ESPECTáCULOS
› “KAMCHATKA”, DE MARCELO PIÑEYRO, CON CECILIA ROTH Y RICARDO DARIN
El amor, en medio del horror del ‘76
El nuevo film del director de “Plata quemada” acompaña a una familia perseguida por la dictadura militar, eligiendo para ello el punto de vista de un niño de diez años. El documental “Las Palmas, Chaco”, en tanto, funciona como una alegoría de la debacle económica sufrida por la Argentina en la última década.
› Por Luciano Monteagudo
“Abracadabra” es una palabra mágica, un talismán, un conjuro capaz de descubrir puertas a otra realidad. Con esa palabra se abre Kamchatka, el quinto largometraje de Marcelo Piñeyro, que, como sugiere su propio título, se aferra a esas invocaciones lúdicas de la infancia, a esos pequeños exorcismos de la niñez, que luego quedan fijados para siempre en la memoria más íntima. Al fin y al cabo, un chico de diez años es el auténtico protagonista de la película, el hilo conductor de la narración, el personaje sobre el cual recae todo el punto de vista de este relato de iniciación al mundo adulto, en tiempos de oscuridad.
Ese chico (Matías del Pozo) recibe una tarde la inesperada visita en el colegio de su madre (Cecilia Roth), que lo saca de clase y lo sube a un Citroën 3CV, donde ya está su hermano menor (Milton de la Canal). Ella no para de fumar, como una chimenea, y los inconfundibles paquetes rojos de sus Jockey tapizan el piso del auto. Desde el asiento de atrás, los chicos se quejan y reclaman. No pueden entender por qué, de buenas a primeras, la rutina se ha visto alterada y no pueden ir a jugar a la casa de sus amigos. La explicación para el espectador llega a través de aquello que se ve por las ventanillas del coche: un control militar callejero sitúa acción, tiempo y lugar. Acaba de producirse el golpe militar de marzo del ‘76 y esa familia, a la que poco más tarde se suma el padre (Ricardo Darín), debe abandonar la ciudad.
En Kamchatka nunca se sabe mucho de los adultos. El padre es abogado y se infiere que su socio acaba de ser desaparecido. La madre es de formación científica, trabaja en la universidad y en algún momento debe dejar de hacerlo. Sin duda están en peligro, quizás por el solo pecado de una tibia militancia política. Pero cuando llegan a esa quinta abandonada en las afueras, lo único que importa para ellos es que sus dos hijos piensen que se trata apenas de unas vacaciones anticipadas, en pleno invierno. Las restricciones son severas (no deben llamar por teléfono ni siquiera a sus amigos más cercanos), pero la idea que encuentran los adultos para que los chicos entiendan mejor la situación de clandestinidad es la de tomarla como un juego. El padre pasará a llamarse David Vicente (como el héroe de “Los invasores”, la serie que, vista en ese contexto, adquiere un significado ominoso) y el hijo menor Simón, como el inefable Templar de “El santo”. El mayor, en cambio, elegirá ser Harry, en honor a Houdini, el legendario escapista que excita su imaginación, más aún cuando su padre le enseña otras palabras mágicas –”zafarrancho de combate”– que servirán eventualmente para darse a la fuga.
A diferencia de Plata quemada, la realización anterior de Piñeyro, que era un film arduo, seco, violento, con personajes fronterizos intentando huir de un destino inapelable, en Kamchatka el director y su guionista Marcelo Figueras hacen de estos otros fugitivos un núcleo mucho más humano, cercano, reconocible. Por momentos puede parecer que la visión que tiene el film de aquellos años de plomo es quizás excesivamente idílica, y en algunos tramos sin duda lo es (la bucólica escapada a la estancia delabuelo, jugado por Héctor Alterio, por ejemplo), pero lo que Kamchatka nunca quiere perder de vista es que se trata siempre de la mirada de Harry, un chico de diez años, que necesariamente tiene que hacer una traducción de esa realidad tan oscura como la invernal fotografía del español Alfredo Mayo.
La puesta en escena de Piñeyro asume el desafío de dejar el horror siempre fuera de campo, para concentrarse en los lazos de afecto de los personajes, en las pequeñas epifanías familiares alrededor de una mesa, en los legados de padres a hijos que se pueden llegar a transmitir a veces a través de los gestos y actitudes más cotidianos. En este sentido, funcionan mejor algunos apuntes mínimos, episódicos (en una narración que trabaja siempre en el sentido opuesto a la construcción de un clímax dramático) que la metáfora del T.E.G. que le da su título a la película, que termina siendo un poco impostada, como una de esas ideas que funcionan mejor en las hojas del guión que en la pantalla.
De esa metáfora, en todo caso lo que vibra mejor es su eco sobre el tiempo presente: Kamchatka, en el mítico juego de mesa, es el pequeño país capaz de rechazar los embates de cualquier ejército de ocupación. En la Argentina de hoy, habla del foco de resistencia que cada espectador debería tener escondido dentro suyo, como su última reserva.
Argentina, 2002.
Dirección: Marcelo Piñeyro.
Guión: Marcelo Figueras.
Fotografía: Alfredo Mayo.
Música: Bingen Mendizábal.
Intérpretes: Ricardo Darín, Cecilia Roth, Matías del Pozo, Milton de la Canal, Héctor Alterio, Fernanda Mistral, Tomás Fonzi, Leticia Brédice, María Socas, Oscar Ferrigno.
Estreno de hoy en los cines Village Recoleta, Cinemark Palermo, Hoyts Abasto, Tita Merello, Patio Bullrich y otros.
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