ESPECTáCULOS
› EL RODAJE DE “BAR EL CHINO”, DE DANIEL BURAK
Un escenario para el tango
En el mítico bar de Pompeya, reconocido internacionalmente como un santuario de la música de Buenos Aires, se filma una película que evoca a su legendario animador, Jorge “El Chino” Garcés.
› Por Oscar Ranzani
Ingresar al bar El chino de la calle Beazley al 3600 en Pompeya es una manera de entrar en una realidad paralela, cargada de misticismo. Sus paredes acumulan recuerdos desde 1944, año de su fundación. Algunos rincones incluso están amarillos a causa del humo de los cigarrillos encendidos uno tras otro en la peñas que se realizan todos los viernes de “10 a 10”, según reza un cartel con más de cuarenta años. El bar pertenecía al tanguero Jorge “El Chino” Garcés, que hasta el 21 de agosto del año pasado, cuando falleció, se encargó de preservar su esencia y personalidad. El bar El chino huele también a museo: una vitrola antigua a cuerda escupe los sonidos de “La Cachila”, interpretada por Aníbal Troilo y Roberto Grela. Mientras el crujido del disco parece ganarle la batalla a la melodía, es imposible no detenerse a observar la radio Spika, las jarras “pingüino” y los viejos sifones envueltos en placas de aluminio. Completan la escena un reloj antiguo con forma de guitarra, un violín en desuso, posters de Huracán Campeón del ‘73, poemas, reconocimientos y fotos con distintos artistas. Sin embargo, el cartel “No se fía. Se aceptan dólares”, parece descontextualizado del ámbito cargado de tanta bohemia.
El bar El chino es también el escenario privilegiado del nuevo largometraje de ficción que está realizando el cineasta Daniel Burak con Boy Olmi y Jimena Latorre como protagonistas. Burak es también el guionista junto a Mario Lion y a Beatriz Pustilnik. La idea nació hace dos años pero, en el medio, se modificó. Es que, en principio, Burak pretendía filmar un documental sobre el bar, pero cuando su dueño murió, decidió hacer una ficción que incluyera las imágenes documentales que había registrado. “Intentamos que la magia que tiene el lugar se transmita en la película. O mejor dicho, que la película se impregne o se lleve un poco la magia de ese fenómeno”, comenta Burak. “Ahí había algo que funcionaba con autenticidad, donde se sumaba mucha gente joven que sentía lo mismo que vos, que era feliz casi con nada. Todo estaba destruido, sin micrófono, sin nada y vos salías feliz de ahí adentro. Era una magia que pasaba porque los que cantaban tenían algo que se transmitía. Era como una fiesta familiar”, agrega Lion en similitud con el director. “Además pasó algo muy extraño y yo creo que es que el alma del bar contagió al alma del equipo”, acota Latorre.
Bar El Chino relata la historia de Jorge (Boy Olmi), un cineasta que estaba filmando imágenes del bar hasta que el Chino murió y decidió, entonces, suspender su proyecto. Una noche asiste al bar con sus amigos a festejar su cumpleaños y se encuentra con Martina (Jimena Latorre), una productora de televisión que llega a ese boliche de tango para hacer unas notas. Al sentirse fascinada por el lugar decide realizar un documental. En esa noche se entera de que Jorge tiene imágenes muy valiosas con opiniones del chino. Entonces, decide ir a verlo y, luego de varias visitas, le propone realizar la película conjuntamente. A partir de allí Jorge y Martina sufrirán vicisitudes que pondrán en peligro la realización del trabajo. Una relación amorosa y el país convertido en sede nacional del cacerolazo jugarán en contra del futuro proyecto. Pero... no todo estará perdido. Paralelamente al desarrollo de la historia, las imágenes de habitantes del bar, cantores tangueros y hasta el testimonio de José Sacristán –que es su padrino–, otorgan su cuota documental.
–El bar no es sólo un espacio donde se desarrollan las historias sino un lugar que es parte de la esencia de la película.
Boy Olmi: –Sí, porque es un alma. Es un corazón latiendo en donde nos nutrimos todos y donde alimentamos zonas que están empobrecidas. Entre el personaje de Jimena y el mío hay un intercambio muy poderoso. Tiene que ver con que yo por el dolor estoy cerrado y ella por la juventud está necesitando hacerse, moverse y crear. Y yo estoy muy dolorido y muy guardado, sin ninguna ilusión de poder volver a abrir esta puerta ni eltrabajo, ni el amor, ni nada. Ella puede con todo eso y desde su alma, que es la misma que anida en ese lugar, puede abrir mi corazón. Su corazón hace que mi corazón se abra no solo para el amor sino para la creación nuevamente.
–Teniendo en cuenta que los nuevos bares son similares en su estructura y que carecen de personalidad, ¿la idea fue revitalizar la historia de uno que se opone a la cultura shopping?
Daniel Burak: –Un poquito. Pero nosotros partimos del convencimiento de que lo que vimos ahí es algo único. Tan único que ningún encasillamiento lo abarca bien. Hay muchas cosas que, desde la lógica podés decir porque se aproximan. Pero ninguna le da en el centro. Más en el centro le da, por ejemplo, la descripción que hizo Sacristán diciendo que “esto va más allá de lo folklórico y de si cantan bien desde los valores musicales –que desde ya los tienen–”. La sensación que todos nosotros tuvimos cuando fuimos nos empapó de una manera de esas que te atraviesan por el centro. Entonces, esas cosas no tienen mucha explicación. Hay una cosa que es inexplicable.
–¿Buscaron contar una historia que fuese una letra de tango?
D. B.: –El otro día leí una entrevista a Jorge Coscia que decía que el mejor elogio que había recibido sobre su película Luca vive, es que no era una película de rock sino una película-rock. A mí encantaría que esta no sea una película de tango sino una película-tango. Solanas había inventado la palabra “tanguedia”. Entonces, cuando entrevistábamos a la gente, a veces sentíamos que no hablaban de tango, ellos eran un tango. O sea vos agarrabas lo que ellos decían, lo condensabas, le ponías música y habías escrito un tango. La sensación era esa: “esto es el tango”. No por cuanto cantaban sino por cuanto vivían. Y a lo mejor nosotros también estamos siendo tango ahora, sin conciencia.