipo muy sensato, decía: “No se preocupen, van a ver que cuando entre el Gran Buenos Aires acá se acaba esto de Alfonsín”. Empiezan a dar cifras de Matanza y ahí ganaban también los radicales, ya entonces el espanto empezaba a cundir. Perdemos la elección. Había que reconocer la derrota, no había un solo tipo capaz de enfrentar las cámaras, quién les decía a los peronistas esa noche que habíamos perdido. Hasta que con Miguelito Unamuno decimos: “No hagamos papelones, salgamos y reconozcamos la derrota”.

–La derrota, en definitiva, dio paso a la renovación...

–La derrota provocó un cambio en el peronismo. Esta dirigencia que había sido nominada a dedo, sin una consulta a los afiliados, demostró su incapacidad y tuvo que arrastrar la primera derrota electoral del peronismo. Así decidimos fundar la renovación peronista, ¿qué queríamos? Democratizar el partido, el peronismo seguía atado a esos prejuicios del pasado en que sólo un grupito, verticalista, nominaba a los candidatos, a las autoridades del partido. Dijimos: o nos dan elecciones internas o nos vamos del partido.

–Y se fueron del partido.

–Me fui, pero dije que en cuanto me abran las puertas de una elección interna vuelvo. La renovación triunfa en las elecciones parlamentarias del ‘85, en la provincia de Buenos Aires le ganamos tres a uno a la gente de Herminio Iglesias. Yo recibo propuestas de muchos políticos y de fundaciones de afuera para que no vuelva al peronismo y forme otro partido porque con eso yo pasaba a ser la gran figura nacional. Me negué, yo soy peronista. Gané la interna y me eligieron candidato y presidente del PJ de la provincia.

–¿Cómo fue la convivencia con el peronismo derrotado?

–Y... fue violenta. Herminio era más vocinglero que efectivo, nunca sacó un revólver, pero amenazaba, me dijo: “Si te llegás a meter en la interna de la provincia va a correr un río de sangre de Avellaneda a San Isidro”. Pero después no pasó nada.

–En esos primeros años de democracia, los militares conservaban poder. Luder había dicho que reconocería la autoamnistía, ¿cómo jugó ese discurso en la derrota?

–La renovación no, la renovación, por mi intermedio, dijo que este problema se resuelve con verdad y con justicia. La verdad la queremos saber y que después intervenga la Justicia. Yo no voté las leyes de Punto Final y Obediencia Debida y conmigo muchos renovadores. Era muy compleja la cosa, hoy es fácil pensar que eso es lo único que cabía. En aquel momento estaban muy fuertes todavía las Fuerzas Armadas. Lo importante que rescato es que después de Semana Santa, mis relaciones con Alfonsín fueron cordiales.

–Usted suele definir el peronismo como un sentimiento, pero es un sentimiento que se adecua a distintos amores, es medio veleta...

–Siempre defino el peronismo como algo que no se reduce a una doctrina o a una ideología, es algo más, es una cuasirreligión. Es un sentimiento, una pasión. Ser peronistas es que creemos en un símbolo, tenemos nuestra liturgia, nuestros fundadores, sabemos que hemos hecho cosas grandes por el país, pero también macanas. Esto último lo empezamos a reconocer un poquito tarde, pero en fin.

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