ESPECTáCULOS
› “GRAN HERMANO 3” TUVO UN ARRANQUE SIN SORPRESAS
Otros ensayos sobre la nada
Hay una “Habitación de los Reyes” y una sala misteriosa, pero poco cambió en el programa que introdujo los reality games shows en la TV.
› Por Julián Gorodischer
Decían que iba a haber un “compromiso”, pero los nuevos, en su primer día, tiraron cartas para decidir quiénes dormirán en la cama matrimonial. Ahora ni siquiera los llaman “mis valientes”, suprimido del entusiasmo de Solita, siempre igual de negadora, pero agradecida de cómo la quieren en las provincias. Los nuevos se presentan: componen un catálogo que incluye un desempleado, una víctima de “la violencia” y una asistente social. Claro que, como otras veces, cuando ingresan, “dejan la realidad afuera” de la casa, y se entregan a ese diálogo sobre la nada que es el tributo al “Gran Hermano”. La nada es la promesa de ocio a cualquiera hora, insomnio sin conflictos, democracia para la conversación: cualquiera puede intervenir y será escuchado. La nada no impone condiciones, pero cobra impuesto, y “Gran Hermano” sube la apuesta: tiren las cartas y decidan la parejita, vayan al confesionario y cuenten una historia para emocionar.
“Gran Hermano 3” muestra la costura. Lejos quedó ese esfuerzo del inicio por parecerse a lo cotidiano, por construir un mundo como el de cualquiera, ese bastidor para descubrir in fraganti. Esta vez, como corresponde a una tercera parte con pocas sorpresas, hay que darles una ayudita: en la Sala de Intimidad y Misterio “van a pasar cosas raras” como el abrazo de un familiar, pero que no se prolongue e incluya palabras emotivas al oído. En la “Habitación de los Reyes”, el flamante Hotel Alojamiento invita a una pareja, enciende la luz roja y gira la bola de espejos, pero lo que logra es lo que no quería: que el favorecido se vaya a dormir al living. “Me da incomodidad”, dijo Mauricio, el skater, un poco antes, y dejó a la bella durmiente que pronto confesará un pasado como prostituta, como si la rueda girara todas las veces igual, como si ahora hubiera que esperar la primera pelea, el chusmerío en el pasillo, el enojo por la falta de limpieza y, por qué no, la confesión del “sufrido”.
Los nuevos huéspedes fueron elegidos estratégicamente: Matías Bagnato tiene una historia que salió en los diarios (perdió a su familia en un incendio), y Viviana un “trabajito” que no le gustaba nada. Carla es hija de un famoso y le compuso un tema a Luciano Pereyra; a Eduardo acaba de dejarlo la novia. Y si se demora la revelación del “sufrido”, siempre queda la nada, eficaz a cualquiera hora, disparada por alguna fórmula entre pocas: “tenemos poca plata”, “faltan cigarrillos”, “¡qué buena que está!” (la Colo o la Negra o la Rubia) o el esperado “me parece que tienen onda”.
Así todo el tiempo desde el lejano comienzo, en la otra Argentina del año pasado, como un extraño placer de la repetición, como si alguien estuviera esperando lo que se ve: un ciclo de estímulos y respuestas que se manifiesta sin alteraciones, la demostración de que lo cotidiano es previsible y tranquilizador, y merece ser televisado. Claro que esto es TV, y entonces se exigen algunas ayuditas para mantener la concentración: un galán joven (Pablo) como ya hubo tantos, una sexy (Viviana) frotándose el jabón, la promesa de alto voltaje en la “Habitación de los Reyes” y, por supuesto, la tentación del pozo de 100 mil para el ganador (¿otro buenazo?) y para el que disca del otro lado y aporta al enorme negocio telefónico. “Llame ya y elija usted mismo...”, pide “Gran Hermano”, fiel a las reglas de la venta telefónica, como lo hizo con Gastón Trezeguet, con Marcelo Corazza, con Tamara Paganini, mercancías voluntarias que después coronan (en algunos casos) con un juicio por daños y perjuicios.
Hasta tanto se revele el traidor, todos son adorables para Solita, que no hace ni una mención a la nueva Argentina, más allá de que pasaron 318 días desde el último programa. “Bienvenida familia”, una vez más a la casa acondicionada para la ocasión, con más colores flúo y muchísimos más almohadones, con cuartos nuevos. “Pasen y vean...”, lo que vendrá, la nada tentadora en el país que no existe, excepto sobre el final, cuando Solita dice “Arriba Argentina”, con el mismo fervor que le puso al “Empiecen aconocerse”. “GH” es la esperanza de redención con su catálogo de jóvenes virtuosos, no por capacidad o triunfo sino por fidelidad al proyecto. “Es lo mejor que me pasó”, repiten las chicas de barrio (Natalia, Fernanda, Analía), exponentes de morocha de exportación que no hacen mella a las rubias del primer mundo que se ven en otros “GH”. “Esta es nuestra gente”, propone el nacionalismo según Telefé, y los nuevos responden con un aplauso “para los que hacen el programa”. Todos contentos.
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