Lun 21.10.2002

ESPECTáCULOS  › ENTREVISTA AL DIRECTOR ALEJO PEREZ POUILLIEUX

“Esta orquesta es un placer”

Radicado en Europa, donde trabaja con dos de los mejores directores del momento (Eotvos y Gielen), este argentino de 28 años conducirá esta noche a la Filarmónica de Buenos Aires.

› Por Diego Fischerman

“El primer criterio es bastante subjetivo y pasa por elegir aquello que para mí es buena música”, dice Alejo Pérez Pouillieux. El director de orquesta de 28 años agrega: “Me interesan, además, las obras que no se tocan demasiado, aun en el repertorio clásico. Me gusta darle a la gente lo que no es habitual, lo que otros no le dan con frecuencia”. Parte de esa tarea la lleva adelante con un grupo en que son plurales tanto el nombre –Ensambles XXI– como las estéticas y cuyo objetivo es difundir (y en ocasiones encargar y estrenar) composiciones actuales. Hace quince días dirigió este conjunto en el Colón en un programa que incluyó obras de Pablo Cetta, Santiago Santero, Mario Lorenzo y Henrik Gorecki. Esa misma semana condujo a la Filarmónica de Buenos Aires con composiciones de Orbon, Liszt y Mahler. Y hoy a las 20.30, en el mismo teatro, volverá a estar al frente de esa orquesta. Las obras serán El martirio de San Sebastián de Claude Debussy (fragmentos sinfónicos), la Sinfonía Nº 7 de Antonin Dvorak y el Concierto Nº 2 para piano y orquesta, Sz. 95 de Béla Bartók, con la actuación solista del notable Horacio Lavandera.
Argentino aunque radicado en Europa, donde asiste al compositor y director del Ensemble Modern, Peter Eotvos, y a Michael Gielen, encuentra, al volver a Buenos Aires, que “la Filarmónica de esta ciudad es comparable con la mayoría de las orquestas de Europa, con muy buenos músicos en todas sus filas. Aun con las dificultades extremas con las que se tiene que trabajar y sabiendo que hay que dedicarse a un montón de cosas que no son propias de la música en sí pero sin las cuales, las cosas directamente no se hacen. Lo que también es cierto es que, más allá de la excelente potencialidad de las principales orquestas argentinas, se trabaja en condiciones que hacen difícil que el nivel llegue a explotar el máximo de esa potencialidad. Empezando, desde ya, por los ingresos económicos del músico, que lo obligan a desarrollar actividades anexas y no poder concentrarse exclusivamente en la actividad orquestal. Otro escollo es la virtual imposibilidad, en este momento, de que una orquesta argentina salga de gira. Eso oxigena mucho y apuntala notablemente el nivel”.
En cuanto a esa difusa definición acerca de lo que es “buena música” aclara: “Se trata de algo que, a falta de otra palabra mejor, sigo considerando magia. Aunque sea una magia un poco obvia como la de la obra de Gorecki que dirigí con el Ensambles. Yo allí siento que pasa algo, que en ese caso tiene que ver con cuestiones que en la música contemporánea son cada vez más infrecuentes, como meterse en un pulso temporal ajeno a la velocidad en la que estamos inmersos. Nos obliga a transitar por un mundo muy lento, carente de acentuaciones estables; una especie de tiempo estirado, del tipo del que aparece en las últimas obras de Mahler”.
La obra de Gorecki –un compositor polaco que se convirtió en hit de ventas a partir de que un musicalizador de la principal radio de música clásica británica comenzó a pasar día y noche una de sus sinfonías, inspirada en el Holocausto y en la vida en los campos de concentración nazis– pone en escena, también, la idea de estar fuera del tiempo en el sentido de no corresponderse demasiado con los estilos dominantes de la época en la que fue compuesta. “No creo demasiado en el concepto de anacronismo”, asegura Pérez Pouillieux. Los grandes artistas siempre fueron como paréntesis en su tiempo. Siempre vieron más allá. Y funcionaron en una especie de burbuja. Iannis Xenakis o György Ligeti, por ejemplo, han tomado caminos muy personales. Después, una vez consolidados, tuvieron una gran cantidad de imitadores pero al comienzo causaban algún desconcierto: no seguían ninguna escuela y daban pequeños giros en su estética sin mayores escrúpulos, lo que me parece sano. Una obra como Jonchaies, de Xenakis, es una de las pocas de todo el siglo XX que puede compararse en impacto a La Consagración de la Primavera de Stravinsky. Es una música que entra por el vientre, no por la cabeza.” Pérez Pouillieux vuelve a Buenos Aires contratado, como si se tratara de un músico extranjero. “Mi nivel de ingresos no da para venir estrictamente por gusto así que espero que se junten varios conciertos y aprovecho”, cuenta. Sin embargo, el gusto está presente: “Desde el punto de vista estrictamente musical, dirigir la Filarmónica de Buenos Aires es un placer”, afirma. “Es una orquesta que en situación de concierto tiene una respuesta magnífica. Y en cuanto al Ensambles XXI, hay también una muy fuerte ligazón afectiva.” Entre las particularidades de la manera de trabajar de este director está la de situar la orquesta a la manera antigua –una manera todavía usual en algunas orquestas de Europa–, es decir con primeros y segundos violines en extremos opuestos del escenario y con los cellos, y violas en el centro. “Para mí es fundamental en cuanto a la claridad del sonido, a la transparencia de las texturas. Y la orquesta se adaptó maravillosamente. Fue la primera vez, según creo, en que alguien les pidió que se ubicaran de esa manera y la reacción fue de curiosidad y de entusiasmo. Y rindieron de manera notable.”

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