Mié 16.10.2002

ESPECTáCULOS

El Festival de Teatro de un país en crisis económica

El Festival del Mercosur, que se desarrolló en Córdoba durante quince días, sigue siendo una apuesta osada, pero tuvo problemas graves, derivados de los drásticos cambios en la realidad nacional.

› Por Cecilia Hopkins

Un total de 39 obras, entre nacionales y extranjeras, repartidas en 15 días de programación, parecía hablar de por sí de un éxito del Festival Internacional de Teatro Mercosur, sobre todo si se tiene en cuenta la crisis argentina. Sin embargo, un balance crítico impone un cambio de estrategias para optimizar futuras ediciones. Porque, en tiempos de crisis, es preferible abreviar la duración del encuentro, ofrecer menos espectáculos y, fundamentalmente, mayor calidad. Esta vez, de la nutrida programación sólo unas pocas propuestas internacionales despertaron el interés general, junto a los espectáculos llegados de Buenos Aires (como La escala humana) y los de la propia Córdoba, que siempre sorprenden por su calidad. En principio, la imposibilidad por parte de los organizadores de pagar un cachet a los grupos participantes determinó una selección orientada únicamente hacia las compañías que estaban dispuestas a costearse sus pasajes, lo cual limitó el control de calidad. Y como todos los artistas percibieron sólo un porcentaje de las entradas vendidas no hubo, como en ediciones anteriores, propuestas que ocuparon espacios públicos –salvo la murga uruguaya Falta y Resto–, lo cual restó colorido y presencia callejera al festival.
El ajuste que impuso la crisis fue la causa de la unificación de la Agencia Córdoba Cultura con sus pares de las áreas de Turismo, Deporte y Medio Ambiente, una decisión crucial al momento de asignar presupuestos, especialmente tomando en cuenta la atención dispensada al Mundial de Vóley en ésta, una de sus sedes, coincidentemente con el desarrollo del festival. Con un presupuesto mucho menor que en años anteriores –de 600 mil se redujo a 218 mil pesos–, fue imposible disponer de los recursos necesarios siquiera para la adecuada difusión de los espectáculos. La poca afluencia de público se vio reflejada en muchas salas semivacías, especialmente las ubicadas fuera del circuito céntrico de la ciudad. Otro olvido significativo fue la implementación de abonos estudiantiles, teniendo en cuenta que el teatro figura como materia obligatoria tanto a nivel primario como secundario, considerando también la gran cantidad de centros de formación teatral que existen en Córdoba.
En la grilla internacional hubo espectáculos que parecían aún en proceso de elaboración, como fue el caso de O presione escape, de la holandesa Edith Kaldor, o la anodina propuesta conceptual de 753 piletas, de la alemana Nicola Unger. Tampoco interesaron los espectáculos de Uruguay (Molto vivace, por el grupo Espacio), Venezuela (Que simplemente sea, por el grupo Contradanza) y Chile (Contrapunto, por el grupo Pierrot). Desilusionó también el esperado estreno de Carta de la Maga a bebé Rocamadour, sobre textos de Julio Cortázar, con dramaturgia y puesta del valenciano José Sanchís Sinisterra, quien no estuvo presente como estaba programado. El montaje puso de manifiesto un movimiento de escena francamente convencional, acompañado de dos actores poco convincentes, en los roles de Horacio Oliveira y Ossip Gregorovius. Ironicamente, por el grupo italiano Assemblea, tampoco encontró demasiado eco en la platea, pero en cambio, al igual que el año anterior, el italiano Leo Bassi tuvo un gran poder de convocatoria durante los primeros días del festival con su polémico 12 de setiembre, espectáculo que abordó, entre otros asuntos, el atentado a las Torres Gemelas.
Egipto y Brasil estrenaron espectáculos centrados en el movimiento, con temática urbana en el primer caso (Les digo, por el Teatro de Vanguardia), y ligado al ritual y la ecología, en el segundo. El otro espectáculo brasileño (Las artimañas de Scapin, por el grupo Atores de Laura) elaboró una hiperkinética síntesis de los procedimientos característicos de la comedia del arte, que entusiasmó a muchos pero abrumó a otros tantos. Dentro de la programación internacional, una de las excepciones fue Eslovenia, con la puesta de Venecia, de Jorge Accame, dirigida por el cordobés Omar Viale –aplaudida de pie– y Micka, la hija del alcalde, un texto clásico del esloveno Tomaz Linhart, con la singular dirección de Vito Taufer, que aprovechó dramáticamente canciones folklóricas, buscó estilizar comportamientos e incluso exceder el tono costumbrista de esta comedia. El histrionismo del cubano Tito Junco –su unipersonal Juan Latino, que había pasado desapercibido en Buenos Aires, fue incluido a último momento en la programación– tuvo gran poder de convocatoria, llenando la sala mayor del Teatro Libertador. En cambio, con apenas una decena de espectadores en cada función, el iraní Kasem Nazari ilustró con Moisés y el pastor los procedimientos expresivos del teatro rural de su país. En representación de Alemania, el grupo PORNOsotros se desplazó a la cárcel de mujeres con su Cocina Erótica, una performance farsesca consagrada a exaltar los placeres corporales, que las internas supieron disfrutar.
El teatro independiente cordobés merece un párrafo aparte. Fuera de la programación oficial, Paco Giménez, en Intimatum (cambalache de la rebelión), dirigió a los actores veteranos de su grupo La Cochera combinando intensidad dramática y delirio, en la recreación de textos de la dramaturgia del siglo XX. Otro grupo histórico de Córdoba, Cirulaxia, ofreció Desastres, un espectáculo en el que un trío de clowns –con afinados recursos del género– fabula un viaje alrededor del mundo inspirado en la obra de Julio Verne. También por fuera del festival, el grupo La Resaca, que dirige Marcelo Massa, presentó en Guernica una impactante propuesta visual, regida por el criterio de la fragmentación física y textual, con inusuales recursos. El único espectáculo del interior de la provincia dentro de la muestra oficial fue PVC, por el grupo Canto Rodado de la ciudad de Oncativo, que sorprendió por la rigurosidad de trabajo de sus intérpretes –la mayor parte adolescentes– en la versión libre del cuento La gallina degollada, de Horacio Quiroga.

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